Por Andrés Burgo
05 Julio 2014
TESTIGOS DE SELECCIÓN. El plantel argentino hizo ayer el reconocimiento de campo del impactante estadio Mané Garrincha, que homenajea al máximo gambeteador. reuters
El escenario en el que Argentina saldrá hoy ante Bélgica a la caza de una semifinal que se le rebela hace 24 años, el Mané Garrincha de Brasilia, tiene un nombre a la altura de su espectacularidad. El estadio que homenajea al mayor gambeteador de la historia del fútbol podría ser confundido con un plato volador recién aterrizado en el Macizo de Brasilia, una de las grandes planicies del mundo.
A cambio de 870 millones de dólares, el Mané Garrincha es el coliseo más caro de los 12 construidos y reformados para el Mundial 2014 y el tercero más oneroso del mundo, detrás de Wembley, en Londres, y de Stade de Suisse, en Berna.
La suntuosidad se acrecienta porque la capital de Brasil parece una ciudad inspirada en Blade Runner o Futurama. Brasilia, que fue creada en el medio de la nada en 1960, agrupa a magníficos edificios gubernamentales y poco más. El costo de vida es el más caro del país y la mayoría de los brasilienses, salvo políticos y embajadores, viven en las ciudades satélites del Distrito Federal. En Brasil desdeñan a la capital como una ciudad desalmada, y encima sin fútbol: aquí no hay equipos que jueguen en la Serie A del Brasileirao, ni en la B ni en la C. Recién en la cuarta categoría aparece el Brasiliense.
Lionel Messi y sus seguidores, los 10 de adentro de la cancha más los miles de afuera, le darán hoy su corazón a un estadio impresionante pero inútil -o inutilizado-. Lo que reverencia al Mané Garrincha, además de su modernismo, es su nombre: el gran wing de todos los tiempos -y bicampeón del mundo en 1958 y 1962- merece tanto respeto que, aunque pocos lo sepan, un grito habitual en nuestras tribunas, el “¡ole, ole!”, nació gracias a sus gambetas indescifrables. Su influencia es tan fuerte en el fútbol argentino que por Garrincha también surgió el nombre del único diario deportivo del país.
El canto inspirado por Mané, que murió en 1983 a los 49 años víctima del alcoholismo y la miseria, no nació en un partido Argentina-Brasil pero sí en un contexto parecido: en un amistoso que River y Botafogo jugaron en México DF el 20 de febrero de 1958, unos meses antes de que Garrincha y Pelé se dieran a conocer en el Mundial de Suecia. En perjuicio del orgullo futbolero patrio, el “¡ole!” fue el regodeo del público mexicano al ver cómo un delantero brasileño despatarraba a un defensor argentino. El clown fue Garrincha. La víctima, Federico Vairo.
Sucedió en un pentagonal: además de River y Botafogo estaban Toluca, Guadalajara y Zacatepec, todos de México. Clima de mariachis en las tribunas con 100.000 personas. De un lado, Ángel Labruna, Néstor Pipo Rossi, Norberto Beto Menéndez, Roberto “Mono” Zárate y Amadeo Carrizo. Del otro, Didí, Nilton Santos, Garrincha. Casi un Argentina-Brasil, un empate anecdótico 1-1 y un show inolvidable, el de Garrincha, el delantero zambo, el de los pies girados 80 grados hacia adentro, el de la pierna derecha seis centímetros más corta que la izquierda, el de la columna vertebral torcida, el maestro inspirador de René Houseman, Oreste Corbatta y Ariel Ortega. El genio.
Garrincha hizo la jugada de toda su vida. Amagaba y pasaba con la pelota. Vairo no lo podía detener. Hasta ahí nada raro. Pero de repente lo inédito: en las tribunas empezó a escucharse el “¡ole, ole!”, como si fuese una corrida de toros. México es el país de América con mayor cultura taurina. Garrincha era el torero. Vairo, el toro.
El libro “Subterráneos del Fútbol”, de Joao Saldanha, periodista brasileño y entrenador de la selección de su país (clasificó a Brasil al Mundial 70 pero fue despedido tres meses antes de la Copa) agrega datos: “River era el mejor equipo de Sudamérica. Pocas veces vi un amistoso jugado con tanta seriedad y respeto mutuo. Pero lo inolvidable fue Garrincha. Nunca vi algo igual. Sólo los mexicanos, expertos en toros, podrían haber estado tan sincronizados. Siempre que Mané se detuvo frente a Vairo, los espectadores estaban en el silencio más profundo. Y cuando Mané daba su famoso regate y Vairo pasaba de largo, un coro de 100.000 personas gritaban ‘¡oleee!’”, escribió Saldanha.
“El ¡ole! en México es diferente al nuestro. Se inicia con una larga O, sonando muy grave. En uno de los momentos en que Vairo estaba de pie delante de Garrincha, uno de los clarines de los mariachis largó el sonido de la tauromaquia. El estadio se cayó al suelo de la emoción. Minella, el técnico de River, lo cambió a Vairo antes de que terminara el partido. Vairo se fue riéndose: ‘No hay nada que hacer, es imposible sacarle la pelota’. Y le dijo a su compañero que entraba: ‘Buena suerte, pero te aconsejo que le escribas una carta a tu mamá’. Al final, los hinchas dieron una vuelta olímpica con Mané entre sus hombros. Acababa de nacer el ¡ole!, y desde entonces es más fácil derribar a un gobierno que acabar con el ¡ole! en el fútbol”, se lee en “Subterráneos del Fútbol”.
Al comienzo, el espíritu del “¡ole!” era visto con desconfianza: parecía una burla, un canto antideportivo. Con los años, sin embargo, se universalizó y adoptó un doble significado: en la primera acepción, para una acción individual (un caño, por ejemplo), pero después también para jugadas colectivas de varios pases seguidos entre compañeros.
En realidad, Garrincha nació en Río de Janeiro. Sus bisabuelos eran indígenas del norte, en Alagoas. El estadio de Brasilia adoptó su nombre en la década del 80, después de su muerte. Nada mejor que Messi le haga un homenaje propio y desde las tribunas baje el “¡ole, ole!” argentino para festejar el pase a las semifinales.
A cambio de 870 millones de dólares, el Mané Garrincha es el coliseo más caro de los 12 construidos y reformados para el Mundial 2014 y el tercero más oneroso del mundo, detrás de Wembley, en Londres, y de Stade de Suisse, en Berna.
La suntuosidad se acrecienta porque la capital de Brasil parece una ciudad inspirada en Blade Runner o Futurama. Brasilia, que fue creada en el medio de la nada en 1960, agrupa a magníficos edificios gubernamentales y poco más. El costo de vida es el más caro del país y la mayoría de los brasilienses, salvo políticos y embajadores, viven en las ciudades satélites del Distrito Federal. En Brasil desdeñan a la capital como una ciudad desalmada, y encima sin fútbol: aquí no hay equipos que jueguen en la Serie A del Brasileirao, ni en la B ni en la C. Recién en la cuarta categoría aparece el Brasiliense.
Lionel Messi y sus seguidores, los 10 de adentro de la cancha más los miles de afuera, le darán hoy su corazón a un estadio impresionante pero inútil -o inutilizado-. Lo que reverencia al Mané Garrincha, además de su modernismo, es su nombre: el gran wing de todos los tiempos -y bicampeón del mundo en 1958 y 1962- merece tanto respeto que, aunque pocos lo sepan, un grito habitual en nuestras tribunas, el “¡ole, ole!”, nació gracias a sus gambetas indescifrables. Su influencia es tan fuerte en el fútbol argentino que por Garrincha también surgió el nombre del único diario deportivo del país.
El canto inspirado por Mané, que murió en 1983 a los 49 años víctima del alcoholismo y la miseria, no nació en un partido Argentina-Brasil pero sí en un contexto parecido: en un amistoso que River y Botafogo jugaron en México DF el 20 de febrero de 1958, unos meses antes de que Garrincha y Pelé se dieran a conocer en el Mundial de Suecia. En perjuicio del orgullo futbolero patrio, el “¡ole!” fue el regodeo del público mexicano al ver cómo un delantero brasileño despatarraba a un defensor argentino. El clown fue Garrincha. La víctima, Federico Vairo.
Sucedió en un pentagonal: además de River y Botafogo estaban Toluca, Guadalajara y Zacatepec, todos de México. Clima de mariachis en las tribunas con 100.000 personas. De un lado, Ángel Labruna, Néstor Pipo Rossi, Norberto Beto Menéndez, Roberto “Mono” Zárate y Amadeo Carrizo. Del otro, Didí, Nilton Santos, Garrincha. Casi un Argentina-Brasil, un empate anecdótico 1-1 y un show inolvidable, el de Garrincha, el delantero zambo, el de los pies girados 80 grados hacia adentro, el de la pierna derecha seis centímetros más corta que la izquierda, el de la columna vertebral torcida, el maestro inspirador de René Houseman, Oreste Corbatta y Ariel Ortega. El genio.
Garrincha hizo la jugada de toda su vida. Amagaba y pasaba con la pelota. Vairo no lo podía detener. Hasta ahí nada raro. Pero de repente lo inédito: en las tribunas empezó a escucharse el “¡ole, ole!”, como si fuese una corrida de toros. México es el país de América con mayor cultura taurina. Garrincha era el torero. Vairo, el toro.
El libro “Subterráneos del Fútbol”, de Joao Saldanha, periodista brasileño y entrenador de la selección de su país (clasificó a Brasil al Mundial 70 pero fue despedido tres meses antes de la Copa) agrega datos: “River era el mejor equipo de Sudamérica. Pocas veces vi un amistoso jugado con tanta seriedad y respeto mutuo. Pero lo inolvidable fue Garrincha. Nunca vi algo igual. Sólo los mexicanos, expertos en toros, podrían haber estado tan sincronizados. Siempre que Mané se detuvo frente a Vairo, los espectadores estaban en el silencio más profundo. Y cuando Mané daba su famoso regate y Vairo pasaba de largo, un coro de 100.000 personas gritaban ‘¡oleee!’”, escribió Saldanha.
“El ¡ole! en México es diferente al nuestro. Se inicia con una larga O, sonando muy grave. En uno de los momentos en que Vairo estaba de pie delante de Garrincha, uno de los clarines de los mariachis largó el sonido de la tauromaquia. El estadio se cayó al suelo de la emoción. Minella, el técnico de River, lo cambió a Vairo antes de que terminara el partido. Vairo se fue riéndose: ‘No hay nada que hacer, es imposible sacarle la pelota’. Y le dijo a su compañero que entraba: ‘Buena suerte, pero te aconsejo que le escribas una carta a tu mamá’. Al final, los hinchas dieron una vuelta olímpica con Mané entre sus hombros. Acababa de nacer el ¡ole!, y desde entonces es más fácil derribar a un gobierno que acabar con el ¡ole! en el fútbol”, se lee en “Subterráneos del Fútbol”.
Al comienzo, el espíritu del “¡ole!” era visto con desconfianza: parecía una burla, un canto antideportivo. Con los años, sin embargo, se universalizó y adoptó un doble significado: en la primera acepción, para una acción individual (un caño, por ejemplo), pero después también para jugadas colectivas de varios pases seguidos entre compañeros.
En realidad, Garrincha nació en Río de Janeiro. Sus bisabuelos eran indígenas del norte, en Alagoas. El estadio de Brasilia adoptó su nombre en la década del 80, después de su muerte. Nada mejor que Messi le haga un homenaje propio y desde las tribunas baje el “¡ole, ole!” argentino para festejar el pase a las semifinales.