27 Abril 2014
BUENOS AIRES-. Al kirchnerismo le ha vuelto a pasar. Parece mentira, pero siempre tropieza con la misma piedra. Le sucedió con la inflación y la inseguridad y ahora le ocurre con la pobreza. Sigue el mismo patrón, falsifica u oculta las estadísticas y desacredita la difusión que hacen los medios, pero no puede evitar que el relato le explote en la cara cuando la gente sale a la calle y comprueba la realidad, ya sea cuando gasta en alimentos, padece los asaltos o cuenta a los pobres de a miles.
Más allá de los perjuicios que sufre la sociedad, la subestimación que se derrama sobre los ciudadanos resulta ser algo ilevantable desde la credibilidad del Gobierno y desde la imagen de la propia presidenta de la Nación, para colmo por estos días demasiado errática en sus definiciones, al menos por lo que surge de las que ella misma se dedica a volcar en las sucesivas cadenas nacionales.
En una línea capaz de suponer que hay cierto nivel de cortedad intelectual en las personas, los discursos presidenciales se vienen enredando a diario en cifras más o menos amañadas y siempre en relación a las fechas más convenientes para la vidriera, aunque son comparaciones que tienen un insoslayable pecado de origen: los gobiernos kirchneristas se hicieron cargo hace casi 11 años y sus jerarcas se ufanan de ser los autores intelectuales del famoso modelo, el mismo que no se quiere hacer cargo de nada de lo que acontece, sobre todo por el lado de las desigualdades sociales.
En el caso del conteo puntual sobre pobreza e indigencia el caso resultó ser aún más patético, ya que el propio ministro de Economía le dio mayor visibilidad a la cuestión, al ordenar que no se difundan los números que había recolectado el INDEC. Más allá de que se volvió a tirar a la basura la seriedad estadística, la intención escenográfica resultó evidente, ya que si los datos daban muy bajos hubiese sido algo escandaloso, aunque al pobre Axel Kicillof le iba a explotar la bomba de todas formas, ya que convalidar la cifra que multiplica los pobres iba a ser admitir de plano la falsificación de los últimos siete años en materia inflacionaria.
Sin embargo, el caso es más grave aún para el kirchnerismo, porque después de haber pasado por la promocionada década más brillante de la historia argentina que el resultado sea tener todavía a más de once millones de personas sumidas en la miseria (con 20% de ellos categorizados como “indigentes”) es decretar la defunción ideológica del “modelo de acumulación con matriz productiva diversificada e inclusión social, basado en la demanda agregada”.
Las cifras de pobreza que se barajan con mayor fundamento tienen el aval del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (27,5% por debajo de la línea, número obtenido a partir de las canastas oficiales, más encuestas propias de ingresos y de composición de los hogares), institución que desde hace muchos años viene advirtiendo sobre la situación. Por su imparcialidad académica y por la ligazón de su rector con el papa Francisco, las autoridades se sienten con poco ánimo de desacreditar la medición, aunque a la luz de los hechos se la escuche como quien oye llover.
Los expertos señalan que acomodar las estadísticas impide avanzar en políticas públicas que ayuden a mitigar los problemas y, en este caso, hay implicancias que ya hacen temer por cuestiones de carácter estructural que van a dificultar las eventuales soluciones, ya que a la pobreza se le suma la informalidad laboral, la economía en negro que de allí deriva y el creciente caso de jóvenes arrojados a la marginalidad, que no trabajan ni estudian. El experto en problemáticas sociales, Daniel Arroyo (ex viceministro de Desarrollo Social del kirchnerismo y hoy asesor de Sergio Massa) plantea dos ejes que amenazan con cristalizar más aún la pobreza: la pérdida de la movilidad social ascendente, uno de los hitos del peronismo del siglo pasado y la llamada “tercera generación de exclusión, es decir un pibe que no vio ni a su padre ni a su abuelo trabajar”.
“Hoy en día, la forma de ascender es moviéndose por el costado y no trabajando y estudiando cómo debería ser. La gran dificultad es que el pibe que vende drogas muestra que le va mejor que al resto. A diferencia de la década del ‘90 no tenemos movilidad social descendente, sino un fenómeno de vulnerabilidad”, señala.
Desde lo coyuntural de los números y más allá de los planes sociales destinados a atender el primer incendio, en materia de desigualdades las cifras son bastante críticas para hacer un balance lineal de los años kirchneristas, ya que aquello que se observaba en 2001, con 57% de pobreza y 28% de desocupación, ya había mejorado hacia 2003 cuando asumió Néstor Kirchner, tras el llamado “trabajo sucio” que realizó Eduardo Duhalde, que permitió modificar favorablemente estos de carácter social y algunos otros indicadores económicos.
Luego, los niveles más bajos de pobreza se dieron en 2007/08, en coincidencia con el inicio del ciclo de Cristina Fernández y desde entonces comenzaron a subir hasta llegar a las ominosas cifras del presente impulsadas probablemente por el veneno inflacionario que se le inoculó a la economía, primer motor, junto al esquema energético que viene desde los albores del kirchnerismo, del dominó que despatarró la situación económica y social.
Estas últimas referencias tienen que ver con aquello que la propia Presidenta disparó el lunes pasado, cuando planteó que le gustaría dejar en 2015 “un país mucho mejor del que nos tocó encontrar a nosotros”, refiriendo de modo interesado una comparación con la crisis que terminó con Fernando de la Rúa, aunque, como se ha visto, sería otro el cantar si Cristina se comparara aún con la herencia que le dejó su esposo.
Sin embargo, en materia de compulsas, el discurso que más tela dejó para cortar fue el que realizó en la estación Sáenz Peña del ferrocarril San Martín. Allí, habló de inversiones ferroviarias, una vez más fue injusta olvidando a Raúl Alfonsín, quien terminó la electrificación de la línea Roca (1985) y planteó algunas cuestiones laterales sobre la inseguridad.
En este aspecto, la Presidenta mostró una tapa del diario Clarín de 1993 dedicada a la privatización de los trenes, para señalar elípticamente a partir de un titular que, “como verán, los hechos delictivos no empezaron hace dos años, ya estaban en el año 93”, tratando de naturalizar en el tiempo la escalada de la violencia que hoy recorre la Argentina, cuyo periplo fue de menor a mayor en los últimos años, junto al desembarco del narcotráfico del que nadie pareció darse cuenta hasta que estuvo adentro.
La coherencia del discurso del Gobierno, en todo caso, se manifiesta en la negación simultánea de la pobreza y de la inseguridad, porque si es verdad que el crecimiento del delito es hijo de las situaciones de inequidad, tal como se suele sostener desde posturas progre-garantistas, no se puede reconocer un problema sin correlacionarlo con lo otro.
En el comienzo del discurso, Cristina hizo una referencia a los que llamó “emprendedores” que la acompañaban para “desvirtuar lo que quieren instalar de empresarios en pie de guerra contra el gobierno nacional. Esto es una creación virtual una vez más”. En este aspecto, la Presidenta se estaba refiriendo al crítico documento que hizo conocer el Foro de Convergencia Empresarial, al que el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich había fustigado primero que nadie desde el Gobierno con referencias laterales sobre la formación de precios.
El manifiesto de los empresarios, muy cuidado desde las formas, pero sobre todo muy debatido en cuanto al fondo de los reclamos, para nada mostró una guerra en ciernes, sino que tuvo por objeto poner sobre la mesa de discusión propuestas de tres vertientes profundas, aunque nada agresivas (aspectos sociales e institucionales más la dimensión económica) por lo que la apreciación de “pie de guerra” pareció ser apenas algo descriptivo. Sin embargo, para un gobierno que está a la defensiva y que suele ver sombras en todos los rincones, el planteo sonó demasiado duro.
En esta puja de empresarios para ganar espacio y dinero, los aplaudidores salieron a fustigar al Foro defendiendo espacios personales nada altruistas, a partir de sostener casi deportivamente el mismo discurso que el auge desmedido de la pobreza está demoliendo: “todavía no entendieron que se busca construir un país inclusivo, con una industria fuerte, sustitución de importaciones y un mercado interno sólido, que incorpore cada vez más consumidores a través de la movilidad social ascendente”, sostuvo el viernes la UIA bonaerense.
En cuanto a la política partidaria, pese a que Capitanich también los atendió, en este caso con mucha mayor agresividad (”tienen experiencia en narcotráfico, hiperinflación y traición política”) aludiendo a algunos de sus integrantes (socialismo, UCR o Julio Cobos, respectivamente), el Frente Amplio UNEN que se lanzó rumbo a 2015 no suscitó mayores comentarios de parte de la Presidenta, más allá de haberle dado algún empujón indirecto en sus discursos a la candidatura de Florencio Randazzo o pasado alguna factura al gobernador Daniel Scioli con los trenes a Mar del Plata.
Al resto de sus dichos (cuestiones ferroviarias, algunas de dudosa certidumbre o alguna referencia peyorativa que hizo Cristina hacia “los que van a tener que seguir viajando y sus hijos y sus hermanos y sus esposas” o derivas permanentes hacia sucesos auto-referenciales), hay que repasarlos con cierta preocupación, más allá de que fueron blanco fácil para sus detractores en Twitter, porque en esta alocución del jueves quedó mucho más en claro que los temas que aborda la Presidenta de un tiempo a esta parte no son los que le interesan mayoritariamente a la gente
Más allá de los perjuicios que sufre la sociedad, la subestimación que se derrama sobre los ciudadanos resulta ser algo ilevantable desde la credibilidad del Gobierno y desde la imagen de la propia presidenta de la Nación, para colmo por estos días demasiado errática en sus definiciones, al menos por lo que surge de las que ella misma se dedica a volcar en las sucesivas cadenas nacionales.
En una línea capaz de suponer que hay cierto nivel de cortedad intelectual en las personas, los discursos presidenciales se vienen enredando a diario en cifras más o menos amañadas y siempre en relación a las fechas más convenientes para la vidriera, aunque son comparaciones que tienen un insoslayable pecado de origen: los gobiernos kirchneristas se hicieron cargo hace casi 11 años y sus jerarcas se ufanan de ser los autores intelectuales del famoso modelo, el mismo que no se quiere hacer cargo de nada de lo que acontece, sobre todo por el lado de las desigualdades sociales.
En el caso del conteo puntual sobre pobreza e indigencia el caso resultó ser aún más patético, ya que el propio ministro de Economía le dio mayor visibilidad a la cuestión, al ordenar que no se difundan los números que había recolectado el INDEC. Más allá de que se volvió a tirar a la basura la seriedad estadística, la intención escenográfica resultó evidente, ya que si los datos daban muy bajos hubiese sido algo escandaloso, aunque al pobre Axel Kicillof le iba a explotar la bomba de todas formas, ya que convalidar la cifra que multiplica los pobres iba a ser admitir de plano la falsificación de los últimos siete años en materia inflacionaria.
Sin embargo, el caso es más grave aún para el kirchnerismo, porque después de haber pasado por la promocionada década más brillante de la historia argentina que el resultado sea tener todavía a más de once millones de personas sumidas en la miseria (con 20% de ellos categorizados como “indigentes”) es decretar la defunción ideológica del “modelo de acumulación con matriz productiva diversificada e inclusión social, basado en la demanda agregada”.
Las cifras de pobreza que se barajan con mayor fundamento tienen el aval del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (27,5% por debajo de la línea, número obtenido a partir de las canastas oficiales, más encuestas propias de ingresos y de composición de los hogares), institución que desde hace muchos años viene advirtiendo sobre la situación. Por su imparcialidad académica y por la ligazón de su rector con el papa Francisco, las autoridades se sienten con poco ánimo de desacreditar la medición, aunque a la luz de los hechos se la escuche como quien oye llover.
Los expertos señalan que acomodar las estadísticas impide avanzar en políticas públicas que ayuden a mitigar los problemas y, en este caso, hay implicancias que ya hacen temer por cuestiones de carácter estructural que van a dificultar las eventuales soluciones, ya que a la pobreza se le suma la informalidad laboral, la economía en negro que de allí deriva y el creciente caso de jóvenes arrojados a la marginalidad, que no trabajan ni estudian. El experto en problemáticas sociales, Daniel Arroyo (ex viceministro de Desarrollo Social del kirchnerismo y hoy asesor de Sergio Massa) plantea dos ejes que amenazan con cristalizar más aún la pobreza: la pérdida de la movilidad social ascendente, uno de los hitos del peronismo del siglo pasado y la llamada “tercera generación de exclusión, es decir un pibe que no vio ni a su padre ni a su abuelo trabajar”.
“Hoy en día, la forma de ascender es moviéndose por el costado y no trabajando y estudiando cómo debería ser. La gran dificultad es que el pibe que vende drogas muestra que le va mejor que al resto. A diferencia de la década del ‘90 no tenemos movilidad social descendente, sino un fenómeno de vulnerabilidad”, señala.
Desde lo coyuntural de los números y más allá de los planes sociales destinados a atender el primer incendio, en materia de desigualdades las cifras son bastante críticas para hacer un balance lineal de los años kirchneristas, ya que aquello que se observaba en 2001, con 57% de pobreza y 28% de desocupación, ya había mejorado hacia 2003 cuando asumió Néstor Kirchner, tras el llamado “trabajo sucio” que realizó Eduardo Duhalde, que permitió modificar favorablemente estos de carácter social y algunos otros indicadores económicos.
Luego, los niveles más bajos de pobreza se dieron en 2007/08, en coincidencia con el inicio del ciclo de Cristina Fernández y desde entonces comenzaron a subir hasta llegar a las ominosas cifras del presente impulsadas probablemente por el veneno inflacionario que se le inoculó a la economía, primer motor, junto al esquema energético que viene desde los albores del kirchnerismo, del dominó que despatarró la situación económica y social.
Estas últimas referencias tienen que ver con aquello que la propia Presidenta disparó el lunes pasado, cuando planteó que le gustaría dejar en 2015 “un país mucho mejor del que nos tocó encontrar a nosotros”, refiriendo de modo interesado una comparación con la crisis que terminó con Fernando de la Rúa, aunque, como se ha visto, sería otro el cantar si Cristina se comparara aún con la herencia que le dejó su esposo.
Sin embargo, en materia de compulsas, el discurso que más tela dejó para cortar fue el que realizó en la estación Sáenz Peña del ferrocarril San Martín. Allí, habló de inversiones ferroviarias, una vez más fue injusta olvidando a Raúl Alfonsín, quien terminó la electrificación de la línea Roca (1985) y planteó algunas cuestiones laterales sobre la inseguridad.
En este aspecto, la Presidenta mostró una tapa del diario Clarín de 1993 dedicada a la privatización de los trenes, para señalar elípticamente a partir de un titular que, “como verán, los hechos delictivos no empezaron hace dos años, ya estaban en el año 93”, tratando de naturalizar en el tiempo la escalada de la violencia que hoy recorre la Argentina, cuyo periplo fue de menor a mayor en los últimos años, junto al desembarco del narcotráfico del que nadie pareció darse cuenta hasta que estuvo adentro.
La coherencia del discurso del Gobierno, en todo caso, se manifiesta en la negación simultánea de la pobreza y de la inseguridad, porque si es verdad que el crecimiento del delito es hijo de las situaciones de inequidad, tal como se suele sostener desde posturas progre-garantistas, no se puede reconocer un problema sin correlacionarlo con lo otro.
En el comienzo del discurso, Cristina hizo una referencia a los que llamó “emprendedores” que la acompañaban para “desvirtuar lo que quieren instalar de empresarios en pie de guerra contra el gobierno nacional. Esto es una creación virtual una vez más”. En este aspecto, la Presidenta se estaba refiriendo al crítico documento que hizo conocer el Foro de Convergencia Empresarial, al que el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich había fustigado primero que nadie desde el Gobierno con referencias laterales sobre la formación de precios.
El manifiesto de los empresarios, muy cuidado desde las formas, pero sobre todo muy debatido en cuanto al fondo de los reclamos, para nada mostró una guerra en ciernes, sino que tuvo por objeto poner sobre la mesa de discusión propuestas de tres vertientes profundas, aunque nada agresivas (aspectos sociales e institucionales más la dimensión económica) por lo que la apreciación de “pie de guerra” pareció ser apenas algo descriptivo. Sin embargo, para un gobierno que está a la defensiva y que suele ver sombras en todos los rincones, el planteo sonó demasiado duro.
En esta puja de empresarios para ganar espacio y dinero, los aplaudidores salieron a fustigar al Foro defendiendo espacios personales nada altruistas, a partir de sostener casi deportivamente el mismo discurso que el auge desmedido de la pobreza está demoliendo: “todavía no entendieron que se busca construir un país inclusivo, con una industria fuerte, sustitución de importaciones y un mercado interno sólido, que incorpore cada vez más consumidores a través de la movilidad social ascendente”, sostuvo el viernes la UIA bonaerense.
En cuanto a la política partidaria, pese a que Capitanich también los atendió, en este caso con mucha mayor agresividad (”tienen experiencia en narcotráfico, hiperinflación y traición política”) aludiendo a algunos de sus integrantes (socialismo, UCR o Julio Cobos, respectivamente), el Frente Amplio UNEN que se lanzó rumbo a 2015 no suscitó mayores comentarios de parte de la Presidenta, más allá de haberle dado algún empujón indirecto en sus discursos a la candidatura de Florencio Randazzo o pasado alguna factura al gobernador Daniel Scioli con los trenes a Mar del Plata.
Al resto de sus dichos (cuestiones ferroviarias, algunas de dudosa certidumbre o alguna referencia peyorativa que hizo Cristina hacia “los que van a tener que seguir viajando y sus hijos y sus hermanos y sus esposas” o derivas permanentes hacia sucesos auto-referenciales), hay que repasarlos con cierta preocupación, más allá de que fueron blanco fácil para sus detractores en Twitter, porque en esta alocución del jueves quedó mucho más en claro que los temas que aborda la Presidenta de un tiempo a esta parte no son los que le interesan mayoritariamente a la gente
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