Por Leo Noli
08 Julio 2014
Si el Mundial tuviese una conexión divina con el más allá, posta, rozaría lateralmente el Purgatorio. Da la impresión que hay otro aire, que se está limpiando la tierra de mala onda y que, pese a los golpes diarios de la vida, el humor aumenta con cada gambeta y triunfo nacional en Brasil. La Plaza Independencia termina siendo la puerta previa a la entrada al paraíso de la felicidad, y los partidos de Argentina, obviamente, la purga a la tensión y a los pecados cometidos en la semana.
Hay otra vibra, estoy seguro. Como que el vecino te mira y te saluda, o como cuando gritaste el gol de “Pipita” Higuaín y te abrazaste con el primero que encontraste, si no llegaste a tiempo a casa para ver el partido. El Mundial es una bendición entre tantas pálidas, es el segundo empujón a la no vagancia; el mejor socio para unir amistades o reconciliar viejas rencillas con gente que querés pero que no ves por orgulloso/a. El Mundial une, te hace aferrar a la patria, a escuchar el himno y a volverte 100% nacional.
Esto no se trata de política sino de amor a la camiseta. No se trata de tandas publicitarias sino del reencuentro con las raíces, con sentir que en una cancha de fútbol 11 tipos juegan por el honor del país. Y por el tuyo. Y eso vos te gusta eso, te aumenta el ego porque si tuvieras la posibilidad de vestir la celeste y blanca soñarías con ser San Martín y que Brasil sea un cruce de la Cordillera y vos el dueño del caballo blanco y de los aplausos por haber sido el libertador de un pueblo golpeado pero que por estos días día vive en una nube ante la posibilidad de volver a levantar una copa.
Estamos a dos pasos, a dos pasos. El título está tan cerca como lejos. Hoy más que nunca habrá que apoyar, enviar toda lo bueno que recibimos y por duplicado. Estamos lejos de la Selección, pero a la vez bien cerca, y como somos un país unido, deportivamente hablando, hay que hacérselo sentir al mundo.
Hay otra vibra, estoy seguro. Como que el vecino te mira y te saluda, o como cuando gritaste el gol de “Pipita” Higuaín y te abrazaste con el primero que encontraste, si no llegaste a tiempo a casa para ver el partido. El Mundial es una bendición entre tantas pálidas, es el segundo empujón a la no vagancia; el mejor socio para unir amistades o reconciliar viejas rencillas con gente que querés pero que no ves por orgulloso/a. El Mundial une, te hace aferrar a la patria, a escuchar el himno y a volverte 100% nacional.
Esto no se trata de política sino de amor a la camiseta. No se trata de tandas publicitarias sino del reencuentro con las raíces, con sentir que en una cancha de fútbol 11 tipos juegan por el honor del país. Y por el tuyo. Y eso vos te gusta eso, te aumenta el ego porque si tuvieras la posibilidad de vestir la celeste y blanca soñarías con ser San Martín y que Brasil sea un cruce de la Cordillera y vos el dueño del caballo blanco y de los aplausos por haber sido el libertador de un pueblo golpeado pero que por estos días día vive en una nube ante la posibilidad de volver a levantar una copa.
Estamos a dos pasos, a dos pasos. El título está tan cerca como lejos. Hoy más que nunca habrá que apoyar, enviar toda lo bueno que recibimos y por duplicado. Estamos lejos de la Selección, pero a la vez bien cerca, y como somos un país unido, deportivamente hablando, hay que hacérselo sentir al mundo.
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