Por Guillermo Monti
16 Junio 2014
INTRANSITABLE. Las calles que rodean el estadio Maracaná se coparon de hinchas argentinos desesperados por conseguir entradas para el partido de ayer contra Bosnia. Llegaron de todas la provincias.
Un rubio grandote está parado junto a un arbolito. Tiene pinta de centroeuropeo. Nada lo delata. Se le acerca un caballero de anteojos oscuros y le habla al oído. La entrada pasa velozmente de manos. Fin de la imagen. “¿How much?” “A thousand dollars”. Mil dólares. Los pagó sin chistar el señor platinado que lucía una camiseta Le Coq Sportif, de esas que usó la Selección de Maradona en México 86.
Incontables argentinos caminan, caminan y caminan a la vuelta del Maracaná. ¿Dónde hay entradas? ¿Quién las vende? ¿Cuánto cuestan? “Este partido tuvo más demanda que Brasil-México. Es una locura. Me parece que me voy a verlo al Fan Fest”, apunta, decepcionado, un porteño llamado Vicente. “¿Tu apellido?” “Mejor no, o me mata la AFIP”. Su límite de gasto es de 400 reales ($ 1.500). El bolsillo no le da para estirarse más allá.
Las camisetas celestes y blancas se atrincheraron en los bares y almacenes adyacentes al Maracaná. Al calor de la tarde se lo combate con cerveza. Más allá está el Brahma Deck, otro destino de las peregrinaciones. “¡Somos locales otra vez!”, cantan las hinchadas, improvisadas y fogososas. Hay más cordobeses de los que caben en Villa Carlos Paz. Muchos santafesinos, y cordobeses con la camiseta de Belgrano. Una banda de chubutenses arrastra una bandera de Maithen Marítimo. Un poquito después otro mensaje clavado en el orgullo local: “Diego, el Messias y el Papa son más grandes que Pelé”. Y hablando del Papa, a las caretas de Francisco se sumó un personaje de sotana y anteojos igualitos a los de Bergoglio.
Pasa el “Bambino” Veira y lo saludan. Oscar Ruggeri se saca fotos con los hinchas. ¡Ojalá todos los campeones del mundo bajaran del pedestal y asumieran actitudes como esa! Otro que se saca mil fotos es el clon de Maradona, aunque ya es figurita repetida. “J.J.” López hace fila como cualquiera. La bandera más grande, por lejos, cuelga del puente que conecta la estación de subte con el Maracaná: “Mi viejo, Gardel, mi abuelo y yo”.
Pasan hinchas de Nueva Chicago con cara de pocos de amigos. Los de Chacarita tampoco son amigables. Pero los barrabravas parecen bien camuflados al ojo del hincha común. Los salteños se hicieron fuertes en un extremo del enrejado y colgaron una camiseta de Juventud Antoniana. Un escultor aficionado disfruta sus 15 minutos de fama: posa con una Copa del Mundo que talló desde el tronco de un árbol. Dos personajes se pasean en zancos y otros, con los atributos propios de una comparsa, se abrazan y aceptan selfies.
Y mientras tanto, ¿dónde están las entradas? Los revendedores empiezan a mostrar las cartas a medida que se acerca el inicio del partido. Los tickets empiezan a quemarles en las manos. Pero no es sencillo dar con ellos, así que el recurso es circular carteles en mano. “Compro entradas”, “I need tickets”, “Bilhetes”. El idioma es de las palabras o el de las miradas suplicantes. Por Dios, ¿Por qué no ampliaron el Maracaná a 10.000 espectadores más?
A las seis de la tarde en Brasil la noche ya extendió sus brazos. Desde afuera se escucha a la multitud. Un flaco con máscara de luchador de catch se apura para entrar. A uno de los tantos Papas se le resbala la careta y no vuelve a buscarla. A fin de cuentas, son baratas. Siete bosnios rezagados por culpa de las deliciosas caipirinhas finalmente deciden asomar la cabeza en el Maracaná. Adentro los aguarda la sorpresa de sus vidas. ¿No era que el Mundial se jugaba en Brasil? Pero si esto es Argentina…
Incontables argentinos caminan, caminan y caminan a la vuelta del Maracaná. ¿Dónde hay entradas? ¿Quién las vende? ¿Cuánto cuestan? “Este partido tuvo más demanda que Brasil-México. Es una locura. Me parece que me voy a verlo al Fan Fest”, apunta, decepcionado, un porteño llamado Vicente. “¿Tu apellido?” “Mejor no, o me mata la AFIP”. Su límite de gasto es de 400 reales ($ 1.500). El bolsillo no le da para estirarse más allá.
Las camisetas celestes y blancas se atrincheraron en los bares y almacenes adyacentes al Maracaná. Al calor de la tarde se lo combate con cerveza. Más allá está el Brahma Deck, otro destino de las peregrinaciones. “¡Somos locales otra vez!”, cantan las hinchadas, improvisadas y fogososas. Hay más cordobeses de los que caben en Villa Carlos Paz. Muchos santafesinos, y cordobeses con la camiseta de Belgrano. Una banda de chubutenses arrastra una bandera de Maithen Marítimo. Un poquito después otro mensaje clavado en el orgullo local: “Diego, el Messias y el Papa son más grandes que Pelé”. Y hablando del Papa, a las caretas de Francisco se sumó un personaje de sotana y anteojos igualitos a los de Bergoglio.
Pasa el “Bambino” Veira y lo saludan. Oscar Ruggeri se saca fotos con los hinchas. ¡Ojalá todos los campeones del mundo bajaran del pedestal y asumieran actitudes como esa! Otro que se saca mil fotos es el clon de Maradona, aunque ya es figurita repetida. “J.J.” López hace fila como cualquiera. La bandera más grande, por lejos, cuelga del puente que conecta la estación de subte con el Maracaná: “Mi viejo, Gardel, mi abuelo y yo”.
Pasan hinchas de Nueva Chicago con cara de pocos de amigos. Los de Chacarita tampoco son amigables. Pero los barrabravas parecen bien camuflados al ojo del hincha común. Los salteños se hicieron fuertes en un extremo del enrejado y colgaron una camiseta de Juventud Antoniana. Un escultor aficionado disfruta sus 15 minutos de fama: posa con una Copa del Mundo que talló desde el tronco de un árbol. Dos personajes se pasean en zancos y otros, con los atributos propios de una comparsa, se abrazan y aceptan selfies.
Y mientras tanto, ¿dónde están las entradas? Los revendedores empiezan a mostrar las cartas a medida que se acerca el inicio del partido. Los tickets empiezan a quemarles en las manos. Pero no es sencillo dar con ellos, así que el recurso es circular carteles en mano. “Compro entradas”, “I need tickets”, “Bilhetes”. El idioma es de las palabras o el de las miradas suplicantes. Por Dios, ¿Por qué no ampliaron el Maracaná a 10.000 espectadores más?
A las seis de la tarde en Brasil la noche ya extendió sus brazos. Desde afuera se escucha a la multitud. Un flaco con máscara de luchador de catch se apura para entrar. A uno de los tantos Papas se le resbala la careta y no vuelve a buscarla. A fin de cuentas, son baratas. Siete bosnios rezagados por culpa de las deliciosas caipirinhas finalmente deciden asomar la cabeza en el Maracaná. Adentro los aguarda la sorpresa de sus vidas. ¿No era que el Mundial se jugaba en Brasil? Pero si esto es Argentina…
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