ACTÚA HOY
• A las 21, en el teatro Alberdi (Crisóstomo Álvarez y Jujuy)
Doña Jovita llega al microcentro y cosecha miradas de todos. Maneja su vehículo Segway con las piernas, como lo hace un baqueano con su burro, y conversa con quienes la reconocen sin bajarse de él. Llega a la cita con LA GACETA vestida con su batón y con varias ropas debajo para combatir el frío que la asusta. Se cuida para poder subir en buenas condiciones hoy al teatro Alberdi, con su “Gambeteando pecados”, el nuevo espectáculo de esta vieja comarcana de la serranía cordobesa, que comparte con sus “nietos”.
Se apura en explicar que los pecados que cuenta no son los clásicos de la Biblia, sino que toma esa palabra en su acepción más vieja que significa “errar o no acertar en el blanco”. Pero sí les regala a los lectores de LAGACETA.com una parte de su monólogo: cuando relata el pecado original de Eva y Adán.
Debajo de las capas de maquillaje y de la caracterización cuidada, José Luis Serrano le da carne y pensamiento a su creación. “Jovita nació hace más de 28 años por la necesidad de reivindicar el ser serrano, frente a la ausencia de modos y a todo lo perdido. Soy de Villa Dolores, iba a la sierra en bicicleta, pero hoy han cambiado muchas cosas, como en todo el planeta”, dijo.
- ¿Doña Jovita tiene un discurso ideológico?
- Absolutamente. A ella no le hago decir ninguna cosa que me irrite, aunque su prioridad sea hacer reír de forma inocente. No me planteo hacer “humor blanco” (sin groserías), sino que es un sentimiento. Luego se acomodan las cosas, de acuerdo a la emoción, al vínculo con la tierra, con los animales y con la patria. Lleva el nombre de mi abuela materna, pero ella era una sabia silenciosa.
- ¿Por qué tu personaje es netamente popular?
- El artista debe acompañar el pulso del pueblo y estar junto a los cambios, y no desde una manera pasiva. La viejita que compongo se nutre de las voces de muchos humildes resignados, pero yo no me resigno. Hay reclamos sociales insatisfechos. Cuando todo empezó, estábamos ensayábamos la democracia, y todavía lo estamos haciendo. Ahora vemos una muerte inexorable de los pueblos chicos, pero algunos todavía cuidan su identidad, sus pequeños espacios y sus tradiciones; es riesgoso perderlas, porque caminaríamos sin saber por dónde. Hay un fuerte avance de las fronteras agrícolas por el desmonte, y se siente mucho la ausencia de la fauna y de la flora y de la cultura que nos vinculaba con ella, como los sobrenombres perdidos a los amigos, Quirquincho o Guanaco. Pero el canto no tiene que ser resentido, sino alegre y agradecido. Sigo creyendo en las raíces no por folclorismo sino por una necesidad visceral.
- Todo empezó cuando estudiabas en la Facultad.
- Yo la hacía en radio, y fue Rudy Arrieta quien me propuso hacer una rutina teatral en El Boliche de Santiago, una institución al estilo El Alto de la Lechuza. La repercusión me superó, me asustó y me tuve que poner a estudiar teatro sobre la marcha.
- ¿Qué estudiabas?
- Soy agrónomo, pero ya no me dedico a la profesión. Hice pasturas y tuve cabras, pero sobre todo para incentivar la producción e impulsar un contagio social, porque el que tenía una majada sentía que era pobre. Bregaba para que se rompa ese complejo de inferioridad, esa construcción social negativa; ahora es distinto. Los minifundios deberían ser una solución en la lucha contra el desamparo y la desigualdad que generan los latifundios.
- La gente te da mucho afecto.
- Y eso me conmueve, me obliga y me pone en una situación de gran responsabilidad. Con las palabras se pueden cambiar muchas cosas y ayudar mucho. Lo mío no es nostálgico, sino que busca la acción social. De hecho, hace pocos días inauguré una escuela musical y centro cultural en Villa Dolores. Se llama “María Lolo”, como mi abuela paterna.