Por Guillermo Monti
25 Junio 2014
REUTERS
Eso de que el Mundial empieza en octavos de final es una frase hecha y mentirosa. Que les pregunten a España, a Inglaterra y a Italia por si quedan dudas. El Mundial es esto. Es Lionel Messi reverenciado por 40.000 argentinos en el mediodía de Porto Alegre. Es un zurdazo furibundo que infla la red y una caricia a la pelota digna de una pincelada de Van Gogh. Si Argentina tiene a este Messi pletórico, con ganas de ser el geniecillo de Barcelona, jugando y haciendo jugar en toda la cancha, todos los análisis están condicionados. Y ahí está Messi, tan determinante que cuando salió a los 17’ del complemento la temperatura del partido se desplomó.
Tres ganados, nueve puntos sobre nueve, octavos de final a la vista en San Pablo, el martes. Son los datos. Atrás queda la evidente mejoría del equipo, tan esperada y tan necesaria. Se notó mejor en actitud, en concentración y en efectividad. Más suelto y confiado. El resultado es amarrete con la Selección, que generó una docena de situaciones en el área nigeriana. Es feliz el dato de que el rendimiento vaya de menor a mayor en una ruta tan corta que se agota, a partir de aquí, en cualquier cabina de peaje.
Claro que hablando de rendimiento a la sabrosa naranja de la ofensiva se le desprenden los gajos de mitad de campo para atrás. Dos pelotas perdidas, dos goles en contra. Y más allá de esas contingencias, la sensación de endeblez que sigue percibiéndose cuando le buscan la espalda a Fernández, o cuando Gago y Zabaleta quedan detrás de la línea de la pelota. Fue más eficaz y solidario el retroceso y Mascherano raspó como se debe. “Es lo que hay”, se escucha una y mil veces cuando se habla de la defensa de la Selección. Así será entonces; como contra Nigeria, será cuestión de acertar más en el área rival.
Di María jugó más retrasado y esa fue una clave de la recuperación. Más preciso e incisivo, le regaló a Messi un interlocutor confiable para charlar de fútbol. Fue el Di María que aplaudimos a la distancia cada fin de semana y esa es otra gran noticia para la Selección. Así llegó el 1 a 0: gran pase de Mascherano, disparo de Di María, rebote, Messi, caja de empleados. Y ahí, sobre el pucho, el empate. Nigeria se olvidó de Romero y Argentina le cascoteó la propiedad a Enyama, hasta que Messi cambió misil por flor. Flor de golazo.
El comienzo del segundo tiempo fue la ráfaga del 2 a 2 y el rodillazo de Rojo para el 3 a 2. Después Messi tiró todo el repertorio junto. Rock, tango, zambas y algún vals de Strauss. Todo a la vez, enloquecedor, hasta que Sabella lo sentó en el banco, deseoso de tenerlo entero para lo que viene. Y así llegó esa media hora con la Selección perdonando la goleada en cada contra y los africanos merodeando el área. Y no faltó algún entrevero que hizo saltar los stents.
Así estamos entonces. Entre los mejores 16, con un equipo que quiere ganar, que quiere alegrar y que sabe hacer sufrir. Vaya si lo sabe. Y en el medio de ese tornado de emoción, insuflado por la fiesta que están armando los argentinos en Brasil, Messi. El de Beira Río. Este Messi que tiene en la mirada algo instintivo, salvaje, que asusta. Preocupación de sobra, por supuesto, para los rivales.
Lo más popular