12 Julio 2014
ENTRETENIMIENTO. Los turistas pasan su tiempo jugando a consolas de video juego, al metegol o a diferentes juegos.
RÍO DE JANEIRO (Gustavo Rodríguez, enviado especial de LA GACETA).- Hugo Reyna, mexicano, chatea con su novia. Jean Piere Balmezon, camina de un lado a otro esperando que su hija Cristine lo atienda de una vez por todas. Gino Petrucci no para de hablar con su cocoliche. Los mendocinos Luis y Javier Pizarro matan las horas jugando a la Play. En el fan zone de Río, como ocurre en todos los que hay en Brasil, el planeta fútbol se une; es el máximo punto de encuentro de habitantes de diferentes países que, como si fuera un partido, intentan imponer su cultura.
“Estamos las 24 horas atendiendo a la gente. Ahora está tranquilo, pero cuando se aproxime la hora de la final, esto será una locura”, avisa Luiz Galbes, el voluntario que está a cargo de este punto. “Aca se puede hacer de todo. Desde descansar, hasta encontrar soluciones a diferentes problemas”, explica.
En un fan zone hay estructuras de maderas para que los fanáticos coloquen sus colchones y puedan dormir abrigados con sus bolsas de dormir. La sala está repleta de enchufes para que los visitantes puedan cargar sus celulares, el medio de comunicación más utilizado. Hay WiFi que permite navegar sin ningún problema.
El entretenimiento también está asegurado en esa especie de galpón para refugiados. Hay televisores que muestran los partidos y las bellezas de Río, dos plays con el juego de FIFA 2014 –obviamente- y al menos tres metegoles. Todo acompañado por música brasileña de fondo.
“Conocimos el de San Pablo y desde ese momento siempre nos quedamos en estos lugares. Está copado porque es gratis y conocés un montón de gente de otros países. Es como estar en un hostel, pero sin tantas comodidades. Con el dinero que ahorramos, nos quedamos hasta la final”, explican los hermanos Pizarro, de 22 y 25 años.
Balmezon tiene 63 años. Es fanático del fútbol. El gobierno francés lo obligó a retirarse como conductor del metro y qué mejor Brasil 2014 para gastar el dinero extra que cobró. “Esto es el Mundial. Nada de hoteles. Cuando el torneo se jugó en mi patria, envidiaba a los chicos que hacían esto y ahora lo disfruto”, comenta el jubilado que tiene entrada para ver la final –un tesoro de incalculable valor por estos días- y jura que hará barra por Argentina. “Tiene a los mejores jugadores del mundo”, argumenta.
Al mexicano Reyna se lo nota preocupado. “Estoy tratando de explicarle a mi novia que recién volveré el lunes. No me quería perder la final por nada del mundo. Estoy demorado una semana, pero bueno, por ahora me alcanza el dinero. Tendrá que entenderlo”, explica molesto. “Los fan zone son para no gastar ni una moneda. Por eso me quedé hasta la final. Mi hermano Hugo se volvió porque no tenía más dinero”, cuenta.
Gino, el italiano, es el personaje más singular de esta pequeña aldea de 200 metros cubiertos. A los gritos, dice que es napolitano de nacimiento, pero que vive en Milán. “Lo conocí personalmente a Diego Maradona, el dios del fútbol cuando era jovencito. Siempre lo veía en las prácticas y siempre charlaba conmigo. Espero que algún día regrese a su casa”, cuenta mientras espera que un grupo de hinchas de Boca le regalen más cerveza.
“Estamos las 24 horas atendiendo a la gente. Ahora está tranquilo, pero cuando se aproxime la hora de la final, esto será una locura”, avisa Luiz Galbes, el voluntario que está a cargo de este punto. “Aca se puede hacer de todo. Desde descansar, hasta encontrar soluciones a diferentes problemas”, explica.
En un fan zone hay estructuras de maderas para que los fanáticos coloquen sus colchones y puedan dormir abrigados con sus bolsas de dormir. La sala está repleta de enchufes para que los visitantes puedan cargar sus celulares, el medio de comunicación más utilizado. Hay WiFi que permite navegar sin ningún problema.
El entretenimiento también está asegurado en esa especie de galpón para refugiados. Hay televisores que muestran los partidos y las bellezas de Río, dos plays con el juego de FIFA 2014 –obviamente- y al menos tres metegoles. Todo acompañado por música brasileña de fondo.
“Conocimos el de San Pablo y desde ese momento siempre nos quedamos en estos lugares. Está copado porque es gratis y conocés un montón de gente de otros países. Es como estar en un hostel, pero sin tantas comodidades. Con el dinero que ahorramos, nos quedamos hasta la final”, explican los hermanos Pizarro, de 22 y 25 años.
Balmezon tiene 63 años. Es fanático del fútbol. El gobierno francés lo obligó a retirarse como conductor del metro y qué mejor Brasil 2014 para gastar el dinero extra que cobró. “Esto es el Mundial. Nada de hoteles. Cuando el torneo se jugó en mi patria, envidiaba a los chicos que hacían esto y ahora lo disfruto”, comenta el jubilado que tiene entrada para ver la final –un tesoro de incalculable valor por estos días- y jura que hará barra por Argentina. “Tiene a los mejores jugadores del mundo”, argumenta.
Al mexicano Reyna se lo nota preocupado. “Estoy tratando de explicarle a mi novia que recién volveré el lunes. No me quería perder la final por nada del mundo. Estoy demorado una semana, pero bueno, por ahora me alcanza el dinero. Tendrá que entenderlo”, explica molesto. “Los fan zone son para no gastar ni una moneda. Por eso me quedé hasta la final. Mi hermano Hugo se volvió porque no tenía más dinero”, cuenta.
Gino, el italiano, es el personaje más singular de esta pequeña aldea de 200 metros cubiertos. A los gritos, dice que es napolitano de nacimiento, pero que vive en Milán. “Lo conocí personalmente a Diego Maradona, el dios del fútbol cuando era jovencito. Siempre lo veía en las prácticas y siempre charlaba conmigo. Espero que algún día regrese a su casa”, cuenta mientras espera que un grupo de hinchas de Boca le regalen más cerveza.