La pasión perdida
La última vez que Lucas gritó un gol fue hace 28 años. En 1986, exactamente, cuando Burruchaga recorrió esos 40 interminables metros y depositó la pelota en el arco alemán. Con sus nueve años recién cumplidos, el niño del barrio Ciudadela salió a la calle, expulsado por una fuerza incontenible, a festejar el logro alcanzado por el equipo nacional. Pero los gritos, los cánticos, los bombos y las cornetas que acompañaron aquel día histórico se apagaron sorpresivamente una semana más tarde, cuando murió su abuelo José. Ese viejo, que le había inoculado desde pequeño el virus de la fiebre futbolera, dio sus últimos estertores en este mundo y se llevó a la tumba la pasión que Lucas sentía por ese juego de once contra once. Nunca más miró un partido por televisión y nunca más fue a una cancha. Y eso que vivió en Barcelona un par de años, antes de radicarse definitivamente en Tucumán. Hay que tener en cuenta que mientras él residió en Catalunya, Messi se cansaba de anotar goles para su equipo. El fútbol no le importaba. Era su pasado. El cordón umbilical que lo unió con la pelota se había cortado para siempre.

Hace dos años, el joven experto en sistemas viajó a Israel para conocer el Muro de los Lamentos, el último vestigio terrenal de lo que alguna vez fue el Templo de Jerusalén. Se le ocurrió, como al pasar, pedir por la recuperación de la pasión futbolera que había perdido cuando era un niño. Al encontrarse frente a la sagrada construcción, antes de depositar una oración en un papel, encontró otra papeleta arrugada con una leyenda que decía: “La pasión que una vez perdiste la recuperarás si viajas hacia el centro de tu propio ser”.

Como si una espada de fuego hubiese atravesado su corazón, Lucas recordó la primera vez que su abuelo lo llevó a ver al equipo de sus amores: San Martín de Tucumán. Recordó las jugadas de Troitiño y los goles del “Coya” Gutiérrez. Lo abrumó un profundo olor a choripán. Se vio rebotando en los hombros de don José. Se sintió feliz. Se sentó en un bar y pidió una cerveza. Sorbo tras sorbo, Lucas disfrutó de un partido de la liga israelí. El fútbol corría otra vez por sus venas. Como en 1986.

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