10 Junio 2014
“Este carro se hizo en la Argentina. ¡Es mi carro!”, sostiene José abrazando el volante del Fiat Siena. José maneja su taxi dando volantazos inverosímiles. Mientras tanto habla incansablemente por celular. “¡Acá tengo dos cheques! ¡Dos cheques!”, grita. Se nota que del otro lado de la línea están apretándolo. Corta, saca la cabeza por la ventanilla y exclama: “¡menina!” Hurga bajo el asiento y extrae un tabloide que lleva una garota portentosa en la tapa y un título que avisa: “cuatro asesinados en un baile funk”. Se llama “Super Noticias”.
José es de Cruzeiro a morir. Se acerca un vendedor de banderitas brasileñas. “Diez reales, dos por quince”, propone. José apunta por lo bajo: “ese es de Atlético Mineiro”. Muestra el llavero del auto y aparece una jota azul con el escudito del club. Acto seguido elige un pen drive y brotan a todo volumen los himnos del club: ¡Cruzeiro, o mais grande do Minas Gerais…!” Acá tenemos un ídolo argentino, Juan Pablo Sorín. Un crack. Se quedó a vivir en Belo Horizonte -explica-. ¿Usted lo conoce personalmente” “No”. “Ah, qué lástima”, murmura decepcionado.
Suena el celular y José maneja a la tucumana. La mano izquierda con el teléfono, la derecha alternando la palanca de cambios y el volante. “¡Comprá los remedios!”, ordena. Corta y en la próxima llamada la charla fluye con suavidad. “¿Una garota?” “Nooooo”, se ataja.
En la puerta del centro de acreditación, frente al estadio Mineirao, se suma al viaje Marco Monteverde, periodista australiano que parecía resignado a no conseguir transporte. Marco trabaja en el diario “The Courier Mail”, de Brisbane, y llegó a Belo Horizonte para espiar a Chile, el primer rival de los oceánicos. Suena un tema de Billy Ocean y Mario se pone a cantar. José levanta el pulgar. Hay fiesta ochentosa en el taxi. “¡Magic!”, exclama Marco, que es hijo de italianos y exhibe la sangre latina cada vez que una chica mueve el bum bum. Así vale la pena viajar.
José es de Cruzeiro a morir. Se acerca un vendedor de banderitas brasileñas. “Diez reales, dos por quince”, propone. José apunta por lo bajo: “ese es de Atlético Mineiro”. Muestra el llavero del auto y aparece una jota azul con el escudito del club. Acto seguido elige un pen drive y brotan a todo volumen los himnos del club: ¡Cruzeiro, o mais grande do Minas Gerais…!” Acá tenemos un ídolo argentino, Juan Pablo Sorín. Un crack. Se quedó a vivir en Belo Horizonte -explica-. ¿Usted lo conoce personalmente” “No”. “Ah, qué lástima”, murmura decepcionado.
Suena el celular y José maneja a la tucumana. La mano izquierda con el teléfono, la derecha alternando la palanca de cambios y el volante. “¡Comprá los remedios!”, ordena. Corta y en la próxima llamada la charla fluye con suavidad. “¿Una garota?” “Nooooo”, se ataja.
En la puerta del centro de acreditación, frente al estadio Mineirao, se suma al viaje Marco Monteverde, periodista australiano que parecía resignado a no conseguir transporte. Marco trabaja en el diario “The Courier Mail”, de Brisbane, y llegó a Belo Horizonte para espiar a Chile, el primer rival de los oceánicos. Suena un tema de Billy Ocean y Mario se pone a cantar. José levanta el pulgar. Hay fiesta ochentosa en el taxi. “¡Magic!”, exclama Marco, que es hijo de italianos y exhibe la sangre latina cada vez que una chica mueve el bum bum. Así vale la pena viajar.
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