Por Guillermo Monti
22 Junio 2014
APORTÓ LO SUYO. Rodrigo Palacio generó peligro en el área de los iraníes.
Un diamante como el que esculpió Lionel Messi puede encandilar. El gol fue una gema perfecta, y como toda piedra preciosa llena los sentidos. El problema es que se trata de un diamante en el barro, y a los diamantes tienen que lucirlos las chicas más hermosas. Ahí se revolvió Argentina, en el barro de su desidia. Chapoteó, se ensució de la cabeza a los pies y salió por obra y gracia de su genio.
Y también del arquero, no lo olvidemos. De no ser por ellos, por las tapadas de Sergio Romero y por la capacidad de Messi para conseguir que lo extraordinario parezca inevitable, la Selección habría perecido en el pantano. Le tiraron la soga y se agarró justo. Es más, ya está en octavos de final. Lo incuestionable es que el equipo avanza enfangado, producto de una de las peores actuaciones que se le recuerden.
Fue 4-3-3 contra 4-5-1. El sistema que le gusta a la gente contra el sistema que le convenía a Irán.
Los jugadores del portugués Carlos Queiroz se movieron en bloques tan compactos que parecían de metegol. En el segundo tiempo comprendieron que Argentina regalaba infinidad de metros para que se animaran a contragolpear, y lo hicieron tan bien que tres veces quedaron de frente a Romero. Puros reflejos y elasticidad, Romero fue la gran muralla amarilla. Y cuando no intervino, fue el árbitro serbio Mazic el que le dio una mano a la Selección. La barrida de Pablo Zabaleta sobre Ashkan Dejagah fue penal.
¿Cómo se explica que Argentina haya jugado tan mal? ¿Cómo puede una formación que cuenta con Mascherano, Gago, Di María, Messi, Higuaín y Agüero moverse con semejante indolencia, como si le molestara el partido? Si Gago erra un pase a dos metros, si a Higuaín le rebota la pelota y si Agüero tiene la cabeza en otra parte (¿o está lesionado?) el diagnóstico es serio. Di María jugó a 100 por hora contra un adversario que exigía poner la segunda y pensar. En ese mar frustrante también se ahogaba Messi, pero este Messi parece convencido de que Brasil es un punto de inflexión en su carrera.
Ya está consagrado, le falta la gloria suprema. Entonces, después de 90 minutos en los que fue el Messi abstraído e inoperante de las malas tardes, hizo el gol digno de un futbolista que ganó el Balón de Oro en cuatro ocasiones.
Argentina no tuvo ritmo. Careció de ideas. Falló en lo colectivo y en lo individual. Atrás se mantiene tan frágil como siempre. Atacó mal y por donde no debía. No perdió contra uno de los equipos más flojos del Mundial de pura casualidad. Y en lo físico hay un déficit notorio. Hasta ahí las malas noticias, que son muchas y preocupantes. Alcanzan para alimentar un diario completo y dejan una certeza: jugando así, el regreso a casa será prematuro. Mejorar radicalmente es la necesidad de los próximos días, que no son muchos porque el miércoles espera Nigeria en Porto Alegre. ¿Cuántos cambios hará Sabella, teniendo en cuenta la obligación de cuidar a sus alfiles más ajados?
Repasemos las buenas nuevas: Romero, el gol de Messi, el ímpetu de Lavezzi y de Palacio, la regularidad de Rojo. Poquísimo, mucho más tratándose del análisis de un partido con Irán, el rival que parecía víctima de una goleada y terminó sacando al solazo mineiro los trapitos de un equipo que está lejos de comportarse como tal.
Y también del arquero, no lo olvidemos. De no ser por ellos, por las tapadas de Sergio Romero y por la capacidad de Messi para conseguir que lo extraordinario parezca inevitable, la Selección habría perecido en el pantano. Le tiraron la soga y se agarró justo. Es más, ya está en octavos de final. Lo incuestionable es que el equipo avanza enfangado, producto de una de las peores actuaciones que se le recuerden.
Fue 4-3-3 contra 4-5-1. El sistema que le gusta a la gente contra el sistema que le convenía a Irán.
Los jugadores del portugués Carlos Queiroz se movieron en bloques tan compactos que parecían de metegol. En el segundo tiempo comprendieron que Argentina regalaba infinidad de metros para que se animaran a contragolpear, y lo hicieron tan bien que tres veces quedaron de frente a Romero. Puros reflejos y elasticidad, Romero fue la gran muralla amarilla. Y cuando no intervino, fue el árbitro serbio Mazic el que le dio una mano a la Selección. La barrida de Pablo Zabaleta sobre Ashkan Dejagah fue penal.
¿Cómo se explica que Argentina haya jugado tan mal? ¿Cómo puede una formación que cuenta con Mascherano, Gago, Di María, Messi, Higuaín y Agüero moverse con semejante indolencia, como si le molestara el partido? Si Gago erra un pase a dos metros, si a Higuaín le rebota la pelota y si Agüero tiene la cabeza en otra parte (¿o está lesionado?) el diagnóstico es serio. Di María jugó a 100 por hora contra un adversario que exigía poner la segunda y pensar. En ese mar frustrante también se ahogaba Messi, pero este Messi parece convencido de que Brasil es un punto de inflexión en su carrera.
Ya está consagrado, le falta la gloria suprema. Entonces, después de 90 minutos en los que fue el Messi abstraído e inoperante de las malas tardes, hizo el gol digno de un futbolista que ganó el Balón de Oro en cuatro ocasiones.
Argentina no tuvo ritmo. Careció de ideas. Falló en lo colectivo y en lo individual. Atrás se mantiene tan frágil como siempre. Atacó mal y por donde no debía. No perdió contra uno de los equipos más flojos del Mundial de pura casualidad. Y en lo físico hay un déficit notorio. Hasta ahí las malas noticias, que son muchas y preocupantes. Alcanzan para alimentar un diario completo y dejan una certeza: jugando así, el regreso a casa será prematuro. Mejorar radicalmente es la necesidad de los próximos días, que no son muchos porque el miércoles espera Nigeria en Porto Alegre. ¿Cuántos cambios hará Sabella, teniendo en cuenta la obligación de cuidar a sus alfiles más ajados?
Repasemos las buenas nuevas: Romero, el gol de Messi, el ímpetu de Lavezzi y de Palacio, la regularidad de Rojo. Poquísimo, mucho más tratándose del análisis de un partido con Irán, el rival que parecía víctima de una goleada y terminó sacando al solazo mineiro los trapitos de un equipo que está lejos de comportarse como tal.
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