Por Carlos Páez de la Torre H
16 Marzo 2014
EL PROTAGONISTA. Francisco de Paula, personificando al general La Madrid, en una escena de la película.
Hasta 1949, nunca se había producido y filmado una película en Tucumán. La patriada de encararla correspondió a un colorido y singular personaje de aquellos años, Pedro Gregorio Madrid, unánimemente conocido por su apodo “Perico”. La historia respectiva merece contarse.
Otras veces hemos dado noticias de “Perico”. Nació el 19 de mayo de 1904, en una antigua familia tucumana. Era hijo de don Pedro Gregorio Madrid y doña Martina Aráoz. El buen humor fue el ángulo desde el cual “Perico” prefirió mirar la existencia, desde las épocas de estudiante. Tan grande fue su irradiación, que con los años se iría edificando toda una mitología de los dichos, las réplicas y las bromas urdidas por “Perico”. Una maraña donde ya no puede saberse qué es lo cierto y qué es lo atribuido, en tan variado y risueño material.
“Perico” Madrid
Ex alumno del Colegio Sagrado Corazón y del Nacional, empezó estudios universitarios que pronto dejó para correr la bohemia en Buenos Aires. Allí fue periodista de “Crítica”, gracias a su notable facilidad para escribir y su chispa de observador. Eso mientras anudaba, con gente del espectáculo –como Francisco Petrone o Enrique Serrano- amistades que conservaría toda la vida.
De vuelta en Tucumán, durante la década de 1930 desempeñaría cargos como el de director de la Oficina Provincial de Estadística, o secretario del Concejo Deliberante, entre otros. Presidió, además, la Comisión de Conciliación y Arbitraje. Cuando el doctor Abraham de la Vega fue nombrado interventor en la Universidad del Litoral, lo llevó como secretario. Fue un entusiasta del pugilismo y presidió la Federación Tucumana de Box.
Un viejo sueño
Varios años fue empresario del Teatro Alberdi. Allí contrató a grandes figuras de la escena popular, y aprovechó para darse el gusto de escribir muchas comedias y “sketchs” de actualidad. Por ejemplo, tuvo fama el que satirizaba a la fórmula electa en 1950 para la gobernación, de Fernando Riera-Arturo del Río. Se titulaba “Sería un loco desvarío/ que yo me riera del río”. Tenía brillantes dotes para ese género y versificaba con mucha habilidad.
En 1949, se le ocurrió dar rienda suelta a cierto sueño que siempre había alentado: narrar la vida de un hombre de su genealogía, el general Gregorio Aráoz de La Madrid. Le había embelesado siempre el famoso sableador tucumano, que se batió en más de 130 combates, desde la batalla de Tucumán de 1812 hasta la de Caseros en 1852. Y que, entre guerra y guerra, escribía, masticaba caramelos y animaba a sus hombres con las vidalitas que componía.
Amores en la guerra
No le importó meterse en deudas para producir su película, que se llamaría “El diablo de las vidalas”. Tampoco lo arredraron las dificultades que presentaba entonces la azarosa aventura de filmar en Tucumán. Escribió el guión de una sentada, y convocó a Belisario García Villar para que dirigiera su proyecto.
Por entonces, García Villar había ganado ya cierta nombradía, con películas como “Sendas cruzadas”, “Frontera sur”, “Centauros del pasado” y “Así te deseo”, entre otras. Según “Perico” declaró a la prensa, componía su argumento sobre el noviazgo –que cristalizó en boda- de La Madrid con Luisa Díaz Vélez. Allí engarzaba “posibilidades psicológicas tensas con situaciones de aventuras, caracterizadas por un modo romántico de hacer la guerra”. Quería que se fijara en la pantalla “la historia de uno de los hombres más dinámicos y de temple que se conoce en la historia argentina”.
Todo un acontecimiento
El papel protagónico se confió a Francisco de Paula. Era un conocido actor que exhibía un historial de films exitosos, como “Despertar a la vida”, “Pasaporte a Río” o “Danza del fuego”. La protagonista femenina era Amanda Varela (hermana de Mecha Ortiz). El elenco seguía con Jorge Molina Salas, Nino Persello, Paul Ellis, Norma Doncel, Hilda Vivar, Isabel Ferri, Cecilia Guzmán, José Luis Zubillaga, Oscar Chez, Mabel Santángelo, Oscar Fuentes, entre otros. La música era de Mario Cavenato, y la ejecutaba la orquesta dirigida por Carlos Cillario.
Como es imaginable, el rodaje fue un acontecimiento que revolucionó a Tucumán. LA GACETA lo documentó en varias crónicas con fotografías. Organismos como el Instituto Cinefotográfico de la UNT o el Museo Folklórico, colaboraron de diversas maneras.
Se buscaban afanosamente lugares con “clima” para ambientar las secuencias. El patio con columnas de la Escuela Sarmiento sirvió para no pocas tomas. Y la misma casa de “Perico” y su esposa Dora Torres Posse, en Las Heras 251, aportó su romántico patio, con rejas, aljibe y macetas.
En Tafí del Valle
Los exteriores se filmaron en Tafí del Valle. Esto dio oportunidad de trabajar como “extras” a gran cantidad de veraneantes. García Villar instaló el cuartel general de la filmación en la estancia El Churqui. Su propietario Clemente Zavaleta, aportó generosamente tanto las caballadas como muchos almuerzos y comidas para el equipo. También accedió a aparecer tocando la guitarra, en una de las escenas.
Buenos jinetes, como José Octavio “Churo” Terán Vega y Ángel Miguel “Bebe” Esteves, permitieron dar realismo a las secuencias de combate, a tiempo que José Ignacio “Palito” Chenaut componía un convincente oficial realista. La tradición oral conservó muchas anécdotas de la filmación. Parece que el protagonista Francisco de Paula tenía terror al caballo que debía montar, y que lo tumbó un par de veces.
Veto oficial
Sucedió que “El diablo de las vidalas” no pudo entrar en el circuito comercial. En “Un diccionario de films argentinos” (2001), Raúl Manrupe y María Alejandra Portela afirman que “en febrero de 1950, el entonces secretario de Informaciones, Raúl Alejandro Apold, resolvió la prohibición del film, por ‘no reunir las condiciones técnicas, artísticas y de veracidad histórica’; alegando además que tanto los próceres como los hechos habían sido representados ‘en forma tan inconveniente que podía llevar, al ánimo del espectador nacional y extranjero, una impresión equivocada de lo que fuera nuestra Guerra de la Independencia”.
Pero yerra el diccionario citado, al afirmar que la película “nunca se estrenó”. Porque “El diablo de las vidalas” se estrenó exactamente el 13 de junio de 1951, de acuerdo a la cartelera de LA GACETA. Se proyectó hasta el 24 de ese mes, en el cine Grand Splendid Theatre (luego Parravicini) de la calle 24 de Setiembre al 500.
¿Dónde estará?
El veto oficial que impidió que su película siguiera en cartelera, representó para “Productoras Asociadas Sant’Angelo-Republic Films”, la empresa de “Perico” Madrid, una catástrofe económica. Claro que eso no afectó su ánimo. Tras la etapa del Teatro Alberdi, se desvinculó del espectáculo para girar hacia otras labores. La artritis lo postró en cama durante los años finales de su vida. Pero a diario se congregaba, en su casa, la rueda de amigos que “Perico” seguía animando con la gracia de su conversación. Falleció el 4 de enero de 1963. García Villar murió tres años después, en 1966. En cuanto a los protagonistas de su película, Francisco de Paula falleció en 1985, y Amanda Varela en 2000.
Tenemos entendido que nadie sabe hoy el paradero de los rollos de “El diablo de las vidalas”. Sería un aporte para nuestra historia cultural, descubrir dónde se encuentran y restaurar la película para su exhibición. Tal como se hizo, con toda justicia, con “Mansedumbre”, la segunda producción cinematográfica tucumana, estrenada en 1952.
Otras veces hemos dado noticias de “Perico”. Nació el 19 de mayo de 1904, en una antigua familia tucumana. Era hijo de don Pedro Gregorio Madrid y doña Martina Aráoz. El buen humor fue el ángulo desde el cual “Perico” prefirió mirar la existencia, desde las épocas de estudiante. Tan grande fue su irradiación, que con los años se iría edificando toda una mitología de los dichos, las réplicas y las bromas urdidas por “Perico”. Una maraña donde ya no puede saberse qué es lo cierto y qué es lo atribuido, en tan variado y risueño material.
“Perico” Madrid
Ex alumno del Colegio Sagrado Corazón y del Nacional, empezó estudios universitarios que pronto dejó para correr la bohemia en Buenos Aires. Allí fue periodista de “Crítica”, gracias a su notable facilidad para escribir y su chispa de observador. Eso mientras anudaba, con gente del espectáculo –como Francisco Petrone o Enrique Serrano- amistades que conservaría toda la vida.
De vuelta en Tucumán, durante la década de 1930 desempeñaría cargos como el de director de la Oficina Provincial de Estadística, o secretario del Concejo Deliberante, entre otros. Presidió, además, la Comisión de Conciliación y Arbitraje. Cuando el doctor Abraham de la Vega fue nombrado interventor en la Universidad del Litoral, lo llevó como secretario. Fue un entusiasta del pugilismo y presidió la Federación Tucumana de Box.
Un viejo sueño
Varios años fue empresario del Teatro Alberdi. Allí contrató a grandes figuras de la escena popular, y aprovechó para darse el gusto de escribir muchas comedias y “sketchs” de actualidad. Por ejemplo, tuvo fama el que satirizaba a la fórmula electa en 1950 para la gobernación, de Fernando Riera-Arturo del Río. Se titulaba “Sería un loco desvarío/ que yo me riera del río”. Tenía brillantes dotes para ese género y versificaba con mucha habilidad.
En 1949, se le ocurrió dar rienda suelta a cierto sueño que siempre había alentado: narrar la vida de un hombre de su genealogía, el general Gregorio Aráoz de La Madrid. Le había embelesado siempre el famoso sableador tucumano, que se batió en más de 130 combates, desde la batalla de Tucumán de 1812 hasta la de Caseros en 1852. Y que, entre guerra y guerra, escribía, masticaba caramelos y animaba a sus hombres con las vidalitas que componía.
Amores en la guerra
No le importó meterse en deudas para producir su película, que se llamaría “El diablo de las vidalas”. Tampoco lo arredraron las dificultades que presentaba entonces la azarosa aventura de filmar en Tucumán. Escribió el guión de una sentada, y convocó a Belisario García Villar para que dirigiera su proyecto.
Por entonces, García Villar había ganado ya cierta nombradía, con películas como “Sendas cruzadas”, “Frontera sur”, “Centauros del pasado” y “Así te deseo”, entre otras. Según “Perico” declaró a la prensa, componía su argumento sobre el noviazgo –que cristalizó en boda- de La Madrid con Luisa Díaz Vélez. Allí engarzaba “posibilidades psicológicas tensas con situaciones de aventuras, caracterizadas por un modo romántico de hacer la guerra”. Quería que se fijara en la pantalla “la historia de uno de los hombres más dinámicos y de temple que se conoce en la historia argentina”.
Todo un acontecimiento
El papel protagónico se confió a Francisco de Paula. Era un conocido actor que exhibía un historial de films exitosos, como “Despertar a la vida”, “Pasaporte a Río” o “Danza del fuego”. La protagonista femenina era Amanda Varela (hermana de Mecha Ortiz). El elenco seguía con Jorge Molina Salas, Nino Persello, Paul Ellis, Norma Doncel, Hilda Vivar, Isabel Ferri, Cecilia Guzmán, José Luis Zubillaga, Oscar Chez, Mabel Santángelo, Oscar Fuentes, entre otros. La música era de Mario Cavenato, y la ejecutaba la orquesta dirigida por Carlos Cillario.
Como es imaginable, el rodaje fue un acontecimiento que revolucionó a Tucumán. LA GACETA lo documentó en varias crónicas con fotografías. Organismos como el Instituto Cinefotográfico de la UNT o el Museo Folklórico, colaboraron de diversas maneras.
Se buscaban afanosamente lugares con “clima” para ambientar las secuencias. El patio con columnas de la Escuela Sarmiento sirvió para no pocas tomas. Y la misma casa de “Perico” y su esposa Dora Torres Posse, en Las Heras 251, aportó su romántico patio, con rejas, aljibe y macetas.
En Tafí del Valle
Los exteriores se filmaron en Tafí del Valle. Esto dio oportunidad de trabajar como “extras” a gran cantidad de veraneantes. García Villar instaló el cuartel general de la filmación en la estancia El Churqui. Su propietario Clemente Zavaleta, aportó generosamente tanto las caballadas como muchos almuerzos y comidas para el equipo. También accedió a aparecer tocando la guitarra, en una de las escenas.
Buenos jinetes, como José Octavio “Churo” Terán Vega y Ángel Miguel “Bebe” Esteves, permitieron dar realismo a las secuencias de combate, a tiempo que José Ignacio “Palito” Chenaut componía un convincente oficial realista. La tradición oral conservó muchas anécdotas de la filmación. Parece que el protagonista Francisco de Paula tenía terror al caballo que debía montar, y que lo tumbó un par de veces.
Veto oficial
Sucedió que “El diablo de las vidalas” no pudo entrar en el circuito comercial. En “Un diccionario de films argentinos” (2001), Raúl Manrupe y María Alejandra Portela afirman que “en febrero de 1950, el entonces secretario de Informaciones, Raúl Alejandro Apold, resolvió la prohibición del film, por ‘no reunir las condiciones técnicas, artísticas y de veracidad histórica’; alegando además que tanto los próceres como los hechos habían sido representados ‘en forma tan inconveniente que podía llevar, al ánimo del espectador nacional y extranjero, una impresión equivocada de lo que fuera nuestra Guerra de la Independencia”.
Pero yerra el diccionario citado, al afirmar que la película “nunca se estrenó”. Porque “El diablo de las vidalas” se estrenó exactamente el 13 de junio de 1951, de acuerdo a la cartelera de LA GACETA. Se proyectó hasta el 24 de ese mes, en el cine Grand Splendid Theatre (luego Parravicini) de la calle 24 de Setiembre al 500.
¿Dónde estará?
El veto oficial que impidió que su película siguiera en cartelera, representó para “Productoras Asociadas Sant’Angelo-Republic Films”, la empresa de “Perico” Madrid, una catástrofe económica. Claro que eso no afectó su ánimo. Tras la etapa del Teatro Alberdi, se desvinculó del espectáculo para girar hacia otras labores. La artritis lo postró en cama durante los años finales de su vida. Pero a diario se congregaba, en su casa, la rueda de amigos que “Perico” seguía animando con la gracia de su conversación. Falleció el 4 de enero de 1963. García Villar murió tres años después, en 1966. En cuanto a los protagonistas de su película, Francisco de Paula falleció en 1985, y Amanda Varela en 2000.
Tenemos entendido que nadie sabe hoy el paradero de los rollos de “El diablo de las vidalas”. Sería un aporte para nuestra historia cultural, descubrir dónde se encuentran y restaurar la película para su exhibición. Tal como se hizo, con toda justicia, con “Mansedumbre”, la segunda producción cinematográfica tucumana, estrenada en 1952.
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