Por Roberto Delgado
12 Mayo 2014
Mauro es un payaso de circo que sueña su muerte, pero la sueña con la inocencia y la ternura de un niño: totalmente alejado de una idea fúnebre, piensa en su muerte como una gran fiesta entre amigos, recuerdos y nuevos desafíos. Esa es la propuesta de Corteo, el espectáculo que el Cirque du Soleil ofrece en el predio Feriar de Córdoba, que ha sido calificado como el más teatral de sus shows. Argumento coherente, colorido y melancólico, anudado con historias sencillas y emocionantes. Está en Córdoba hasta el 25/5, y estará en Buenos Aires desde el 7/6 hasta el 3 de agosto.
Niñez a pleno: Hay ángeles que bajan desde las alturas para explicar el desconcierto de Mauro: aprende a volar lógica y torpemente. Hay acróbatas que desafían los límites, pero como lo harían los niños: saltando en camas o colgados de las barras de los trapecios, y lo hacen tan fácil que parece que cualquiera puede dar volteretas. Hay un gigantón de 2,05 metros (el argentino Victorino), un maestro de ceremonias malhumorado que silba a Mozart, dos liliputienses de maravilla (Valentina y Gregory, que interpretan una desopilante versión de Romeo y Julieta), forzudos que arrojan a las acróbatas haciéndolas dar mortales en las alturas.
Constante buen humor: desde la pelotita de golf que no quiere ser golpeada hasta un ángel juguetón que tira pollos de trapo desde el cielo.
Cierta incomodidad: Pocos objetos para comprar. El viernes no había catálogos, excepto para los que pagaron las caras entradas del tapis rouge. Una lata con pochoclo, $ 150. Pero, claro, quienes aman al Cirque du Soleil ignorarán eso: el show vale la pena.
Una parte de alta emoción: cuando la liliputiense Valentina es elevada en grandes globos para descender entre tiernos gorjeos hacia los espectadores.
Es un canto a la infancia. La despedida de Mauro entre ángeles expresando su felicidad ante el mundo que ha vivido y ante lo que viene se resume en su propia expresión: “Bellissimo”.
Niñez a pleno: Hay ángeles que bajan desde las alturas para explicar el desconcierto de Mauro: aprende a volar lógica y torpemente. Hay acróbatas que desafían los límites, pero como lo harían los niños: saltando en camas o colgados de las barras de los trapecios, y lo hacen tan fácil que parece que cualquiera puede dar volteretas. Hay un gigantón de 2,05 metros (el argentino Victorino), un maestro de ceremonias malhumorado que silba a Mozart, dos liliputienses de maravilla (Valentina y Gregory, que interpretan una desopilante versión de Romeo y Julieta), forzudos que arrojan a las acróbatas haciéndolas dar mortales en las alturas.
Constante buen humor: desde la pelotita de golf que no quiere ser golpeada hasta un ángel juguetón que tira pollos de trapo desde el cielo.
Cierta incomodidad: Pocos objetos para comprar. El viernes no había catálogos, excepto para los que pagaron las caras entradas del tapis rouge. Una lata con pochoclo, $ 150. Pero, claro, quienes aman al Cirque du Soleil ignorarán eso: el show vale la pena.
Una parte de alta emoción: cuando la liliputiense Valentina es elevada en grandes globos para descender entre tiernos gorjeos hacia los espectadores.
Es un canto a la infancia. La despedida de Mauro entre ángeles expresando su felicidad ante el mundo que ha vivido y ante lo que viene se resume en su propia expresión: “Bellissimo”.
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