Por Guillermo Monti
24 Junio 2014
LLEGÓ EN INFERIORIDAD FÍSICA. “Pipita” Higuaín puede ser el socio que tanto necesita Messi en el Mundial.
Para cualquier jugador no hay peor karma que llegar al Mundial en inferioridad física. Implica dar ventajas en partidos que siempre son determinantes, luchar al mismo tiempo contra el rival y contra las limitaciones que impone el cuerpo. Y saber, por sobre todo, que no debe forzarse la máquina, porque un desgarro o una recaída y chau Copa. Cuando a Gonzalo Higuaín le tocó salir el sábado lo hizo fastidiado. Le dio la mano a Sabella y enfiló hacia el banco con la película del partido en el gesto. Lejos estuvo de ser el héroe tan esperado, al contrario. La defensa iraní lo neutralizó, y cuando se tiró atrás para amigarse con la pelota quedó ahogado entre repetidas imprecisiones.
No hay un artillero de los kilates de Higuaín en el plantel y quedan muy pocos en el resto del planeta fútbol. Nueve clásico, bicho de área, porta el chip del gol desde que se consolidó en River, lo impuso en Real Madrid contra todos los cuestionamientos y lo mantuvo la temporada pasada en Italia. Su indiscutida pertenencia al club de los cuatro fantásticos ha tropezado en Brasil con la piedra de su condición física. Justo cuando más se lo necesita, cuando Messi requiere un socio que le devuelva 100 paredes por partido o arrastre las marcas para limpiarle el camino. El gol de Messi contra Bosnia es el ejemplo más acabado. Messi pasó como el rayo que es desde la derecha al centro, descargó e Higuaín le devolvió la pelota redondita y lustrosa. Zurdazo y a cobrar en efectivo los tres puntos. El problema es que el aporte de Higuaín no pasó de allí. La tarde-noche del debut fue víctima del 5-3-2 y debió aguardar al complemento para ingresar. Contra Irán revistó entre los titulares y de movida contó con una clarita. Mano a mano, perdió con el arquero. Y paremos de contar.
Déficits
Con Higuaín integrado eficazmente al circuito de generación de juego Argentina se potencia al máximo. Ni hablar si colabora con lo suyo: la definición. La deuda del nueve en ambos aspectos subraya uno de los déficits de la Selección, esa incapacidad para alumbrar fútbol del bueno y del contundente. De allí las victorias tan ajustadas sobre adversarios como Bosnia e Irán, que en otras circunstancias debieron haberse sorteado con todos los honores.
Le sobra experiencia
El peso histórico de la camiseta no tiene por qué influir en Higuaín. Experiencia le sobra. No es la 10 de Kempes, Maradona y Messi, pero está cerca en relevancia por todo lo que el puesto significa. A fin de cuentas, el primer goleador de un Mundial fue el centrodelantero argentino. A Guillermo Stábile le decían “El Filtrador”, jugaba en Huracán y se coronó máximo artillero de Uruguay 1930 con seis conquistas. Después Stábile asumió la dirección técnica de la Selección, puesto en el que se mantuvo durante muchísimos años.
Es curioso lo que ocurrió en 1958, en ocasión del “desastre de Suecia”. Argentina sobró tanto la partida que prescindió de los “carasucias” que un año antes habían ganado el Sudamericano; Maschio, Angelillo y Sívori. Pero las cosas empezaron mal en el Mundial y terminaron convocando a Ángel Labruna, próximo a cumplir 40 años. Lógico, a Labruna lo borraron de la cancha los atléticos defensores checoslovacos el día que la Selección perdió 6 a 1. Cuatro años después, en Chile, el ariete de la Selección fue José Sanfilippo. Pasó con toda la pena y nada de gloria, al igual que el seleccionado nacional. Mucho mejor le fue a Luis Artime, un definidor implacable, en Inglaterra 1966. Bien asistido por Ermindo Onega y “Pinino” Mas, Artime ratificó su olfato y quedó en el recuerdo junto a un equipo sólido, poco vistoso pero efectivo. En cambio, en Alemania 1974 la Selección naufragó por culpa de su propio desorden y una de las víctimas fue Héctor “Chirola” Yazalde, por esas épocas uno de los grandes artilleros de Europa.
El primer nueve campeón del mundo fue Leopoldo Luque, tan vivo y aguerrido como capaz de acertar un balazo desde afuera del área para definir el duelo contra los franceses. Luque se lastimó un brazo ese día y además sufrió un golpe anímico a causa de la muerte de un hermano. Pero se repuso y el día de la goleada sobre Perú facturó por partida doble. En España 1982 la camiseta la heredó un riojano jovencito y atrevido llamado Ramón Díaz. Sólo marcó una vez, contra Brasil, cuando la eliminación argentina ya estaba sentenciada.
Sin un nueve de área
La Selección conquistó la Copa en México 1986 sin un nueve de área. No encajaba en el esquema que armó Bilardo en torno a Maradona, por más que en el plantel estaba Pedro Pasculli, autor de un gol clave contra Uruguay. Pero en ese Mundial a Diego se le podía pedir cualquier cosa, y cuando no destilaba alguna genialidad eran Burruchaga o Valdano los que aparecían en el área del frente para definir. En el turno siguiente, Italia 1990, el país le reclamaba a Bilardo que llevara a Ramón Díaz, de gran momento en Europa, pero no hubo caso. El DT repitió la fórmula de México, esta vez con el oxígeno de las corridas de Caniggia. Pero sin un nueve clásico.
Estados Unidos 1994, Francia 1998 y Japón-Corea del Sur 2002 fueron los Mundiales de Gabriel Batistuta. A los tres accedió con la ilusión de ser campeón; de los tres se marchó sin haber superado los cuartos de final. Quedó para la estadística su condición de máximo artillero argentino en los Mundiales, con 10 tantos. Y también la tensión permanente que durante esos años implicó la lucha por el puesto que mantuvo con otro especialista: Hernán Crespo. Finalmente, con Batistuta fuera de la discusión, Crespo tomó la posta en Alemania 2006, pero el muro de los cuartos de final también resultó infranqueable para él.
Esa es la estela que sigue Higuaín. Lo preceden muchos jugadores de altísimo nivel, cómodos en sus sillones del imaginario futbolero nacional. Hace cuatro años, en Sudáfrica, Higuaín dejó una marca de cuatro goles (tres a Corea del Sur y uno a México), pero lo que perdura es el 0-4 a manos de los alemanes. No es seguro que mañana salga entre los 11 contra Nigeria, sobre todo si Sabella prefiere cuidarlo para el cruce de octavos de final. De uno u otro modo, a Higuaín lo aguardan días trascendentes. Ayer, Fred se sacó de encima una tonelada de presión y le demostró a Brasil que puede ser el artillero que tanto esperan los anfitriones. En el caso de Higuaín, las obligaciones no son tan diferentes.
No hay un artillero de los kilates de Higuaín en el plantel y quedan muy pocos en el resto del planeta fútbol. Nueve clásico, bicho de área, porta el chip del gol desde que se consolidó en River, lo impuso en Real Madrid contra todos los cuestionamientos y lo mantuvo la temporada pasada en Italia. Su indiscutida pertenencia al club de los cuatro fantásticos ha tropezado en Brasil con la piedra de su condición física. Justo cuando más se lo necesita, cuando Messi requiere un socio que le devuelva 100 paredes por partido o arrastre las marcas para limpiarle el camino. El gol de Messi contra Bosnia es el ejemplo más acabado. Messi pasó como el rayo que es desde la derecha al centro, descargó e Higuaín le devolvió la pelota redondita y lustrosa. Zurdazo y a cobrar en efectivo los tres puntos. El problema es que el aporte de Higuaín no pasó de allí. La tarde-noche del debut fue víctima del 5-3-2 y debió aguardar al complemento para ingresar. Contra Irán revistó entre los titulares y de movida contó con una clarita. Mano a mano, perdió con el arquero. Y paremos de contar.
Déficits
Con Higuaín integrado eficazmente al circuito de generación de juego Argentina se potencia al máximo. Ni hablar si colabora con lo suyo: la definición. La deuda del nueve en ambos aspectos subraya uno de los déficits de la Selección, esa incapacidad para alumbrar fútbol del bueno y del contundente. De allí las victorias tan ajustadas sobre adversarios como Bosnia e Irán, que en otras circunstancias debieron haberse sorteado con todos los honores.
Le sobra experiencia
El peso histórico de la camiseta no tiene por qué influir en Higuaín. Experiencia le sobra. No es la 10 de Kempes, Maradona y Messi, pero está cerca en relevancia por todo lo que el puesto significa. A fin de cuentas, el primer goleador de un Mundial fue el centrodelantero argentino. A Guillermo Stábile le decían “El Filtrador”, jugaba en Huracán y se coronó máximo artillero de Uruguay 1930 con seis conquistas. Después Stábile asumió la dirección técnica de la Selección, puesto en el que se mantuvo durante muchísimos años.
Es curioso lo que ocurrió en 1958, en ocasión del “desastre de Suecia”. Argentina sobró tanto la partida que prescindió de los “carasucias” que un año antes habían ganado el Sudamericano; Maschio, Angelillo y Sívori. Pero las cosas empezaron mal en el Mundial y terminaron convocando a Ángel Labruna, próximo a cumplir 40 años. Lógico, a Labruna lo borraron de la cancha los atléticos defensores checoslovacos el día que la Selección perdió 6 a 1. Cuatro años después, en Chile, el ariete de la Selección fue José Sanfilippo. Pasó con toda la pena y nada de gloria, al igual que el seleccionado nacional. Mucho mejor le fue a Luis Artime, un definidor implacable, en Inglaterra 1966. Bien asistido por Ermindo Onega y “Pinino” Mas, Artime ratificó su olfato y quedó en el recuerdo junto a un equipo sólido, poco vistoso pero efectivo. En cambio, en Alemania 1974 la Selección naufragó por culpa de su propio desorden y una de las víctimas fue Héctor “Chirola” Yazalde, por esas épocas uno de los grandes artilleros de Europa.
El primer nueve campeón del mundo fue Leopoldo Luque, tan vivo y aguerrido como capaz de acertar un balazo desde afuera del área para definir el duelo contra los franceses. Luque se lastimó un brazo ese día y además sufrió un golpe anímico a causa de la muerte de un hermano. Pero se repuso y el día de la goleada sobre Perú facturó por partida doble. En España 1982 la camiseta la heredó un riojano jovencito y atrevido llamado Ramón Díaz. Sólo marcó una vez, contra Brasil, cuando la eliminación argentina ya estaba sentenciada.
Sin un nueve de área
La Selección conquistó la Copa en México 1986 sin un nueve de área. No encajaba en el esquema que armó Bilardo en torno a Maradona, por más que en el plantel estaba Pedro Pasculli, autor de un gol clave contra Uruguay. Pero en ese Mundial a Diego se le podía pedir cualquier cosa, y cuando no destilaba alguna genialidad eran Burruchaga o Valdano los que aparecían en el área del frente para definir. En el turno siguiente, Italia 1990, el país le reclamaba a Bilardo que llevara a Ramón Díaz, de gran momento en Europa, pero no hubo caso. El DT repitió la fórmula de México, esta vez con el oxígeno de las corridas de Caniggia. Pero sin un nueve clásico.
Estados Unidos 1994, Francia 1998 y Japón-Corea del Sur 2002 fueron los Mundiales de Gabriel Batistuta. A los tres accedió con la ilusión de ser campeón; de los tres se marchó sin haber superado los cuartos de final. Quedó para la estadística su condición de máximo artillero argentino en los Mundiales, con 10 tantos. Y también la tensión permanente que durante esos años implicó la lucha por el puesto que mantuvo con otro especialista: Hernán Crespo. Finalmente, con Batistuta fuera de la discusión, Crespo tomó la posta en Alemania 2006, pero el muro de los cuartos de final también resultó infranqueable para él.
Esa es la estela que sigue Higuaín. Lo preceden muchos jugadores de altísimo nivel, cómodos en sus sillones del imaginario futbolero nacional. Hace cuatro años, en Sudáfrica, Higuaín dejó una marca de cuatro goles (tres a Corea del Sur y uno a México), pero lo que perdura es el 0-4 a manos de los alemanes. No es seguro que mañana salga entre los 11 contra Nigeria, sobre todo si Sabella prefiere cuidarlo para el cruce de octavos de final. De uno u otro modo, a Higuaín lo aguardan días trascendentes. Ayer, Fred se sacó de encima una tonelada de presión y le demostró a Brasil que puede ser el artillero que tanto esperan los anfitriones. En el caso de Higuaín, las obligaciones no son tan diferentes.