Por Gustavo Rodríguez
14 Julio 2014
MILITARIZADOS. El operativo de la final: miles de policías y soldados del ejército. la gaceta / foto de gustavo rodríguez (enviado especial)
Bendito sea el fútbol por regalarnos tanta pasión y color. Afortunados los ojos que vieron lo que fue la fiesta de Río de Janeiro. Maravillosos son los recuerdos que quedarán grabados para siempre.
En esta ciudad, la patria futbolera argentina demostró cuán grandes es. Sus fieles escribieron una página de gloria en la historia de los Mundiales de este continente. Nunca antes hubo tantas almas visitantes. Ahora la FIFA deberá comprobar si alguna vez sucedió algo similar. Los primeros cálculos hablan de 150.000 fanáticos que abandonaron todo para alentar a la Selección. Una bestialidad o, si se prefiere, más de dos Maracaná llenos en el fan fest de Copacabana. “Vamos Argentina” y “somos locales otra vez” fueron algunos de los gritos que se escucharon desde muy temprano. No importó que las autoridades se hayan imaginado lo peor con semejante masa albiceleste. Por eso movilizaron más de 26.000 efectivos, entre ellos soldados del Ejército, algo nunca antes visto. “Y Dilma se cagó y Dilma se cagó”, le cantaron los hinchas a Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, cuando descubrieron a los uniformados que portaban rifles automáticos de asalto. Y era lógico que ello ocurriera. Nunca antes la ciudad había recibido semejante cantidad de gente para un hecho deportivo. “No se imaginaron que vendríamos tantos. Están muertos de miedo”, dijo Luciano Medina, cordobés de 22 años.
Pero las autoridades no sólo se asustaron por la seguridad. Sin hoteles ni campings, los argentinos durmieron en cualquier lado. En eso fallaron los brasileños. El examen que desaprobaron debe ser tenido en cuenta, porque en menos de dos años, estas tierras albergarán nada menos que los Juegos Olímpicos.
Las horas fueron y los problemas crecían. Los baños de los balnearios no aguantaron tanto uso y colapsaron. Al mediodía tampoco había qué comer, pero la cerveza, el fernet y la caipirinha no se acabaron nunca. Tampoco el ingenio popular para rebuscárselas.
“Estuve durante todo el torneo. Para tener dinero, se me ocurrió vender coca en vasos. Como me fue bien, probé vendiendo con el poco fernet que me quedaba. Me fue mucho mejor, entonces comencé a comprárselas a los pibes que necesitaban reales y aquí estoy hace un mes con un grupo de amigos pasándola bomba”, explicó el misionero Guillermo Quiroga. ¿Cuánto costaba el vaso? 30 reales (o 20 si adquirían dos).
Dos porteños con un peculiar parecido a Diego Maradona y a Lionel Messi recorrieron la avenida Atlántica. Por dos reales permitían que cualquier persona se sacara una foto con ellos. Mario Décima, un típico cordobés, también recaudó bastante dinero. Desafiaba a los brasileños a hacer más pataditas que él. “Juego con los changos (sic) al fútbol 5 en el barrio y nada más. Algo tenía que hacer porque no como hace dos días”, dijo. De eso se trata el Mundial. De personas que dejan todo o que se las ingenian de cualquier manera para participar de la fiesta más maravillosa.
En esta ciudad, la patria futbolera argentina demostró cuán grandes es. Sus fieles escribieron una página de gloria en la historia de los Mundiales de este continente. Nunca antes hubo tantas almas visitantes. Ahora la FIFA deberá comprobar si alguna vez sucedió algo similar. Los primeros cálculos hablan de 150.000 fanáticos que abandonaron todo para alentar a la Selección. Una bestialidad o, si se prefiere, más de dos Maracaná llenos en el fan fest de Copacabana. “Vamos Argentina” y “somos locales otra vez” fueron algunos de los gritos que se escucharon desde muy temprano. No importó que las autoridades se hayan imaginado lo peor con semejante masa albiceleste. Por eso movilizaron más de 26.000 efectivos, entre ellos soldados del Ejército, algo nunca antes visto. “Y Dilma se cagó y Dilma se cagó”, le cantaron los hinchas a Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, cuando descubrieron a los uniformados que portaban rifles automáticos de asalto. Y era lógico que ello ocurriera. Nunca antes la ciudad había recibido semejante cantidad de gente para un hecho deportivo. “No se imaginaron que vendríamos tantos. Están muertos de miedo”, dijo Luciano Medina, cordobés de 22 años.
Pero las autoridades no sólo se asustaron por la seguridad. Sin hoteles ni campings, los argentinos durmieron en cualquier lado. En eso fallaron los brasileños. El examen que desaprobaron debe ser tenido en cuenta, porque en menos de dos años, estas tierras albergarán nada menos que los Juegos Olímpicos.
Las horas fueron y los problemas crecían. Los baños de los balnearios no aguantaron tanto uso y colapsaron. Al mediodía tampoco había qué comer, pero la cerveza, el fernet y la caipirinha no se acabaron nunca. Tampoco el ingenio popular para rebuscárselas.
“Estuve durante todo el torneo. Para tener dinero, se me ocurrió vender coca en vasos. Como me fue bien, probé vendiendo con el poco fernet que me quedaba. Me fue mucho mejor, entonces comencé a comprárselas a los pibes que necesitaban reales y aquí estoy hace un mes con un grupo de amigos pasándola bomba”, explicó el misionero Guillermo Quiroga. ¿Cuánto costaba el vaso? 30 reales (o 20 si adquirían dos).
Dos porteños con un peculiar parecido a Diego Maradona y a Lionel Messi recorrieron la avenida Atlántica. Por dos reales permitían que cualquier persona se sacara una foto con ellos. Mario Décima, un típico cordobés, también recaudó bastante dinero. Desafiaba a los brasileños a hacer más pataditas que él. “Juego con los changos (sic) al fútbol 5 en el barrio y nada más. Algo tenía que hacer porque no como hace dos días”, dijo. De eso se trata el Mundial. De personas que dejan todo o que se las ingenian de cualquier manera para participar de la fiesta más maravillosa.