19 Junio 2014
LA AUTORA. María Teresa Nardi junto a la imagen de La Merced que está a la entrada de LA GACETA. la gaceta / foto de franco vera
Hace menos de un mes, el papa Francisco, recibió en manos propias una pequeña imagen de la Virgen de La Merced, como obsequio de los tucumanos. La artesana, la tucumana María Teresa Nardi, la hizo en cuatro días, con sus cuatro noches, apenas recibió el encargo oficial del Ente de Turismo de la Provincia. No quiso cobrarla. Era el resultado de lo que le iba dictando el corazón en el apuro y la emoción de saber que iba a ser entregada al Santo Padre. La imagen viajó a Roma y en una audiencia especial le fue entregada por el titular del Ente, Bernardo Racedo Aragón, a Francisco.
Aquel singular regalo llevaba por detrás una larga historia que comenzó mucho antes de que Nardi recibiera el encargo. Quizás, empezó cuando María Teresa, tras egresar de la Facultad de Bellas Artes de la UNT, decidió que se perfeccionaría durante varios años en el taller del maestro Carlos Legorburu. O tal vez, cuando realizó cursos con Antonio Berni, y más tarde comenzó a pintar óleos hiperrealistas que tuvieron muy buena crítica en Tucumán y Buenos Aires. Muchos de sus trabajos se encuentran ahora en pinacotecas del exterior y varias provincias del país.
Los cuadros de Nardi integraron varias muestras itinerantes organizadas por LA GACETA, junto con las de otros grandes pintores como Ezequiel Linares, Gerardo Ramos Gucemas, Luis Lobo de la Vega y hasta de su propio maestro, Legorburu.
Pero tal vez las clases de imaginería que tomó con la profesora Susana Toledo fueron el nexo más significativo en esta parte de su trayectoria profesional. O quizás no...
Lo cierto es que el arte sacro atraía de una manera especial a la artista. Todavía recuerda con orgullo el día en que pintó el retrato de Don Orione, cuando todavía no era santo. “Fue la única vez que hice un retrato”, admite. “Lo hice en agradecimiento al Pequeño Cottolengo Don Orione. La obra fue llevada a Buenos Aires para presidir la sede central de la congregación”, cuenta sonriente. Pero hace cinco años todo cambió en la vida de la artista. Como las cosas que son verdaderamente importantes están llenas de misterio, así también lo son para María Teresa: “una noche en la no podía dormirme, sentí algo muy extraño... Percibí de un modo muy interno que que la Virgen en una voz silenciosa me pedía que la vistiera. Lo interpreté como un pedido”, confesó. De inmediato recordó que en el patio de su casa había una gruta donde ella había colocado una imagen de la Virgen del Valle, que había traído en un viaje a Catamarca.
Al día siguiente miró la imagen y le ocurrió que podía mejorar el manto con algunos bordados de perlas y piedras. “Ese mismo día, caminando por la calle Córdoba, casi pateo sin querer una imagen de yeso que estaba colocada en el piso. Las vendían, y compré dos. Me fui a casa y comencé a intervenirlas, a recrearlas, a pintarles el rostro como a mí me parecía”. Así nació el especial arte de María Teresa Nardi, de recrear las imágenes de la Virgen, a veces a partir de una pequeña estampita que le acerca una persona.
“Nunca me salen dos iguales. Los vestidos son diferentes y los hago con los mejores géneros que encuentro, a algunas imágenes les pongo peluca, a otras no; las coronas también están hechas por mí. Les pinto las caritas y las transformo. Adoro lo que hago porque es para Nuestra Madre. He recibido muchas bendiciones a partir de esta misión”, reconoce emocionada.
Aquel singular regalo llevaba por detrás una larga historia que comenzó mucho antes de que Nardi recibiera el encargo. Quizás, empezó cuando María Teresa, tras egresar de la Facultad de Bellas Artes de la UNT, decidió que se perfeccionaría durante varios años en el taller del maestro Carlos Legorburu. O tal vez, cuando realizó cursos con Antonio Berni, y más tarde comenzó a pintar óleos hiperrealistas que tuvieron muy buena crítica en Tucumán y Buenos Aires. Muchos de sus trabajos se encuentran ahora en pinacotecas del exterior y varias provincias del país.
Los cuadros de Nardi integraron varias muestras itinerantes organizadas por LA GACETA, junto con las de otros grandes pintores como Ezequiel Linares, Gerardo Ramos Gucemas, Luis Lobo de la Vega y hasta de su propio maestro, Legorburu.
Pero tal vez las clases de imaginería que tomó con la profesora Susana Toledo fueron el nexo más significativo en esta parte de su trayectoria profesional. O quizás no...
Lo cierto es que el arte sacro atraía de una manera especial a la artista. Todavía recuerda con orgullo el día en que pintó el retrato de Don Orione, cuando todavía no era santo. “Fue la única vez que hice un retrato”, admite. “Lo hice en agradecimiento al Pequeño Cottolengo Don Orione. La obra fue llevada a Buenos Aires para presidir la sede central de la congregación”, cuenta sonriente. Pero hace cinco años todo cambió en la vida de la artista. Como las cosas que son verdaderamente importantes están llenas de misterio, así también lo son para María Teresa: “una noche en la no podía dormirme, sentí algo muy extraño... Percibí de un modo muy interno que que la Virgen en una voz silenciosa me pedía que la vistiera. Lo interpreté como un pedido”, confesó. De inmediato recordó que en el patio de su casa había una gruta donde ella había colocado una imagen de la Virgen del Valle, que había traído en un viaje a Catamarca.
Al día siguiente miró la imagen y le ocurrió que podía mejorar el manto con algunos bordados de perlas y piedras. “Ese mismo día, caminando por la calle Córdoba, casi pateo sin querer una imagen de yeso que estaba colocada en el piso. Las vendían, y compré dos. Me fui a casa y comencé a intervenirlas, a recrearlas, a pintarles el rostro como a mí me parecía”. Así nació el especial arte de María Teresa Nardi, de recrear las imágenes de la Virgen, a veces a partir de una pequeña estampita que le acerca una persona.
“Nunca me salen dos iguales. Los vestidos son diferentes y los hago con los mejores géneros que encuentro, a algunas imágenes les pongo peluca, a otras no; las coronas también están hechas por mí. Les pinto las caritas y las transformo. Adoro lo que hago porque es para Nuestra Madre. He recibido muchas bendiciones a partir de esta misión”, reconoce emocionada.
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