La "pequeña Argentina" de Río

La "pequeña Argentina" de Río

El Sambódromo, meca del carnaval brasileño, es hoy el hogar de miles de argentinos que esperan la gran final

UNIDOS. No importa si son de Atlético, San Martín o cualquier club, en la casa matriz del carnaval todos son una familia. UNIDOS. No importa si son de Atlético, San Martín o cualquier club, en la casa matriz del carnaval todos son una familia.
Algunos ya lo llaman la Pequeña Argentina. Y la bautizaron así con un poco de dolor. Es que los fanáticos eligieron nada menos que el Sambódromo de Río de Janeiro para acampar y esperar la gran final de la Selección contra Alemania. Los cariocas sienten en gran parte que se adueñaron de parte de su corazón, de su símbolo y que esta sensación puede ser más amarga si la “albiceleste” da la vuelta olímpica. Allí, en su casa, bailarán los rivales de toda la vida.

En el Sambódromo se adelantó el carnaval. No hay desfiles de comparsas pero sí de fanáticos ataviados con algún color de la patria y camisetas de clubes de fútbol, pero de todo el país. “Me tenía que quedar hasta la primera fase, pero aguanté, me ayudó mi viejo y aquí estoy, disfrutando de esta locura. Tendré el honor de contarles a mis hijos que estuve aquí, que lo vi a (Lionel) Messi levantar la Copa. ¡Vamos Argentina! ¡Vamos carajo!”, grita desaforadamente Rodrigo Aráoz, fanático de Atlético.

Se emociona y abraza a Jorge Sir, otro comprovinciano, pero que luce la camiseta de San Martín. “Esto es lo que logra un Mundial. Jorge no tenía un mango, le dije que se quedara y que la pecharíamos como sea (sic). Y aquí estamos, esperando el gran día”, agrega ilusionado. “Acá no te falta nada. Dormís, tenés baño y el plato de comida nunca falta. Entre todos nos ayudamos. Eso es lo único que me importa, que estoy con gente excelente y no tengo dramas en desnudar mi pasión”, comenta Sir, que es árbitro de la Liga Tucumana de Fútbol.

Rodrigo y Jorge, junto a Luis y Edgardo Nieva, Mario Gramajo y Rodrigo Romano representan a la provincia en esa mole llamada Sambódromo Marquez da Sapucai, inaugurado en 1984 y que puede albergar hasta 80.000 personas. Desde hace dos días, el predio fue conquistado por tropas de argentos. Por pedido de las autoridades, se organizaron de la siguiente manera: debajo de las tribunas se arman las carpas y en la calle, se estacionan las casas rodantes, los motorhomes, las camionetas y los vehículos que son utilizados como dormitorios.

“No hay ningún tipo de problemas. Todos estamos conviviendo en paz y sabemos que tenemos que estar bien organizados. La gente está llegando y (hoy) no entrará nadie”, estima Luis Nieva. “Es muy divertido, porque compartís experiencia con gente de todo el país y como paisaje de fondo, tenés todas las favelas”, bromea su hermano Edgardo, mientras señala el cerro donde se encuentran esas barriadas humildes con casitas construidas una encima de la otra.

Sin diferencias

Sólo con recorrer el sambódromo uno es capaz de entender cuánta pasión genera un Mundial. Allí no hay diferencias de clases sociales, ya que el micro destartalado que trajo a fanáticos de Morón está estacionado entre dos cuatro por cuatro de sojeros santafesinos y no hacen otra cosa más que compartir mates. Tampoco existen rivalidades entre los clubes: conviven “xeneizes” y “millonarios”, “cuervos” y “quemeros”, “rojos” y “académicos” y “canallas” y “leprosos”, entre otros. Todos en el reino de la paz.

“La convivencia es genial. Los hinchas se unieron por la Argentina y lo demás queda de lado. Ni con los brasileños tenemos problemas, pese a que de noche pasan y tiran un par de bombas para despertarnos. Claro que no se animan a entrar. Hacemos la nuestra y queremos que ya sea domingo. Hay muchos policías, pero no nos dicen nada, sólo vigilan”, comenta Aráoz.

El lugar, ubicado en la zona céntrica de Río de Janeiro, por momentos y, fundamentalmente por los aromas que se perciben, se asemeja a un campamento de boy scouts donde la solidaridad está al orden del día.

No hay fuego, pero si garrafas o mecheros calentando las ollas o los discos de arados cocinando fideos y pollo. Otros, en cambio, viajaron con la pieza de mortadela entera para sólo tener que comprar el pan. “Acá hay una ley de oro: tenés que compartir todo. Comida, hielo y hasta el mismísimo fernet si es necesario”, destaca Gramajo.

Ídolos tatuados

Los torsos desnudos de los hinchas impactan ante los ojos. No tienen precisamente el abdomen marcado de Ezequiel Lavezzi, pero sus cuerpos fueron una especie de lienzo para que los tatuadores dieran rienda suelta a su creatividad. Así es como escudos de clubes, ídolos -Diego Maradona, Lionel Messi, Enzo Francescoli y Juan Román Riquelme, en ese orden-, nombres de hijas, esposas y el tradicional “gracias viejo o vieja por...”, forman parte de este inusual paisaje corporal.

“Aquí está toda la pasión del fútbol. Todos estamos a muerte con la Selección. Y si bien nadie tiene entradas para ver la final, estaremos en las pantallas alentando y gritando. Ojalá que nos dejen entrar después para dar la vuelta olímpica”, sueña Sir.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios