06 Abril 2014
Justicia por mano propia no es justicia: el concepto de justicia está emparentado con el de verdad y con nuestra aceptación de que hay mecanismos institucionales para el reconocimiento de los hechos y sus consecuencias. La verdad y la justicia no pueden ser exclusivas de la primera persona: confinadas al “mi” o al “nuestra”. Verdad y justicia son sólo sueño, dogma o crimen. Las evidentes fallas en materia de protección de la ciudadanía ante la delincuencia no pueden ser corregidas más que por la política, tanto por la lucha de los familiares como de la sociedad en su conjunto.
Para mayor complejidad, en ese terreno de genuina y acuciante realidad se ha instalado la retórica de la seguridad y el alucinante género literario del discurso político. Como químicos irresponsables experimentan con el miedo, precisamente en el frasco de Erlenmeyer de nuestra cultura autoritaria y violenta.
Creo que no valen acá las excusas ante el crimen o la reacción criminal del linchamiento en términos de “el hombre es así”. Thomas Hobbes solía dar como prueba del famoso “el hombre es el lobo del hombre” a cada acto de protección de bienes: de tal forma que quien pone llave a su casa acusa en ese mismo acto a sus semejantes de ladrones. Pero lo que Hobbes demostró no es la naturaleza humana universal, sino en todo caso lo que era un inglés del siglo XVII. De la misma forma, amplificado de mil maneras por el gran negocio de la seguridad, nuestra cultura revela su triste condición.
Todas las noches mi hijo me acompaña entusiasmado a activar la alarma, controla las puertas y ventanas y, cuando tiene mi visto bueno, llegando en puntas de pies mantiene presionado el número once de la botonera, el de “en casa”. Él no tiene la menor idea de lo que significa. En cierto sentido creo que todos deberíamos reflexionar si es que realmente nosotros lo sabemos, si conocemos lo que sigue de las alarmas, de la privatización de los barrios, de la seguridad privada, de las armas en las casas, del discurso de la mano dura y de la estigmatización. De convertirnos en ciudadanos del miedo, usando la expresión de Susana Rotker.
Los linchamientos son injustificables. Son la antítesis perfecta tanto de las Madres de Plaza de Mayo, como de Alberto Lebbos, de Susana Trimarco y de las Madres del Dolor. La justicia no se dice de muchas maneras, aunque cuesta oírla bien pronunciada y muchos todavía no la hayan escuchado.
Para mayor complejidad, en ese terreno de genuina y acuciante realidad se ha instalado la retórica de la seguridad y el alucinante género literario del discurso político. Como químicos irresponsables experimentan con el miedo, precisamente en el frasco de Erlenmeyer de nuestra cultura autoritaria y violenta.
Creo que no valen acá las excusas ante el crimen o la reacción criminal del linchamiento en términos de “el hombre es así”. Thomas Hobbes solía dar como prueba del famoso “el hombre es el lobo del hombre” a cada acto de protección de bienes: de tal forma que quien pone llave a su casa acusa en ese mismo acto a sus semejantes de ladrones. Pero lo que Hobbes demostró no es la naturaleza humana universal, sino en todo caso lo que era un inglés del siglo XVII. De la misma forma, amplificado de mil maneras por el gran negocio de la seguridad, nuestra cultura revela su triste condición.
Todas las noches mi hijo me acompaña entusiasmado a activar la alarma, controla las puertas y ventanas y, cuando tiene mi visto bueno, llegando en puntas de pies mantiene presionado el número once de la botonera, el de “en casa”. Él no tiene la menor idea de lo que significa. En cierto sentido creo que todos deberíamos reflexionar si es que realmente nosotros lo sabemos, si conocemos lo que sigue de las alarmas, de la privatización de los barrios, de la seguridad privada, de las armas en las casas, del discurso de la mano dura y de la estigmatización. De convertirnos en ciudadanos del miedo, usando la expresión de Susana Rotker.
Los linchamientos son injustificables. Son la antítesis perfecta tanto de las Madres de Plaza de Mayo, como de Alberto Lebbos, de Susana Trimarco y de las Madres del Dolor. La justicia no se dice de muchas maneras, aunque cuesta oírla bien pronunciada y muchos todavía no la hayan escuchado.
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