11 Mayo 2014
La interpelación que le hizo la Iglesia a toda la sociedad a través de un crudo documento que detalló los males de la hora fue tomada por el kirchnerismo como un ataque opositor al gobierno nacional. Es su naturaleza: todos los que no repiten los clichés que elaboran las usinas oficiales se van al fuego del infierno, ya sean la gente del común, los medios, los dirigentes que piensan diferente o, en otros tiempos, el cardenal Jorge Bergoglio. La declaración de 11 puntos que dio a conocer la Conferencia Episcopal Argentina realizó un riguroso inventario de las muchas formas de violencia que viene padeciendo la sociedad, de la pobreza, la inseguridad, el aumento notable de los delitos, la incidencia de la droga, el desvío de fondos de la corrupción, la lentitud de la Justicia, el desapego a la Ley, el papel de los medios de comunicación y la necesidad de diálogo para buscar consensos y de formular un “compromiso por la verdad”.
En ese detalle, los obispos plantearon no sólo la responsabilidad de los dirigentes, sino que hicieron un foco relevante en la aceptación pasiva de los ciudadanos que, metidos en su individualismo (”todos estamos involucrados en primera persona”, dijeron), hacen como que no ven algunas situaciones de violencia y luego lloran los hechos cuando les tocan de cerca. En el plano político y para enmarcar las secuelas del pronunciamiento sobre la “enfermedad” que significan todos los atropellos, hay una situación incontrastable que puso al Gobierno en guardia, debido a la autoridad moral de los denunciantes: con su doloroso inventario, el escrito eclesial trituró puntillosamente el relato de la “década ganada”. Es evidente que la cola de paja de las autoridades existe y que la situación no le da demasiado margen para defenderse, sobre todo porque a los ojos y oídos de los ciudadanos queda en claro que un modelo político que lleva más de 10 años en el poder probablemente algo tenga que ver con la degradación social que el Episcopado detalló con tanta acritud. De allí que, desde Olivos, hayan mandado a sus lenguaraces a deslegitimar la declaración.
Tal como es su costumbre, los referentes más duros del kirchnerismo salieron a cambiar el eje de las críticas, removiendo el pasado para no hablar del presente y saliendo del paso con referencias laterales, antes que con una refutación directa. Así, recordaron los episodios de violencia de 2001, aunque también se remontaron a la del año 1955 y con algo de memoria frágil quisieron instalar que no hubo pronunciamientos del clero en tiempos de la dictadura militar ni en la época del auge neoliberal.
Para la discusión K no importa si lo que se dice es cierto o no, ya que lo que interesa es meter rápido otra idea diferente en la cabeza de la gente, de tal suerte que se corra el foco del problema. Toda una técnica. La militancia hasta llegó a decir que el Episcopado copió la agenda mediática para hacer sus críticas, como si la institución no dispusiera de una formidable red de trabajo de campo a través de sus parroquias y sacerdotes, que le permite pulsar la realidad y saber antes que los medios qué cosas pasan en cada comunidad.
Salvando las magnitudes, la primera calentura oficial sobre el documento fue similar a la del nombramiento del papa Francisco, cuando hubo ironías, silbidos y poca predisposición de los referentes kirchneristas a hacerle homenajes al “jefe de la oposición”, tal como Néstor Kirchner llamaba al nuevo pontífice cuando decía sus cosas desde el púlpito, hasta que comprendieron que no se podía nadar contra la corriente y dieron una vuelta de campana.
A partir de allí, el diplomático “cuiden a Cristina” que ha sido puesto en boca del Papa, no ha tenido de parte del Gobierno una contrapartida eficiente en la atención de fondo de los temas sociales que la Iglesia detecta y atiende solidariamente, más allá de la retórica del crecimiento a tasas chinas, de la inclusión social y de los planes que se siguen desembolsando carcomidos por la inflación.
Sin embargo, los actuales planteos eclesiásticos han ido más allá de los males primarios que como consecuencia de la abulia o de la mala praxis han cristalizado la pobreza. La declaración episcopal se centró este vez no sólo en la descripción de las aberrantes secuelas que le quitan dignidad a la persona humana (violencia, drogas, bullying, etc.), sino también en algunas de las causas del abandono de los deberes del Estado (corrupción, falta de diálogo, agresividad, manipulación y lentitud de la Justicia, etc.) que se juzga como caldo de cultivo de todo lo demás.
La explosión del escrito tuvo mucho más relevancia, porque desacomodó a toda la clase dirigente que se ha mostrado por estos días con deseos de discutir sólo las cosas que les interesan a ellos, mientras la vida real se desliza por otros tópicos mucho menos confortables, a los que sólo parece que se atienden cuando llegan las elecciones. En esos otros temas tan poco relevantes para la gente, el massismo se la pasó preocupado por imponer en la agenda que los intendentes bonaerenses no tengan más de una reelección, el PRO se enfrascó en discutir si estar más cerca o más lejos de la Presidenta aporta o aleja votantes, el Frente Amplio UNEN en mostrar a sus presidenciables y el Partido Justicialista en elegir a sus nuevas autoridades para darle cabida a La Cámpora y resguardar a los dirigentes del kirchnerismo de algún traspié electoral en 2015.
Los más duros del Frente para la Victoria armaron en el Congreso una tertulia para bajar líneas en materia de seguridad, creyendo todavía que el modo de resolver el problema es una cuestión de “izquierdas y derechas” o de acallar a los medios que “instalan” esos temas, mientras el ministerio de Economía, para combatir la inflación, pretende obligar a los pequeños comercios de barrio, que apenas tienen stock, a que se fundan vendiendo la poca mercadería que pueden comprar con el giro de su negocio a “precios cuidados”.
Más allá de los destinatarios más visibles, hay en el documento de la Iglesia otras apelaciones dramáticas dirigidas a la conciencia de las personas, como por ejemplo a torcer la creciente insensibilidad que cruza a la sociedad que se desentiende de los males cotidianos como la desnutrición infantil, gente durmiendo en la calle, el hacinamiento y el abuso, la violencia doméstica, el abandono del sistema educativo, las peleas entre barrabravas “a veces ligados a dirigentes políticos y sociales”, los chicos limpiando los parabrisas de los autos, los migrantes no acogidos, etc.
“Son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros”, detalla el documento. Y apunta al facilismo de mirar para otro lado: “Hemos endurecido el corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad de la vida social, acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y el mal. Es creciente la tendencia al individualismo y egoísmo, de los cuales despertamos sobresaltados cuando el delito nos afecta o toca cerca”, señaló el documento para caracterizar la “indiferencia” de la que habló Francisco.
Sobre la corrupción, “tanto pública como privada”, los obispos recordaron la caracterización del Papa como un verdadero “cáncer social” y dijeron que es “causante de injusticia y de muerte”, ya que el desvío de “dineros que deberían destinarse al bien del pueblo provoca ineficiencia en servicios elementales de salud, educación, transporte”. La declaración puntualizó que esos delitos donde hay en juego dineros públicos, “habitualmente prescriben o su persecución penal es abandonada, garantizando y afianzando la impunidad”, en una suerte de falta de autoridad moral de los dirigentes que terminan siendo un mal ejemplo para la sociedad.
Este punto es bien importante para el manifiesto de la Iglesia ya que, según se escribió, de esta situación derivan “estafas económicas y morales que corroen la confianza del pueblo en las instituciones de la República y sientan las bases de un estilo de vida caracterizado por la falta de respeto a la Ley”.
La descripción de las causas y los efectos que apañan la criminalidad y le dan más aire a nuevas formas de violencia, según el documento luego se amplía con la llegada de “mafias del crimen organizado sin freno dedicadas a la trata de personas para la esclavitud laboral o sexual, el tráfico de drogas y armas, los desarmaderos de autos robados, etc.”.
Lo concreto es que a través de sus definiciones los obispos no dejaron títere con cabeza y le hablaron a todos, gobernantes y gobernados, con la voz de los que tienen “miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola, o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de estudiar o trabajar” con frases que explotan en la conciencia de quienes quieran oír: “muchos niños y adolescentes crecen solos y en la calle provocando el debilitamiento de los vínculos sociales...; muchos jóvenes ni estudian ni trabajan, quedando expuestos a diversas formas de violencia”, dijeron.
En ese detalle, los obispos plantearon no sólo la responsabilidad de los dirigentes, sino que hicieron un foco relevante en la aceptación pasiva de los ciudadanos que, metidos en su individualismo (”todos estamos involucrados en primera persona”, dijeron), hacen como que no ven algunas situaciones de violencia y luego lloran los hechos cuando les tocan de cerca. En el plano político y para enmarcar las secuelas del pronunciamiento sobre la “enfermedad” que significan todos los atropellos, hay una situación incontrastable que puso al Gobierno en guardia, debido a la autoridad moral de los denunciantes: con su doloroso inventario, el escrito eclesial trituró puntillosamente el relato de la “década ganada”. Es evidente que la cola de paja de las autoridades existe y que la situación no le da demasiado margen para defenderse, sobre todo porque a los ojos y oídos de los ciudadanos queda en claro que un modelo político que lleva más de 10 años en el poder probablemente algo tenga que ver con la degradación social que el Episcopado detalló con tanta acritud. De allí que, desde Olivos, hayan mandado a sus lenguaraces a deslegitimar la declaración.
Tal como es su costumbre, los referentes más duros del kirchnerismo salieron a cambiar el eje de las críticas, removiendo el pasado para no hablar del presente y saliendo del paso con referencias laterales, antes que con una refutación directa. Así, recordaron los episodios de violencia de 2001, aunque también se remontaron a la del año 1955 y con algo de memoria frágil quisieron instalar que no hubo pronunciamientos del clero en tiempos de la dictadura militar ni en la época del auge neoliberal.
Para la discusión K no importa si lo que se dice es cierto o no, ya que lo que interesa es meter rápido otra idea diferente en la cabeza de la gente, de tal suerte que se corra el foco del problema. Toda una técnica. La militancia hasta llegó a decir que el Episcopado copió la agenda mediática para hacer sus críticas, como si la institución no dispusiera de una formidable red de trabajo de campo a través de sus parroquias y sacerdotes, que le permite pulsar la realidad y saber antes que los medios qué cosas pasan en cada comunidad.
Salvando las magnitudes, la primera calentura oficial sobre el documento fue similar a la del nombramiento del papa Francisco, cuando hubo ironías, silbidos y poca predisposición de los referentes kirchneristas a hacerle homenajes al “jefe de la oposición”, tal como Néstor Kirchner llamaba al nuevo pontífice cuando decía sus cosas desde el púlpito, hasta que comprendieron que no se podía nadar contra la corriente y dieron una vuelta de campana.
A partir de allí, el diplomático “cuiden a Cristina” que ha sido puesto en boca del Papa, no ha tenido de parte del Gobierno una contrapartida eficiente en la atención de fondo de los temas sociales que la Iglesia detecta y atiende solidariamente, más allá de la retórica del crecimiento a tasas chinas, de la inclusión social y de los planes que se siguen desembolsando carcomidos por la inflación.
Sin embargo, los actuales planteos eclesiásticos han ido más allá de los males primarios que como consecuencia de la abulia o de la mala praxis han cristalizado la pobreza. La declaración episcopal se centró este vez no sólo en la descripción de las aberrantes secuelas que le quitan dignidad a la persona humana (violencia, drogas, bullying, etc.), sino también en algunas de las causas del abandono de los deberes del Estado (corrupción, falta de diálogo, agresividad, manipulación y lentitud de la Justicia, etc.) que se juzga como caldo de cultivo de todo lo demás.
La explosión del escrito tuvo mucho más relevancia, porque desacomodó a toda la clase dirigente que se ha mostrado por estos días con deseos de discutir sólo las cosas que les interesan a ellos, mientras la vida real se desliza por otros tópicos mucho menos confortables, a los que sólo parece que se atienden cuando llegan las elecciones. En esos otros temas tan poco relevantes para la gente, el massismo se la pasó preocupado por imponer en la agenda que los intendentes bonaerenses no tengan más de una reelección, el PRO se enfrascó en discutir si estar más cerca o más lejos de la Presidenta aporta o aleja votantes, el Frente Amplio UNEN en mostrar a sus presidenciables y el Partido Justicialista en elegir a sus nuevas autoridades para darle cabida a La Cámpora y resguardar a los dirigentes del kirchnerismo de algún traspié electoral en 2015.
Los más duros del Frente para la Victoria armaron en el Congreso una tertulia para bajar líneas en materia de seguridad, creyendo todavía que el modo de resolver el problema es una cuestión de “izquierdas y derechas” o de acallar a los medios que “instalan” esos temas, mientras el ministerio de Economía, para combatir la inflación, pretende obligar a los pequeños comercios de barrio, que apenas tienen stock, a que se fundan vendiendo la poca mercadería que pueden comprar con el giro de su negocio a “precios cuidados”.
Más allá de los destinatarios más visibles, hay en el documento de la Iglesia otras apelaciones dramáticas dirigidas a la conciencia de las personas, como por ejemplo a torcer la creciente insensibilidad que cruza a la sociedad que se desentiende de los males cotidianos como la desnutrición infantil, gente durmiendo en la calle, el hacinamiento y el abuso, la violencia doméstica, el abandono del sistema educativo, las peleas entre barrabravas “a veces ligados a dirigentes políticos y sociales”, los chicos limpiando los parabrisas de los autos, los migrantes no acogidos, etc.
“Son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros”, detalla el documento. Y apunta al facilismo de mirar para otro lado: “Hemos endurecido el corazón incorporando estas desgracias como parte de la normalidad de la vida social, acostumbrándonos a la injusticia y relativizando el bien y el mal. Es creciente la tendencia al individualismo y egoísmo, de los cuales despertamos sobresaltados cuando el delito nos afecta o toca cerca”, señaló el documento para caracterizar la “indiferencia” de la que habló Francisco.
Sobre la corrupción, “tanto pública como privada”, los obispos recordaron la caracterización del Papa como un verdadero “cáncer social” y dijeron que es “causante de injusticia y de muerte”, ya que el desvío de “dineros que deberían destinarse al bien del pueblo provoca ineficiencia en servicios elementales de salud, educación, transporte”. La declaración puntualizó que esos delitos donde hay en juego dineros públicos, “habitualmente prescriben o su persecución penal es abandonada, garantizando y afianzando la impunidad”, en una suerte de falta de autoridad moral de los dirigentes que terminan siendo un mal ejemplo para la sociedad.
Este punto es bien importante para el manifiesto de la Iglesia ya que, según se escribió, de esta situación derivan “estafas económicas y morales que corroen la confianza del pueblo en las instituciones de la República y sientan las bases de un estilo de vida caracterizado por la falta de respeto a la Ley”.
La descripción de las causas y los efectos que apañan la criminalidad y le dan más aire a nuevas formas de violencia, según el documento luego se amplía con la llegada de “mafias del crimen organizado sin freno dedicadas a la trata de personas para la esclavitud laboral o sexual, el tráfico de drogas y armas, los desarmaderos de autos robados, etc.”.
Lo concreto es que a través de sus definiciones los obispos no dejaron títere con cabeza y le hablaron a todos, gobernantes y gobernados, con la voz de los que tienen “miedo al entrar o salir de casa, o temen dejarla sola, o están intranquilos esperando el regreso de los hijos de estudiar o trabajar” con frases que explotan en la conciencia de quienes quieran oír: “muchos niños y adolescentes crecen solos y en la calle provocando el debilitamiento de los vínculos sociales...; muchos jóvenes ni estudian ni trabajan, quedando expuestos a diversas formas de violencia”, dijeron.
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