Pocas piñas, mucho aliento

Pocas piñas, mucho aliento

La derrota ocasionó algunos desmanes entre argentinos y locales, pero después volvió la paz

El caos llegó no bien finalizó la final con Alemania. Las discusiones subieron de tono y hubo un intercambio de golpes entre hinchas. La policía puso punto final arrojando gas pimienta a los visitantes. Luego, los argentinos se pelearon con los uniformados que repartieron palos a diestra y siniestra. La fiesta de Copacabana no mereció tener un final así. Parecido al del Obelisco en Buenos Aires.

Pero pese a todo lo malo, los albicelestes se comportaron bien, o al menos asumieron dignamente la derrota. “Vamos che, que no nos vean llorar estos hijos de puta”, gritó Juan Luis Palacios, salteño de nacimiento. Esa fue la respuesta al clima hostil que se les presentó a los argentinos. De pronto, los brasileños se acordaron que se jugaba el Mundial. Desde los balcones, familias enteras gritaban “chau, chau”. Los autos, micros y motocicletas que volvieron a portar las banderitas del país anfitrión hacían sonar sus bocinas como si hubiesen salido ellos campeones del mundo.

La arenga del norteño dio un resultado inmediato. Nadie se acordó del partido. Ninguno de los miles que participaron del regreso cuestionó al técnico Alejandro Sabella. Tampoco hubo algún reproche para los jugadores. Simplemente cantaron como si nunca lo hubieran hecho en sus vidas.

El “vamos, vamos, Argentina” y “Brasil, decime qué se siente” fueron los cánticos que entonaron durante casi cincuenta cuadras. Fue una caravana emocionante, donde el dolor quedó en un segundo plano ante tanto fervor.

Los habitantes de Río de Janeiro volvieron a callar o, por lo menos, no se escuchó más a los que terminaron cuartos.

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