Pase libre para un “santo”...

Pase libre para un “santo”...

Hasta la conquista de Götze, todo era algarabía entre los argentinos que fueron al “fan fest”. La derrota ocasionó algunos desmanes entre argentinos y locales, pero después volvió la paz. Varios barras de San Martín se pasearon por las playas de Copacabana.

EL MAL AJENO LOS HIZO FELICES. Los brasileños ayer apoyaron a los alemanes. Cruzaron cargadas con los hinchas argentinos y ni bien Götze marcó el 1-0 desataron una fiesta en las playas cariocas.  EL MAL AJENO LOS HIZO FELICES. Los brasileños ayer apoyaron a los alemanes. Cruzaron cargadas con los hinchas argentinos y ni bien Götze marcó el 1-0 desataron una fiesta en las playas cariocas.
A nadie le importó que a los jugadores de la Selección se los viera más chiquitos que en un televisor de 14 pulgadas. El asunto era estar ahí, haciendo el aguante al equipo. Por eso nadie protestó que el fan fest se cerrara porque a menos de cuarenta minutos de que se abrieran sus puertas, más de 30.000 almas -10.000 más de lo permitido- lo llenaron totalmente.

Tampoco hubo lugar en la otra pantalla instalada por la FIFA en Copacabana, a pesar de que no tenía sonido.

El partido ya había comenzado y el movimiento no cesaba. “Esto es una desgracia loco”, se quejaba el porteño Carlos García. “Callate gil y seguí caminando que ya vamos a encontrar un lugar”, le respondió Juan Reyes, su amigo. Como miles de otras personas, caminaron por la avenida Atlántica buscando el lugar ideal. Pasaron por los restaurantes atestados de brasileños, se pararon detrás de las cercas del fan fest y terminaron instalándose en la rambla de la playa a disfrutar del duelo.

¿Del partido? No, del duelo entre los argentinos y los dueños de casa. Es que los brasileños decidieron nacer ayer alemanes. Demostrando su fama camaleónica de cambiar de camisetas -como lo hicieron en los duelos contra Bosnia, Irán, Nigeria, Bélgica y Holanda- se pusieron las camisetas de los germanos y también utilizaron las casacas de Flamengo, la roja y negra similar a la alternativa que utilizaron los europeos en el certamen. Y hubo más: agotaron las banderas de Alemania que comercializaron los vendedores ambulantes.

Eso enardeció a la masa “albiceleste”. Por ese motivo, en cada esporádico grito de ¡Brasil! ¡Brasil!, llovían los vasos, latas y hielo hacia el sector donde provenían. Tampoco faltó el ingenio popular para inventar cánticos para la ocasión. “Ohh, te copamos Río, brasilero, pecho frío” y “te metieron siete y te rompieron el oje…” fueron las más cantadas, además del ya clásico “Brasil decime qué se siente”.

Los argentinos se hipnotizaron con el partido y explotaron en varias oportunidades. Copacabana tembló cuando Gonzalo Higuaín marcó y se silenció cuando descubrió que el árbitro lo anuló. También se estremeció con los goles desperdiciados, especialmente el de Rodrigo Palacio. Pero fue suficiente que Götze marcara el gol del triunfo para que todo cambiara en un cerrar y abrir de ojos.

Los brasileños, que durante varios días estuvieron en silencio, festejaron como si el gol lo hubiera marcado Neymar y le sirviera nada menos que para levantar la Copa del Mundo. Un amague de un grupo de integrantes de “La 12”, la barrabrava de Boca, fue suficiente para que se desatara la primera corrida. La intervención de los uniformados evitó que las cosas pasaran a mayores, pero los dueños de casa, a los gritos, se burlaron de los argentinos. La frustración de saber que era imposible cambiar el rumbo de la historia alteró aún más los ánimos y la alegría desapareció por completo.

El caos llegó no bien finalizó la final con Alemania. Las discusiones subieron de tono y hubo un intercambio de golpes entre hinchas. La policía puso punto final arrojando gas pimienta a los visitantes. Luego, los argentinos se pelearon con los uniformados que repartieron palos a diestra y siniestra. La fiesta de Copacabana no mereció tener un final así. Parecido al del Obelisco en Buenos Aires.

Pero pese a todo lo malo, los albicelestes se comportaron bien, o al menos asumieron dignamente la derrota. “Vamos che, que no nos vean llorar estos hijos de puta”, gritó Juan Luis Palacios, salteño de nacimiento. Esa fue la respuesta al clima hostil que se les presentó a los argentinos. De pronto, los brasileños se acordaron que se jugaba el Mundial. Desde los balcones, familias enteras gritaban “chau, chau”. Los autos, micros y motocicletas que volvieron a portar las banderitas del país anfitrión hacían sonar sus bocinas como si hubiesen salido ellos campeones del mundo.

La arenga del norteño dio un resultado inmediato. Nadie se acordó del partido. Ninguno de los miles que participaron del regreso cuestionó al técnico Alejandro Sabella. Tampoco hubo algún reproche para los jugadores. Simplemente cantaron como si nunca lo hubieran hecho en sus vidas.

El “vamos, vamos, Argentina” y “Brasil, decime qué se siente” fueron los cánticos que entonaron durante casi cincuenta cuadras. Fue una caravana emocionante, donde el dolor quedó en un segundo plano ante tanto fervor.

Los habitantes de Río de Janeiro volvieron a callar o, por lo menos, no se escuchó más a los que terminaron cuartos.

El escudo de San Martín tatuado en su espalda lo delató, de pies a cabeza. Supuestamente el amigo misterioso no podía viajar a Brasil, pero ahí estaba parado en las blancas arenas de Copacabana. Él dirigía ese grupo de barras del club de La Ciudadela que ayer disfrutaron de un día de playa en Copacabana, varias horas antes de que comenzara la final.

Llegaron antes de las 10. Formaron una ronda y en el centro colocaron las mochilas. Después desplegaron un trapo enorme y se pusieron a tomar sol. Uno de los integrantes tomó el bombo y comenzó a tocar. Una de las chicas del grupo no tuvo problemas en mover su cuerpo al son del ritmo típico de las tribunas.

Esa fue la principal actividad que realizaron en su día de playa. En el grupo, que estaba formado por integrantes de las facciones La Brava, la Banda del Camión y La Matienzo, se manejaban algunas entradas pero no alcanzaban para todos. Por ese motivo, durante el encuentro también se los vio transitar por la zona del fan fest.

La presencia del tatuado, cuyo nombre se mantiene en reserva por cuestiones legales, generará polémica. Fue identificado por el Comité de Seguridad Deportiva para que el Ministerio de la Nación le cerrara las fronteras.

De hecho, ingresó a esa lista por -presuntamente- formar parte del grupo de violentos que agredió al plantel de San Martín en Misiones (contra Guaraní). Él, según confiaron sus allegados, negó su participación en el hecho y hasta realizó gestiones para que se levantara la sanción, pero nadie pudo confirmar que haya tenido éxito en su gestión. Esta historia continuará...

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