06 Julio 2014
UNA BANDA. Los peruanos viajaron miles de kilómetros para llegar a Brasilia y poder alentar al equipo que dirige Sabella.
¿Hinchada o Torre de Babel? Las dos cosas. Por un día, el mundo -condensado en fanáticos de 11 países- se puso la camiseta albiceleste para alentar a la Selección. Ese respaldo colorido y cosmopolita bajó desde las tribunas del “Mané Garrincha” al campo y el equipo lo agradeció con el triunfo y el pase a las semifinales. ¿Y por qué tanto cariño por Argentina? Las razones son varias, empezando por un sonido que se reproduce en las respuestas: Messi, Messi, Messi. El apellido del crack repiquetea igual en todos los idiomas. Los brasileños también lo admiran, pero esconden los sentimientos porque la rivalidad los obliga a embanderarse detrás de Bélgica. ¿Bélgica? Sí, Bélgica.
“Soy incondicional de Argentina desde 1986, tanto que viajé desde El Salvador solamente para ver este partido. Llegué el viernes y me voy en el acto porque el lunes tengo que trabajar”, resalta Juan Manuel Bruyeros. Él es empleado de la aerolínea Avianca y se pasea por la explanada del estadio envuelto en la bandera azul y blanca de su país. Lo acompañan dos amigos, que no parecen tan entusiasmados por la Selección. Juan Manuel se ríe de ellos y vaticina: acá juega el campeón.
La barra está enfervorizada y clama a los cuatro vientos: “¡Brasil, decime qué se siente, tener en casa a tu papá…!” Shinji Yamaguchi está fascinado y se prende entre los saltos. No tiene ni idea de lo que están cantando pero no le importa. Shinji llegó desde Nagoya con la camiseta de la Selección, anteojitos 100% japoneses, un gorro divertido y nociones mínimas de inglés. Chapucero y todo se hace entender. Cuenta que vio en Yokohama la final del Mundial de Clubes entre Barcelona y Santos. Messi vs. Neymar. “¡Messi is the best!”, sostiene.
Hablando de personajes, hay que prestarle atención a Errol Damas. Sudafricano hasta la médula, de Ciudad del Cabo, declara que alentará a Argentina porque es el país de Boca. Señala su gorra auriazul y pregunta: “¿por qué no juega Riquelme?” Errol se hizo amigo de los argentinos, que le pusieron Erlito. Está chocho con el apodo. Eso sí: entró al estadio con la camiseta de los Bafana Bafana y la bandera de Sudáfrica en el hombro.
Hay otras camisetas, que parecen de River a lo lejos pero se van delineando mejor a medida que se acerca un nutrido grupo. “Nos cansamos de viajar. Vinimos en una combi desde Puno, en Perú, a 4.500 metros sobre el nivel del mar. Y ¡vamos Argentina!”, vocifera el cabecilla de la banda. “Nos encanta este Mundial, lástima lo de Neymar”, añade. Sí, una lástima. ¿Y por qué van por la Selección los chilenos Rodrigo Callejón y Nicole Álvarez? “Pues por la hermandad latinoamericana”, subraya Rodrigo. Clarito. De paso, recuerda el partido Brasil-Chile. “Cuando el tiro de Pinilla dio en el travesaño me dije: hasta acá llegamos”, confiesa. Nadie olvidará esa dramática tarde allende la cordillera.
Un extraño personaje va y viene con una bandera que dice “Cristo salva a Israel”. ¿Argentina?, se le pregunta. El pulgar indica arriba. Más explícitos son los australianos Joe y Bashir, quienes combinaron la pintura azul de la cara con pelucas albicelestes. Están con su mamá, Rania, cuya familia emigró desde Jordania a Oceanía. Todos van por Argentina, al igual que el canadiense David Turko. Torso desnudo, bandera en la espalda, David ruega para que el fútbol prenda en su país de una vez por todas, pero lo ve lejano.
Más vale no tocar la política con los hermanos venezolanos Guido y Gustavo Petit. Las gorras los identifican como seguidores del líder opositor Félix Capriles. “¿Cómo están las cosas en su país?” “Mejor hablemos de fútbol”, responden. A un costado pasa una de las parejas más llamativas de la mañana. La conforman un chino (Yang) y una kazaja (Julia) ataviados con relucientes camisetas naranjas (de Holanda). Hablan poco y sonríen mucho. “Argentina, Argentina”, repiten. Sí, en un Mundial se encuentra de todo.
Tan heterogénea y llamativa es la convocatoria que la Selección encontró un pequeño grupo de hinchas ¡de Malasia! Son cuatro chicas, amigas inseparables desde la secundaria, a las que el viento de Brasilia no les mueve un pelo. Lógico, llevan la cabeza cubierta, como manda su religión. Son simpáticas y parlanchinas, en especial Nadiah, que se puso la albiceleste y confiesa que hace dos años anduvo de paseo por Buenos Aires. “Hermoso, me encantó el Tigre”, explica. “¿No fuiste a Tucumán?” “¿A dónde?” Azita, Adina y Faveedza la rodean entre carcajadas. A centímetros de ella está el actor Jean Pierre Noher, asediado apenas la hinchada lo descubre detrás de los lentes oscuros. “¿Y ese quién será?”, se preguntan.
Se va acercando el mediodía y todos enfilan rumbo a las entrañas del gigante de cemento. Se escuchan cantos desde las tribunas y pican las ganas de ingresar. Pasan dos estadounidenses, cerveza en mano. “¿Van por Argentina?” “No, por Bélgica. Y queremos que Brasil sea el campeón”, responden. Siempre habrá gente con mala onda.
“Soy incondicional de Argentina desde 1986, tanto que viajé desde El Salvador solamente para ver este partido. Llegué el viernes y me voy en el acto porque el lunes tengo que trabajar”, resalta Juan Manuel Bruyeros. Él es empleado de la aerolínea Avianca y se pasea por la explanada del estadio envuelto en la bandera azul y blanca de su país. Lo acompañan dos amigos, que no parecen tan entusiasmados por la Selección. Juan Manuel se ríe de ellos y vaticina: acá juega el campeón.
La barra está enfervorizada y clama a los cuatro vientos: “¡Brasil, decime qué se siente, tener en casa a tu papá…!” Shinji Yamaguchi está fascinado y se prende entre los saltos. No tiene ni idea de lo que están cantando pero no le importa. Shinji llegó desde Nagoya con la camiseta de la Selección, anteojitos 100% japoneses, un gorro divertido y nociones mínimas de inglés. Chapucero y todo se hace entender. Cuenta que vio en Yokohama la final del Mundial de Clubes entre Barcelona y Santos. Messi vs. Neymar. “¡Messi is the best!”, sostiene.
Hablando de personajes, hay que prestarle atención a Errol Damas. Sudafricano hasta la médula, de Ciudad del Cabo, declara que alentará a Argentina porque es el país de Boca. Señala su gorra auriazul y pregunta: “¿por qué no juega Riquelme?” Errol se hizo amigo de los argentinos, que le pusieron Erlito. Está chocho con el apodo. Eso sí: entró al estadio con la camiseta de los Bafana Bafana y la bandera de Sudáfrica en el hombro.
Hay otras camisetas, que parecen de River a lo lejos pero se van delineando mejor a medida que se acerca un nutrido grupo. “Nos cansamos de viajar. Vinimos en una combi desde Puno, en Perú, a 4.500 metros sobre el nivel del mar. Y ¡vamos Argentina!”, vocifera el cabecilla de la banda. “Nos encanta este Mundial, lástima lo de Neymar”, añade. Sí, una lástima. ¿Y por qué van por la Selección los chilenos Rodrigo Callejón y Nicole Álvarez? “Pues por la hermandad latinoamericana”, subraya Rodrigo. Clarito. De paso, recuerda el partido Brasil-Chile. “Cuando el tiro de Pinilla dio en el travesaño me dije: hasta acá llegamos”, confiesa. Nadie olvidará esa dramática tarde allende la cordillera.
Un extraño personaje va y viene con una bandera que dice “Cristo salva a Israel”. ¿Argentina?, se le pregunta. El pulgar indica arriba. Más explícitos son los australianos Joe y Bashir, quienes combinaron la pintura azul de la cara con pelucas albicelestes. Están con su mamá, Rania, cuya familia emigró desde Jordania a Oceanía. Todos van por Argentina, al igual que el canadiense David Turko. Torso desnudo, bandera en la espalda, David ruega para que el fútbol prenda en su país de una vez por todas, pero lo ve lejano.
Más vale no tocar la política con los hermanos venezolanos Guido y Gustavo Petit. Las gorras los identifican como seguidores del líder opositor Félix Capriles. “¿Cómo están las cosas en su país?” “Mejor hablemos de fútbol”, responden. A un costado pasa una de las parejas más llamativas de la mañana. La conforman un chino (Yang) y una kazaja (Julia) ataviados con relucientes camisetas naranjas (de Holanda). Hablan poco y sonríen mucho. “Argentina, Argentina”, repiten. Sí, en un Mundial se encuentra de todo.
Tan heterogénea y llamativa es la convocatoria que la Selección encontró un pequeño grupo de hinchas ¡de Malasia! Son cuatro chicas, amigas inseparables desde la secundaria, a las que el viento de Brasilia no les mueve un pelo. Lógico, llevan la cabeza cubierta, como manda su religión. Son simpáticas y parlanchinas, en especial Nadiah, que se puso la albiceleste y confiesa que hace dos años anduvo de paseo por Buenos Aires. “Hermoso, me encantó el Tigre”, explica. “¿No fuiste a Tucumán?” “¿A dónde?” Azita, Adina y Faveedza la rodean entre carcajadas. A centímetros de ella está el actor Jean Pierre Noher, asediado apenas la hinchada lo descubre detrás de los lentes oscuros. “¿Y ese quién será?”, se preguntan.
Se va acercando el mediodía y todos enfilan rumbo a las entrañas del gigante de cemento. Se escuchan cantos desde las tribunas y pican las ganas de ingresar. Pasan dos estadounidenses, cerveza en mano. “¿Van por Argentina?” “No, por Bélgica. Y queremos que Brasil sea el campeón”, responden. Siempre habrá gente con mala onda.
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