“No hay fórmulas, esta vida es un regalo de Dios”

“No hay fórmulas, esta vida es un regalo de Dios”

Jovial y entusiasta, Catalina Lozano de Concha se siente, a los 100 años, una jovencita inquieta y curiosa.

ELEGANTE. Catalina estudió inglés y francés, pero nunca ejerció como docente. “Me dediqué a criar a mis hijos. A ellos les enseñé idiomas”, dijo. la gaceta / foto de diego aráoz ELEGANTE. Catalina estudió inglés y francés, pero nunca ejerció como docente. “Me dediqué a criar a mis hijos. A ellos les enseñé idiomas”, dijo. la gaceta / foto de diego aráoz
30 Abril 2014
Es cierto que los años pasan, pero, ¿quién dijo que los años pesan? Al menos cuando se le pregunta a Catalina Lozano de Concha cómo se hace para vivir un siglo, la respuesta parece simple y concisa: “Se vive, viviendo”. Y claro, tampoco hay pasos para seguir a la manera de un decálogo. “No hay fórmulas. En realidad no hice nada especial. Esta vida es un regalo de Dios”, agrega.

Jovial y coqueta, Catalina cumplirá hoy 100 años. Y lo festejará como ella siempre quiso: con su familia. “Tengo cinco hijos, 14 nietos y 16 bisnietos. ¡Y todavía siguen llegando!”, aclara mientras suelta una carcajada.

Catalina nació en Tucumán y siempre vivió en la misma zona: Barrio Norte. “Hasta los 20 años viví en la calle Buenos Aires al 200. Pero cuando me casé me mudé a Barrio Norte. Estuve sola hasta hace dos años. Ahora mi casa está cerrada y vivo con mis hijos”, señala. Aunque, de ninguna manera se siente un peso. Al contrario: se vale por sí misma y realiza las mismas actividades que hacía cuando era más joven.

“Creo que la clave de una buena vida es reír y mantenerse jovial y activa. Lo demás, es puro maquillaje”, insiste esta abuela grande que jura que siempre comió de todo, aunque nunca en exceso. “Yo siempre tuve una vida ordenada. Eso sí, salía mucho”, añade.

Y cuenta que su último viaje a Europa, cuando tenía ya más de 80 años, lo hizo sola porque su marido ya había muerto. “Viajé con un amigo de mi hijo que me ayudó con algunas contingencias”, dijo. Pero, mientras esperaba abordar el vuelo, le robaron la valija con todas sus pertenencias. “¿Y qué hará ahora?”, le preguntaron. “Ah no sé, pero yo viajo igual”, contestó ella. Y viajó nomás. “Me prestaron ropa y luego tuve que comprarme un vestuario modesto, porque me quedé cinco meses con un hijo mío que vivía allá”, aclara.

Con una lucidez asombrosa y una vitalidad inusual para una persona de su edad, Catalina reconoce que no se siente de 100 años. “El tiempo no me pesa. Como tampoco me pesa la vida. Yo sigo siendo una joven que disfruta de la compañía de los demás”, dice.

En la universidad estudió inglés y francés, pero nunca ejerció como profesora. “Me dediqué a criar a mis hijos. Mi marido, a quien conocí en la facultad, hizo todo lo posible para que yo fuera feliz. Lo fui y lo sigo siendo ahora, con mi familia”, agrega.

Hoy Catalina pasa sus días tejiendo, bordando, leyendo y escribiendo. “Nada pretencioso. Son tonterías que voy volcando en el papel, recuerdos que tengo de mi pasado”, finaliza. Porque, como ya lo predijo Borges y ahora lo experimenta Catalina, en la juventud se aprende, pero en la vejez se entiende.

Los años de plomo
A la hora de hablar del Tucumán de otras épocas, Catalina es tajante: “nunca me gustó hablar de política. Mi marido era más comprometido en este tema. Él siempre me explicaba cómo eran las cosas. Me acuerdo, eso sí, del último proceso militar. Una etapa realmente fea y oscura. Ni siquiera se podía hablar en voz alta. Mi esposo siempre decía: ‘bajen la voz que las paredes oyen’”, relata a media voz.

En aquellos tiempos Catalina era muy salidora. “Paseábamos mucho. Con mi marido viajé dos veces a Europa. Y luego viajé dos veces más sola, después de su muerte. Pero también salía con mis amigas. Eso es lo que más extraño hoy: mis amigas. Todas han muerto ya; no queda ninguna”, enfatiza.

En cambio si puede compartir con dos hermanas menores. “En mi familia éramos nueve hermanos. Hoy quedamos tres, pero nos frecuentamos mucho”, insiste.

En el departamento de su hija, y arreglada como si estuviera por desfilar sobre una pasarela, Catalina esboza una sonrisa cuando se le pregunta cuál es su sueño. “Compartir con mi familia. Gracias a Dios van a estar todos para mi cumpleaños. Hasta un nieto que está estudiando en Córdoba viajó para acompañarme. No puedo pedir nada más”, finaliza emocionada.

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