Por Leo Noli
26 Junio 2014
REVOLUCIÓN. Los nenes quedaron encantados con los regalos de LA GACETA.
La escuela de El Nogalito tiene posición de castillo medieval. Está protegida y cuenta con una vista envidiable. Es un paraíso con panorámica de 360 grados. La calidez de sus integrantes le da otro color pasional a la cuestión, de hecho. Es una familia pequeña de corazón enorme. Allí, día a día conviven maestros, la directora, Sarita, padres, colaboradores y 92 almitas con sueños de grandeza forjándose desde el jardín de infantes hasta el tercer año del secundario.
La escuela de El Nogalito está revolucionada. Llegaron LA GACETA y el Cine Móvil de Cultura. Hay fiesta. Juega Argentina y ellos, los que están alejados de los vicios de toda jungla de cemento, se abren a los forasteros. Los nenes esperan un saludo, una mano, un abrazo, un upa; que les cuentes un poco sobre lo que vos hacés a diario. Te piden con la mirada que les muestres con historias esa metrópolis que ellos apenas conocen por TV. La naturaleza y la paz es su hábitat, pero este miércoles la escuelita tiene el brillo de Nueva York, el vértigo de una Buenos Aires recién despierta y la pasión de 40 millones de argentos encerrada en un cuarto dos por dos. Es un volcán este paraíso tucumano, ubicado entre El Siambón y Potrero de las Tablas.
Malena, nuestra primera amiga del viaje, tiene nueve años. Malena te pisa el freno a la distancia, no te da cabida porque antes tantea la situación. Cuando aprueba su amistad, te regala una sonrisa y una catarata de palabras. Es medio rebelde Malena. No quiere pintarse la banderita argentina con témpera en la cara como sí lo hizo la mayoría. Se niega. De rebelde que es. Es más, te torea y te avisa que no va a gritar los goles de Lionel Messi ni de la Selección. Es arisca Malena; y contundente.
Los familia se prepara para la foto de recuerdo y ella no va. Quiere convertirse en fotógrafa. Lo mismo hará minutos después con el partido con Nigeria en llamas. Celular en mano, flash encendido, Malena buscará retratar los momentos de un partido de a ratos para el infarto. Tiene pasta.
La luchadora
A Sarita le urge clonarse. Las obligaciones la rebasan. La llaman de un aula, en otra la espera una reunión, y así sucesivamente. Ni hablar de lo pegadito que está el partido con los africanos. Sin embargo, ella no pierde la chispa de quien lo hace todo a pulmón y orgullosa de su elección, de su obligación como madre postiza. Los maestros de alta montaña son bichos raros, tan raros que ríen cuando cuentan sus peripecias cotidianas.
“Soy de Villa Carmela y todos los días vengo hasta acá”. No es tanto la distancia, sino el cómo llegar. Quizás a Sarita le sería más sencillo viajar a la luna que a El Nogalito. Igual, a ella no se le cae un pelo. Renegar, jamás. “Desde 2011 que estoy y mirá cómo está todo”, abre sus brazos cual empresaria de bienes raíces y muestra cada metro construido de un edificio impecable. Le faltarán detalles, sí, pero luce impecable. “Acá hay mucho esfuerzo. De nuestra parte, de los padres. Recibimos una mano de Políticas Sociales con los alimentos, del Ministerio de Educación y de... nuestros bolsillos”, cuenta.
Entre el suspiro de la directora y la respuesta final hay un paréntesis. La colaboración gubernamental parece estar en orden. ¿No? Ni. “Jamás recibimos nada de la comuna de San Pablo, a quien pertenece la escuela. Jamás”, se queja Sarita con el traje de fajina recién planchado y listo para ensuciarlo. “Ni en cuenta nos tienen. Y el delegado comunal, José Carmona, hasta nos miente, además de tenernos olvidados. El año pasado había que arreglar el camino de acceso. Carmona me dijo que lo pague, que la comuna me lo devolvía. Hace un año que espero $ 1.500. Lo pagué de mi bolsillo”, denuncia. Sarita está tan acostumbrada a que Carmona no cumpla que ya no reniega. El Nogalito está en territorio comunitario del pueblo Lules, y entre la familia de la escuela y la comunidad indígena se unen en bloque. La felicidad ante todo...
¡Argentina corazón!
Los equipos salen a la cancha. Las estrofas del himno reducido encienden la piel. Las plateas improvisadas son exclusividad de los estudiantes. En el fondo está la pesada, padres, profesores y visitantes. Es hora del almuerzo, entonces, para acelerar el trámite, los platos calientes de locro llegan a las manos de los protagonistas.
El veloz gol de Messi casi produce un enchastre sideral. Hubo que reaccionar a tiempo para no hacer volar la comida. Y si el 1-0 contagió algarabía, el 1-1 fue una patada al hígado. Resulta que los aplausos eran parte de una melodía constante, como los recurrentes cánticos.
Argentina comienza a dominar a Nigeria. Hay sensación de que Messi frotará su zurda y regalará algo de paz a los corazones nacionales. Malena sigue en rol de fotógrafa y se copa con la pantalla gigante. Prueba cuadros desde diferentes ángulos hasta que elige la mejor foto. En ese interín, el desconsuelo por el 1-1 parcial se interrumpe con una volada magistral del arquero enemigo ante un tiro libre del 10. El goooouuuuuuu se escuchó hasta en Porto Alegre. Había más, una segunda posibilidad de gritar gol.
Messi lo hizo posible. Su zurda se encargó de romper el empate antes del descanso. Desde El Nogalito, una marea de aplausos salió como un tsunami rumbo a Brasil. Ni el 2-2 del comienzo del segundo tiempo lo detuvo. Ya había salido. Y llegó a Brasil con tanta intensidad que el 3-2 de Marcos Rojo fue la devolución de gentilezas de la Selección para con el pueblo. Para con su gente. La que está lejos, pero que se siente muy cerca.
La escuela de El Nogalito está revolucionada. Llegaron LA GACETA y el Cine Móvil de Cultura. Hay fiesta. Juega Argentina y ellos, los que están alejados de los vicios de toda jungla de cemento, se abren a los forasteros. Los nenes esperan un saludo, una mano, un abrazo, un upa; que les cuentes un poco sobre lo que vos hacés a diario. Te piden con la mirada que les muestres con historias esa metrópolis que ellos apenas conocen por TV. La naturaleza y la paz es su hábitat, pero este miércoles la escuelita tiene el brillo de Nueva York, el vértigo de una Buenos Aires recién despierta y la pasión de 40 millones de argentos encerrada en un cuarto dos por dos. Es un volcán este paraíso tucumano, ubicado entre El Siambón y Potrero de las Tablas.
Malena, nuestra primera amiga del viaje, tiene nueve años. Malena te pisa el freno a la distancia, no te da cabida porque antes tantea la situación. Cuando aprueba su amistad, te regala una sonrisa y una catarata de palabras. Es medio rebelde Malena. No quiere pintarse la banderita argentina con témpera en la cara como sí lo hizo la mayoría. Se niega. De rebelde que es. Es más, te torea y te avisa que no va a gritar los goles de Lionel Messi ni de la Selección. Es arisca Malena; y contundente.
Los familia se prepara para la foto de recuerdo y ella no va. Quiere convertirse en fotógrafa. Lo mismo hará minutos después con el partido con Nigeria en llamas. Celular en mano, flash encendido, Malena buscará retratar los momentos de un partido de a ratos para el infarto. Tiene pasta.
La luchadora
A Sarita le urge clonarse. Las obligaciones la rebasan. La llaman de un aula, en otra la espera una reunión, y así sucesivamente. Ni hablar de lo pegadito que está el partido con los africanos. Sin embargo, ella no pierde la chispa de quien lo hace todo a pulmón y orgullosa de su elección, de su obligación como madre postiza. Los maestros de alta montaña son bichos raros, tan raros que ríen cuando cuentan sus peripecias cotidianas.
“Soy de Villa Carmela y todos los días vengo hasta acá”. No es tanto la distancia, sino el cómo llegar. Quizás a Sarita le sería más sencillo viajar a la luna que a El Nogalito. Igual, a ella no se le cae un pelo. Renegar, jamás. “Desde 2011 que estoy y mirá cómo está todo”, abre sus brazos cual empresaria de bienes raíces y muestra cada metro construido de un edificio impecable. Le faltarán detalles, sí, pero luce impecable. “Acá hay mucho esfuerzo. De nuestra parte, de los padres. Recibimos una mano de Políticas Sociales con los alimentos, del Ministerio de Educación y de... nuestros bolsillos”, cuenta.
Entre el suspiro de la directora y la respuesta final hay un paréntesis. La colaboración gubernamental parece estar en orden. ¿No? Ni. “Jamás recibimos nada de la comuna de San Pablo, a quien pertenece la escuela. Jamás”, se queja Sarita con el traje de fajina recién planchado y listo para ensuciarlo. “Ni en cuenta nos tienen. Y el delegado comunal, José Carmona, hasta nos miente, además de tenernos olvidados. El año pasado había que arreglar el camino de acceso. Carmona me dijo que lo pague, que la comuna me lo devolvía. Hace un año que espero $ 1.500. Lo pagué de mi bolsillo”, denuncia. Sarita está tan acostumbrada a que Carmona no cumpla que ya no reniega. El Nogalito está en territorio comunitario del pueblo Lules, y entre la familia de la escuela y la comunidad indígena se unen en bloque. La felicidad ante todo...
¡Argentina corazón!
Los equipos salen a la cancha. Las estrofas del himno reducido encienden la piel. Las plateas improvisadas son exclusividad de los estudiantes. En el fondo está la pesada, padres, profesores y visitantes. Es hora del almuerzo, entonces, para acelerar el trámite, los platos calientes de locro llegan a las manos de los protagonistas.
El veloz gol de Messi casi produce un enchastre sideral. Hubo que reaccionar a tiempo para no hacer volar la comida. Y si el 1-0 contagió algarabía, el 1-1 fue una patada al hígado. Resulta que los aplausos eran parte de una melodía constante, como los recurrentes cánticos.
Argentina comienza a dominar a Nigeria. Hay sensación de que Messi frotará su zurda y regalará algo de paz a los corazones nacionales. Malena sigue en rol de fotógrafa y se copa con la pantalla gigante. Prueba cuadros desde diferentes ángulos hasta que elige la mejor foto. En ese interín, el desconsuelo por el 1-1 parcial se interrumpe con una volada magistral del arquero enemigo ante un tiro libre del 10. El goooouuuuuuu se escuchó hasta en Porto Alegre. Había más, una segunda posibilidad de gritar gol.
Messi lo hizo posible. Su zurda se encargó de romper el empate antes del descanso. Desde El Nogalito, una marea de aplausos salió como un tsunami rumbo a Brasil. Ni el 2-2 del comienzo del segundo tiempo lo detuvo. Ya había salido. Y llegó a Brasil con tanta intensidad que el 3-2 de Marcos Rojo fue la devolución de gentilezas de la Selección para con el pueblo. Para con su gente. La que está lejos, pero que se siente muy cerca.