04 Abril 2014
Está en la propia naturaleza humana y se expresa de diferentes maneras. Está en los hogares, en los establecimientos educativos, en los lugares de trabajo, en las calles, bajo diversos ropajes e intensidades. Según la Organización Mundial de la Salud, es el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que causa o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones. La social, política y económica es una de las tipologías de violencia. Esta se acentúa con la descomposición del tejido ético de la sociedad, como por ejemplo, se reflejó en el estallido producido, como consecuencia del paro policial, el 11 de diciembre pasado en que los ciudadanos se armaron para defenderse de las bandas de delincuentes que saquearon negocios, valiéndose de la ausencia del Estado. En Tucumán murieron ocho personas.
Los casos de intentos de linchamientos de delincuentes, ocurridos en los últimos días, están reflejando este hondo malestar social. Es real el estado de inseguridad y de indefensión que vive la ciudadanía, pero de ninguna manera puede justificarse este regreso a la Ley del Talión o de hacer justicia por mano propia. No sin argumentos se ha cuestionado la labor de la Justicia y de la Policía, así como la complicidad del poder político, pero valerse de furia colectiva y de la sed de venganza para matar a un ladrón, significa cometer un asesinato. Tenemos instituciones donde resolver los conflictos, de manera que más allá del hartazgo que pueda experimentar la ciudadanía por falta de respuestas a sus reclamos de mayor protección, no se puede avasallar la ley porque se corre el riesgo de caer en el caos.
Las causas del deterioro social en una comunidad son diversas, pero básicamente están vinculadas con la educación, la inequidad, la desocupación, la marginalidad. Se podría estar analizándolas durante meses o años, desde distintas perspectivas ideológicas y partidarias, y al cabo de ese tiempo, luego de enrostrarse largas culpas, es posible que cada parte sienta que tiene la razón o la verdad. Pero se corre el peligro de que mientras las teorías y discursos rodean la realidad y no se actúa con la celeridad que se requiere, estos, por ahora, incipientes hechos de violencia pueden expandirse.
Sería interesante preguntarse por qué se ha llegado a esta instancia y pensar qué se va a hacer con estos brotes de intentos de linchamientos. No hay que esperar que estos episodios se multipliquen y se desmadren. La experiencia histórica nos muestra que cuando se deja crecer una bola de nieve, su fuerza puede ser incontenible y es muy difícil desarticularla. De ese modo, el problema se vuelve crónico.
Ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo es el significado del verbo linchar. Aunque en la última dictadura eso haya sucedido, en un estado democrático todo ciudadano tiene derecho a un juicio justo. Nuestros representantes deben plantearse acciones concretas para que evitar que esta realidad se salga de cauce. La educación, la justicia y la autocrítica siguen siendo los puntos de partida para construir y fortalecer el tejido social. De ninguna manera, deben admitirse estas golpizas colectivas. “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”, advertía el líder pacifista Mahatma Gandhi.
Los casos de intentos de linchamientos de delincuentes, ocurridos en los últimos días, están reflejando este hondo malestar social. Es real el estado de inseguridad y de indefensión que vive la ciudadanía, pero de ninguna manera puede justificarse este regreso a la Ley del Talión o de hacer justicia por mano propia. No sin argumentos se ha cuestionado la labor de la Justicia y de la Policía, así como la complicidad del poder político, pero valerse de furia colectiva y de la sed de venganza para matar a un ladrón, significa cometer un asesinato. Tenemos instituciones donde resolver los conflictos, de manera que más allá del hartazgo que pueda experimentar la ciudadanía por falta de respuestas a sus reclamos de mayor protección, no se puede avasallar la ley porque se corre el riesgo de caer en el caos.
Las causas del deterioro social en una comunidad son diversas, pero básicamente están vinculadas con la educación, la inequidad, la desocupación, la marginalidad. Se podría estar analizándolas durante meses o años, desde distintas perspectivas ideológicas y partidarias, y al cabo de ese tiempo, luego de enrostrarse largas culpas, es posible que cada parte sienta que tiene la razón o la verdad. Pero se corre el peligro de que mientras las teorías y discursos rodean la realidad y no se actúa con la celeridad que se requiere, estos, por ahora, incipientes hechos de violencia pueden expandirse.
Sería interesante preguntarse por qué se ha llegado a esta instancia y pensar qué se va a hacer con estos brotes de intentos de linchamientos. No hay que esperar que estos episodios se multipliquen y se desmadren. La experiencia histórica nos muestra que cuando se deja crecer una bola de nieve, su fuerza puede ser incontenible y es muy difícil desarticularla. De ese modo, el problema se vuelve crónico.
Ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo es el significado del verbo linchar. Aunque en la última dictadura eso haya sucedido, en un estado democrático todo ciudadano tiene derecho a un juicio justo. Nuestros representantes deben plantearse acciones concretas para que evitar que esta realidad se salga de cauce. La educación, la justicia y la autocrítica siguen siendo los puntos de partida para construir y fortalecer el tejido social. De ninguna manera, deben admitirse estas golpizas colectivas. “Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”, advertía el líder pacifista Mahatma Gandhi.
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