Por Silvina Cena
15 Junio 2014
INSPIRADORA. Alessandra impartió sus consejos desde un escenario transformado en living, en Casino Parque. la gaceta / foto de hector peralta
1. La primera conclusión
“¿Qué es la sensualidad?”, pregunta Alessandra Rampolla y lanza una mirada entre desafiante e intrigada al público que nace a sus pies. Está parada en la esquina precisa del escenario en la que todos podemos adivinar la piel tras el tajo de su pollera. Está vestida enteramente de negro, a excepción de una faja con brillos que le abraza y le abreva la cintura. Está apenas inclinada hacia adelante, el escote acechante pero no exagerado. Está un poco ronca -“les pido disculpas por la vocecita”, ha dicho al principio de la conferencia- y eso implica que, de tanto en tanto, un gemido se colará en sus frases. Está segura: sabe que, al menos en ese tiempo y espacio, es la autoridad absoluta en lo que a sexo se refiere y que sus consejos se aguardan con la fe que suscitaría un catálogo oficial.
Allí, en ese salón lleno, la sensualidad absoluta es Alessandra. Y ese es uno de los primeros preceptos que le queda claro al mar de ojos que la siguen hechizados.
2. “Supel impoltante”
Rampolla: ¿es importante el sexo para ustedes?
Todos: ¡sííí!
Rampolla: ¿cuán importante?
Varias voces a la vez: ¡muy! ¡Mucho! ¡Demasiado!
¿Cómo es el público que convoca una charla que enseña a tener mejor sexo? En principio, curioso. No sólo de los secretos para rendir mejor en la cama, sino también curioso de sí mismo, de las caras de quienes lo componen y que -quizás- están en la misma situación que uno. Cada grupo que entraba a la sala (en su mayoría mujeres, aunque también había varias parejas) era fisgoneado por el resto, algunos con más disimulo que otros. Pero el público de la sexóloga puertorriqueña es, sobre todo, risueño, tal vez porque la risa es el mejor camuflaje de los nervios o la incomodidad. “Me dicen entonces que para ustedes el sexo es supel impoltante -a veces las “r” de Alessandra trocan caprichosamente en “l”-, pero esto no es algo que siempre tengamos en cuenta al elegir pareja. Nuestros padres, por ejemplo, nos aconsejan a las chicas buscar un novio alto, educado, que estudie Arquitectura. Jamás nos dirían ‘búscate uno que te haga llegar a un buen orgasmo’”. El gentío suelta una carcajada que dura varios segundos. “El sexo no es siempre lo primero en que nos enfocamos al conocer al otro y la pareja debe ser alguien con quien tengamos una buena química sexual. De hecho, lo único que diferencia a un novio de un mejor amigo es el impulso sexual. Cuando eso se pierde, la relación se transforma. Sin erotismo, la pareja no funcionará adecuadamente. Cuando el sexo no anda bien, gastamos el 90% de nuestro tiempo en pensar en eso”. Rampolla se ha puesto seria. Su público también. Ya ni siquiera se miran entre ellos; algunos apenas asienten en silencio, el entrecejo fruncido.
3. Cochinadas domésticas
¿A qué edad nos enseñan los sentidos? ¿A los cuatro años, a los cinco? Qué importa. Rampolla se mete hasta con los aprendizajes fundacionales. Traslada sus curvas caribeñas de un lado a otro del living ficticio que le sirve de estrado y advierte: “tenemos cinco sentidos y con cada uno podemos estimular”. Entonces enumera. Para la vista: lencería, disfraces, espejos, cámaras de fotos y videos (a esto último el público responde con un “nooo” rotundo). Para el olfato: aceites, aromatizadores de ambientes... “y un bañito no viene mal”, sonríe la sexóloga. Para el gusto: cremas batidas, helado, lubricantes saborizados. Para el tacto: “masajes, caricias...”, empieza a decir Rampolla hasta que una voz masculina la interrumpe. “¡Taparse los ojos!”, suelta un hombre desde la primera fila, y todos aplauden eufóricos. ¿Y para el oído? Alessandra se anticipa a lo que viene: sabe que la charla hot es lo primero que sugerirán los espectadores, pero sabe también que no es algo que todos puedan abordar con facilidad. “Ocurre que hay una expectativa social de que una mujer fina y elegante no puede decir las barbaridades que decimos en la cama. Suena raro escucharlas con nuestra voz -admite, conciliadora-. Mi consejo es que digan cochinadas mientras están solas, haciendo tareas domésticas o manejando el coche, para practicar. Si se escuchan muchas veces, deja de ser raro”. Se oyen risas nerviosas en la platea. Una señora de la tercera fila se tapa la boca con ambas manos.
4. Derecho al placer
En definitiva, resalta la especialista, lo que importa es el desarrollo. Lo dice por el sexo, claro, pero lo hace valer para su charla. Tras un monólogo con salteada participación del público y de una breve exposición de los juguetes sexuales más convenientes, se entrega a las consultas de los tucumanos, que le llegan escritas en papelitos rectangulares. La pregunta es casi siempre la misma, formulada de distintas maneras: “llevo varios años de pareja estable y el sexo se volvió aburrido, ¿qué hago?”. Alessandra ensancha la sonrisa. “Las cosas son así cuando se ponen en automático. Hay que detenerse en el durante para crear una experiencia distinta. Van a experimentar el buen sexo aquellos que estén atentos al proceso más que quienes estén pensando en el estallido final -insiste-. Al final, todos tenemos derecho a todo el placer del mundo, ¿veldá?”.
“¿Qué es la sensualidad?”, pregunta Alessandra Rampolla y lanza una mirada entre desafiante e intrigada al público que nace a sus pies. Está parada en la esquina precisa del escenario en la que todos podemos adivinar la piel tras el tajo de su pollera. Está vestida enteramente de negro, a excepción de una faja con brillos que le abraza y le abreva la cintura. Está apenas inclinada hacia adelante, el escote acechante pero no exagerado. Está un poco ronca -“les pido disculpas por la vocecita”, ha dicho al principio de la conferencia- y eso implica que, de tanto en tanto, un gemido se colará en sus frases. Está segura: sabe que, al menos en ese tiempo y espacio, es la autoridad absoluta en lo que a sexo se refiere y que sus consejos se aguardan con la fe que suscitaría un catálogo oficial.
Allí, en ese salón lleno, la sensualidad absoluta es Alessandra. Y ese es uno de los primeros preceptos que le queda claro al mar de ojos que la siguen hechizados.
2. “Supel impoltante”
Rampolla: ¿es importante el sexo para ustedes?
Todos: ¡sííí!
Rampolla: ¿cuán importante?
Varias voces a la vez: ¡muy! ¡Mucho! ¡Demasiado!
¿Cómo es el público que convoca una charla que enseña a tener mejor sexo? En principio, curioso. No sólo de los secretos para rendir mejor en la cama, sino también curioso de sí mismo, de las caras de quienes lo componen y que -quizás- están en la misma situación que uno. Cada grupo que entraba a la sala (en su mayoría mujeres, aunque también había varias parejas) era fisgoneado por el resto, algunos con más disimulo que otros. Pero el público de la sexóloga puertorriqueña es, sobre todo, risueño, tal vez porque la risa es el mejor camuflaje de los nervios o la incomodidad. “Me dicen entonces que para ustedes el sexo es supel impoltante -a veces las “r” de Alessandra trocan caprichosamente en “l”-, pero esto no es algo que siempre tengamos en cuenta al elegir pareja. Nuestros padres, por ejemplo, nos aconsejan a las chicas buscar un novio alto, educado, que estudie Arquitectura. Jamás nos dirían ‘búscate uno que te haga llegar a un buen orgasmo’”. El gentío suelta una carcajada que dura varios segundos. “El sexo no es siempre lo primero en que nos enfocamos al conocer al otro y la pareja debe ser alguien con quien tengamos una buena química sexual. De hecho, lo único que diferencia a un novio de un mejor amigo es el impulso sexual. Cuando eso se pierde, la relación se transforma. Sin erotismo, la pareja no funcionará adecuadamente. Cuando el sexo no anda bien, gastamos el 90% de nuestro tiempo en pensar en eso”. Rampolla se ha puesto seria. Su público también. Ya ni siquiera se miran entre ellos; algunos apenas asienten en silencio, el entrecejo fruncido.
3. Cochinadas domésticas
¿A qué edad nos enseñan los sentidos? ¿A los cuatro años, a los cinco? Qué importa. Rampolla se mete hasta con los aprendizajes fundacionales. Traslada sus curvas caribeñas de un lado a otro del living ficticio que le sirve de estrado y advierte: “tenemos cinco sentidos y con cada uno podemos estimular”. Entonces enumera. Para la vista: lencería, disfraces, espejos, cámaras de fotos y videos (a esto último el público responde con un “nooo” rotundo). Para el olfato: aceites, aromatizadores de ambientes... “y un bañito no viene mal”, sonríe la sexóloga. Para el gusto: cremas batidas, helado, lubricantes saborizados. Para el tacto: “masajes, caricias...”, empieza a decir Rampolla hasta que una voz masculina la interrumpe. “¡Taparse los ojos!”, suelta un hombre desde la primera fila, y todos aplauden eufóricos. ¿Y para el oído? Alessandra se anticipa a lo que viene: sabe que la charla hot es lo primero que sugerirán los espectadores, pero sabe también que no es algo que todos puedan abordar con facilidad. “Ocurre que hay una expectativa social de que una mujer fina y elegante no puede decir las barbaridades que decimos en la cama. Suena raro escucharlas con nuestra voz -admite, conciliadora-. Mi consejo es que digan cochinadas mientras están solas, haciendo tareas domésticas o manejando el coche, para practicar. Si se escuchan muchas veces, deja de ser raro”. Se oyen risas nerviosas en la platea. Una señora de la tercera fila se tapa la boca con ambas manos.
4. Derecho al placer
En definitiva, resalta la especialista, lo que importa es el desarrollo. Lo dice por el sexo, claro, pero lo hace valer para su charla. Tras un monólogo con salteada participación del público y de una breve exposición de los juguetes sexuales más convenientes, se entrega a las consultas de los tucumanos, que le llegan escritas en papelitos rectangulares. La pregunta es casi siempre la misma, formulada de distintas maneras: “llevo varios años de pareja estable y el sexo se volvió aburrido, ¿qué hago?”. Alessandra ensancha la sonrisa. “Las cosas son así cuando se ponen en automático. Hay que detenerse en el durante para crear una experiencia distinta. Van a experimentar el buen sexo aquellos que estén atentos al proceso más que quienes estén pensando en el estallido final -insiste-. Al final, todos tenemos derecho a todo el placer del mundo, ¿veldá?”.
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