Por Carlos Páez de la Torre H
05 Julio 2014
PAUL GROUSSAC. Hizo notar que a Laprida le tocó la suerte de presidir el Congreso en julio y que por esa razón no fue olvidado, como ocurrió con muchos otros. la gaceta / archivo
En “El Congreso de Tucumán”, Paul Groussac hizo una colorida síntesis de los hechos fundamentales de la asamblea de 1816. Entresacaremos los párrafos sobre la presidencia. Al iniciarse las sesiones, en marzo, presidía el Congreso el doctor Pedro Medrano. Las funciones de presidente y vice se renovaban cada mes.
Así, “a la feliz casualidad de haber ocupado el sillón durante el mes de julio, debe el honrado diputado por San Juan, D. Francisco Narciso Laprida, gran parte de su celebridad (pues de su fin trágico en el Pilar nada se supo por muchos años). Además de la gloria legítima que le toca por encabezar la lista de los firmantes del acta inmortal, aparece ante el mundo –y así le designa Sarmiento en veinte de sus obras- como presidente del Congreso de Tucumán”. La verdad es que “presidió un mes, ni más ni menos que su predecesor y sucesor inmediatos, los doctores Bustamante y Thames, de quienes nadie se acuerda”.
Para secretarios, “señalándose así la importancia primordial que a estas funciones se atribuía”, se designó a los doctores Juan José Paso y Mariano Serrano. Serían, al parecer, “los principales autores de los manifiestos y comunicaciones del Congreso”. En abril, se creó el cargo de prosecretario, desempeñado por el futuro obispo José Agustín Molina. A su cargo deben haber corrido los extractos de las sesiones que se publicaron en el “Redactor del Congreso”. El editor era fray Cayetano Rodríguez, “que solía zurcir a las actas verdaderos ‘editoriales’, amoldados al mal gusto enfático de su tiempo y desaliñados como todo lo suyo”. A pesar de eso, tienen gran importancia como reflejo fiel, aunque fragmentario, de la fisonomía del Congreso.
Así, “a la feliz casualidad de haber ocupado el sillón durante el mes de julio, debe el honrado diputado por San Juan, D. Francisco Narciso Laprida, gran parte de su celebridad (pues de su fin trágico en el Pilar nada se supo por muchos años). Además de la gloria legítima que le toca por encabezar la lista de los firmantes del acta inmortal, aparece ante el mundo –y así le designa Sarmiento en veinte de sus obras- como presidente del Congreso de Tucumán”. La verdad es que “presidió un mes, ni más ni menos que su predecesor y sucesor inmediatos, los doctores Bustamante y Thames, de quienes nadie se acuerda”.
Para secretarios, “señalándose así la importancia primordial que a estas funciones se atribuía”, se designó a los doctores Juan José Paso y Mariano Serrano. Serían, al parecer, “los principales autores de los manifiestos y comunicaciones del Congreso”. En abril, se creó el cargo de prosecretario, desempeñado por el futuro obispo José Agustín Molina. A su cargo deben haber corrido los extractos de las sesiones que se publicaron en el “Redactor del Congreso”. El editor era fray Cayetano Rodríguez, “que solía zurcir a las actas verdaderos ‘editoriales’, amoldados al mal gusto enfático de su tiempo y desaliñados como todo lo suyo”. A pesar de eso, tienen gran importancia como reflejo fiel, aunque fragmentario, de la fisonomía del Congreso.
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