10 Julio 2014
APRETÓN DE MANOS. En la Catedral, Alperovich y Amaya se saludaron sólo cuando fue estrictamente necesario.
Los primeros en entrar en la Catedral fueron los funcionarios de la municipalidad capitalina. Claro: ellos no habían participado del tradicional izamiento de la bandera que acababa de terminar frente a la Casa de Gobierno, sino que habían aguardado el inicio del Tedeum del otro lado de la plaza Independencia, en los alrededores del templo, solos. Entre muchos otros conceptos, el arzobispo de Tucumán, monseñor Alfredo Zecca, resaltó durante la homilía la importancia de buscar la unidad y el consenso. Estas palabras parecieron retumbar con fuerza en los primeros bancos de la iglesia matriz, donde el gobernador José Alperovich y el intendente Domingo Amaya, distanciados políticamente, apenas cruzaron saludos protocolares.
El mandatario provincial ingresó al último, pasadas las 9, cuando el templo ya estaba lleno. Lo recibió el párroco de la Catedral, Marcelo Barrionuevo, y un cartel con el rostro del diputado nacional y precandidato presidencial, Julián Domínguez (sentado en los primeros bancos), adherido a un andamio.
Entre conceptos filosóficos e históricos, la predicación de Zecca arrancó poco promisoria en lo que se refiere a mensajes políticos. Sin embargo, el religioso aprovechó la oportunidad para cuestionar (sin nombrarlas) algunas políticas que considera como secularizantes.
“Asistimos a una acentuación, siempre bienvenida, del respeto por los derechos humanos. Pero, lamentablemente, no siempre se trata de todos los derechos, porque, por ejemplo, el elemental derecho a la vida y el derecho a la libertad religiosa no siempre son respetados”, pronunció en clara referencia a la ley de fertilización asistida, a los proyectos para legalizar el aborto y a hechos vandálicos cometidos contra símbolos católicos.
“También con dolor advierto que, en muchas oportunidades, los cristianos somos burlados, discriminados y hasta marginados del proyecto de nación. Así cuesta mucho a un político cristiano contrarrestar el clima que generan algunos políticos muchas veces hostil a los propios principios; cuesta mucho a un médico católico practicar su profesión de un modo no reñido con sus propias convicciones; cuesta mucho a un docente creyente no sucumbir ante corrientes pedagógicas hoy en boga; cuesta mucho a los padres cristianos llevar adelante la educación de sus hijos fundada en los principios religiosos”, insistió el arzobispo.
Alperovich y su esposa, la senadora Beatriz Rojkés, lo escucharon sentados en un sitio de honor. Justo detrás de ellos se ubicaron Amaya; el ministro de Salud de la Nación y vicegobernador en uso de licencia, Juan Manzur; el secretario de Obras Públicas de la Nación, José López; el diputado nacional ultrakirchnerista, Carlos Kunkel, y el ministro del Interior de la Provincia, Osvaldo Jaldo. Al final de la ceremonia, mientras esperaban para saludar al arzobispo, Alperovich y Rojkés cruzaron palabras y sonrisas con Manzur, López y Kunkel; Amaya se limitó a mirarlos.
“Una sociedad firmemente arraigada en Dios no puede ser sino inclusiva, integradora. Una sociedad así -había dicho Zecca instantes antes- busca la comunión y trata de solucionar el conflicto. Lamentablemente, esa visión se deja de lado cuando se pretende construir desde el conflicto”.
“A Tucumán le regalaría para el Bicentenario un llamamiento a ser fiel a la fe cristiana con la que nació este pueblo“ (Alfredo Zecca, Arzobispo de Tucumán)
“Para el Bicentenario, a Tucumán le regalaría el fortalecimiento de las instituciones. Es el camino para que crezcan los pueblos” (Domingo Amaya, Intendente de S. M. de Tucumán)
“A Tucumán hay que regalarle trabajo, educación y salud. Son cosas centrales que debe tener una sociedad para mirar al futuro” (Juan Manzur, Ministro de Salud de la Nación)
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