Por Álvaro José Aurane
08 Marzo 2014
Sin solución
En enero se inundó el Hospital de Niños. El agua ingresó por techos (esos que están para que no ingrese el agua) a quirófanos, salas de internación, pasillos y salas de espera. En febrero fue el turno del Hospital Padilla. Se cayó parte del techo (ese que está para no caerse) en la terapia intensiva. En marzo, el gobernador dijo en su discurso anual en la Legislatura que esos dos centros asistenciales fueron “hechos a nuevo” durante su gestión. O sea, el alperovichismo se está lloviendo.
Sin cumplir
Los hospitales anegados son metáfora quemante de las grietas por las que se inunda el relato del oficialismo vernáculo. Este es el Gobierno que iba a hacer que los tucumanos se olvidaran de Celestino Gelsi. Esta es la gestión que se vanagloriaba de que los hospitales públicos marcarían el estándar en atención de salud de Tucumán, porque eran mejores que los sanatorios. Esta es la democracia pavimentadora que decía cualquier cosa para justificar su trueque oprobioso: canjear institucionalidad por obras públicas. Mes a mes de 2014 queda claro que esta administración ni siquiera cumplió con su parte del terrible canje: sí bastardearon las instituciones, hasta anotar en la Carta Magna que este tercer mandato en realidad es el segundo, pero a cambio sólo entregaron pavimento de cuarta y construcciones de quinta.
Sin castigar
Peor aún: los trabajos públicos que entregaron a cambio de consagrar la Constitución de 2006, varias veces declarada inconstitucional, fueron un dechado de irregularidades. El Padilla es su emblema, como se avisó aquí en septiembre, y como lo refrescó en estos días el periodista Roberto Delgado. Para remodelar y ampliar el área de emergentología, el Gobierno adjudicó por licitación privada (la licitación pública está en coma), en 2007, una obra con un presupuesto $ 16,6 millones. Más $ 3,3 millones para que la Secretaría de Obras Públicas realizara tareas adicionales. Más $ 830.000 para que supervisara que todo estaba hecho. Se ve que era poca plata para inspecciones, porque en junio de 2011, la Dirección de Arquitectura y Urbanismo firmó un acta (en la cual el investigado Miguel Brito nada tuvo que ver) que declaró la tarea terminada y recibida. Pero en septiembre de 2011, los ingenieros del Tribunal de Cuentas detectaron faltantes de obra por $ 2,7 millones. Los vocales del organismo ordenaron iniciar un sumario al mes siguiente, del que nunca más se tuvo noticias, aunque había 60 días de plazo para sustanciarlo. Tampoco figuran responsables de la DAU sancionados por este caso.
Sin techo
Brito aparece en diciembre de 2011: revoca el acta que daba todo por terminado y resuelve que la DAU se haría cargo de una tarea premonitoria: impermeabilizar los techos del Padilla. Pero en febrero siguiente, el Tribunal de Cuentas lo frena correctamente: dirá que eso corresponde a la empresa que recibió el millonaria contrato. ¿Cómo terminó todo con la obra que, según el pliego licitatorio, debía estar lista el 6 de agosto de 2009 pero seguía imcompleta a inicios 2012? Con pacientes graves debiendo ser reubicados, en 2014, porque los techos “a nuevo” se desprendieron.
Sin explicación
En el Ejecutivo, nadie se siente obligado a dar explicaciones. Por caso, el ministro de Salud, Pablo Yedlin, autorizaba pagos de seis cifras a la fantasmagórica Funsal, de modo que tener fallas alarmantes en obras millonarias, pero que al menos existen, debe ser casi una bendición en Casa de Gobierno. En la Legislatura dormirán los pedidos de informes y de interpelación del legislador Ariel García, porque es incómodo tener hospitales navegables en la provincia donde el vicegobernador en abuso de licencia es también el ministro de Salud de la Nación. A Juan Manzur, por cierto, con los nosocomios acuáticos no le fue mal. Por ejemplo, la denuncia del ahora diputado José Cano acerca de que se habían adulterado los protocolos de registro de la mortalidad infantil no prosperó porque 60.000 historias clínicas fueron llevadas a fines de 2007 a los sótanos de la Maternidad, que suele inundarse en verano. Llegó el verano de 2008, se inundó, y los registros se perdieron. En cuanto a la Justicia, nadie investiga las irregularidades administrativas en las costosas obras lluviosas porque los Tribunales van a la vanguardia del derecho. Ahí, la investigación de oficio de presuntos entuertos del poder fue derogada, aunque la ley no se haya enterado y siga permitiéndolo.
Sin paraguas
El alperovichismo está lloviéndose también sobre sí mismo. Lo prueba la precipitación de Beatriz Rojkés desde las alturas de la Presidencia Provisional del Senado, por las sospechas de coqueteo massista de su esposo. José Alperovich parece subestimar al kirchnerismo: Hugo Haime, oráculo alperovichista, fue uno de los cerebros de la triunfal campaña bonaerense de Sergio Massa, pero el gobernador tucumano cree que con remover a tres legisladores massistas de las comisiones legislativas que presidían alcanza para probar fidelidad a la Casa Rosada.
Sin tope
Las reciprocidades entre el tucumano y el tigrense son añejas. Y estratégicas. Para que la colonización del Poder Judicial tucumano fuera posible, Alperovich tenía que nombrar sus jueces. Eso sólo sería posible con vacantes. Y para que se produjeran, los magistrados debían tener ánimos de jubilarse. Advino, entonces, el 82% móvil para ellos. Pero surgió un inconveniente: el convenio que había mandado la Anses ponía a los jueces tucumanos bajo la Ley de Solidaridad Previsional. O sea, tendrían un tope en el haber y, por tanto, ninguno se jubilaría. Alperovich lo hizo notar y la Anses, conducida por Massa, se enmendó a sí misma y salvó la embestida alperovichista: excluyó a los magistrados locales de la mencionada norma. Ellos empezaron a retirarse sin limite en la mensualidad jubilatoria. Y ya se sabe cómo siguió la historia.
Sin piedad
Pero el desplome de la primera dama tucumana arrojó escenas que muestran al alperovichismo como el caído en desgracia en el oficialismo nacional. Según testigos, el 28 de febrero, cuando debían renovarse las autoridades de la Cámara Alta, la tucumana Silvia Elías de Pérez anunció que ella no votaría por Rojkés. Era una devolución de gentilezas, ya que la esposa de Alperovich, en diciembre, había manifestado fallidamente que no votaría por la incorporación de la radical al Senado, cuando en realidad nada había que votar. Pero también era una transgresión a un uso más o menos respetado, según el cual la conducción senatorial es consensuada por las bancadas. El bloque radical avaló a Elías de Pérez y anticipó la novedad en el Frente para la Victoria. Obtuvieron una respuesta tan extraoficial como sorprendente: lo único que pedían a cambio los oficialistas era que la radical no tuviera piedad con Rojkés. “Que la mate”, dijeron.
Sin aviso
La opositora, que llevaba preparado desde antes un discurso letal, no tuvo oportunidad de usarlo: llegó la orden de la Casa Rosada de que el santiagueño Gerardo Zamora debía ocupar el lugar de Rojkés. El desbarajuste fue tal (el bloque peronista quería a Miguel Ángel Pichetto para el puesto), que el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el secretario Legal y Técnico, Carlos Zanini, debieron presentarse en el Salón Azul para apaciguar las aguas. A todo esto, agrega otro testigo, la esposa de Alperovich “estaba vestida como madrina de casamiento” para volver a ocupar el cargo que la Casa Rosada nunca se dignó en avisarle que ya no sería suyo.
Sin contención
Tras la consagración de Zamora, Pichetto apenas le dedicó dos líneas de agradecimiento “por los servicios prestados” a la presidenta del PJ tucumano. Es más: la única despedida cordial que recibió “Betty” fue el caballeroso agradecimiento que brindó desde su banca el puntano Adolfo Rodríguez Saá, presidente de la bancada del Peronismo Federal, cuyo prosecretario de bloque es el ex fiscal Anticorrupción, Esteban Jerez, quien la investigó en la “Causa Fundación PIBE”. Léase, los históricos adversarios del alperovichismo tuvieron mejores gestos que los actuales “compañeros”.
Sin mimos
Se anegó el discursito de que Tucumán es la provincia mimada del kirchnerismo. Zamora es esposo de una gobernadora, como Rojkés lo es de un gobernador. Pero lo eligieron a él, y no a ella; como antes la Nación escogió que fuera Las Termas la que tuviera aeropuerto, y no Tafí del Valle. Así como también escogieron para jefe de ministros al gobernador de Chaco, y no al de Tucumán, al que se le inundaron los sueños presidenciales que tanto lo entusiasmaban no hace tanto.
Sin control
Ahora, el alperovichismo está lloviéndose sobre los trabajadores del Estado en las negociaciones paritarias. Su empleomanía incrementó en 30.000 empleados públicos la planta permanente, que en 2003 era de 44.000 agentes. De allí que, mientras los estatales hacen cálculos sobre la incontenible inflación, el Gobierno hace números sobre un universo de 74.000 salarios... más contratados.
Sin palabra
Entonces, la Casa de Gobierno dice que no puede otorgar una suba del 35%. Pero el asunto no es cuánto puede, sino cuánto pudo hace 90 días. Cuando la Policía se acuarteló, y Tucumán fue un Estado fracasado del 9 al 11 de diciembre, con calles sin ley pero con muertos, consiguieron un incremento salarial por ese porcentaje. ¿Por qué a los uniformados sí, pero a los trabajadores de la educación y de la salud no? ¿Curar y educar tiene tope de negociación y pedir más es irresponsable, pero dejar a la ciudadanía indefensa ante bandas de saqueadores tiene premio, así que pueden pedir lo que quieran? ¿Por qué descuentan los días no trabajados a docentes y a médicos, pero no a los policías? ¿Y la doctrina de los actos propios? ¿Y la justicia social? ¿Y el “para todos y todas”?
Sin sentido
En este Gobierno, el que más daño puede provocar es el que más gana. Eso sí, el gobernador explica que aunque los policías ganan un 35% más, el aumento que él les dio, en realidad, es sólo del 25%. Con razón les llueve más adentro que afuera.
En enero se inundó el Hospital de Niños. El agua ingresó por techos (esos que están para que no ingrese el agua) a quirófanos, salas de internación, pasillos y salas de espera. En febrero fue el turno del Hospital Padilla. Se cayó parte del techo (ese que está para no caerse) en la terapia intensiva. En marzo, el gobernador dijo en su discurso anual en la Legislatura que esos dos centros asistenciales fueron “hechos a nuevo” durante su gestión. O sea, el alperovichismo se está lloviendo.
Sin cumplir
Los hospitales anegados son metáfora quemante de las grietas por las que se inunda el relato del oficialismo vernáculo. Este es el Gobierno que iba a hacer que los tucumanos se olvidaran de Celestino Gelsi. Esta es la gestión que se vanagloriaba de que los hospitales públicos marcarían el estándar en atención de salud de Tucumán, porque eran mejores que los sanatorios. Esta es la democracia pavimentadora que decía cualquier cosa para justificar su trueque oprobioso: canjear institucionalidad por obras públicas. Mes a mes de 2014 queda claro que esta administración ni siquiera cumplió con su parte del terrible canje: sí bastardearon las instituciones, hasta anotar en la Carta Magna que este tercer mandato en realidad es el segundo, pero a cambio sólo entregaron pavimento de cuarta y construcciones de quinta.
Sin castigar
Peor aún: los trabajos públicos que entregaron a cambio de consagrar la Constitución de 2006, varias veces declarada inconstitucional, fueron un dechado de irregularidades. El Padilla es su emblema, como se avisó aquí en septiembre, y como lo refrescó en estos días el periodista Roberto Delgado. Para remodelar y ampliar el área de emergentología, el Gobierno adjudicó por licitación privada (la licitación pública está en coma), en 2007, una obra con un presupuesto $ 16,6 millones. Más $ 3,3 millones para que la Secretaría de Obras Públicas realizara tareas adicionales. Más $ 830.000 para que supervisara que todo estaba hecho. Se ve que era poca plata para inspecciones, porque en junio de 2011, la Dirección de Arquitectura y Urbanismo firmó un acta (en la cual el investigado Miguel Brito nada tuvo que ver) que declaró la tarea terminada y recibida. Pero en septiembre de 2011, los ingenieros del Tribunal de Cuentas detectaron faltantes de obra por $ 2,7 millones. Los vocales del organismo ordenaron iniciar un sumario al mes siguiente, del que nunca más se tuvo noticias, aunque había 60 días de plazo para sustanciarlo. Tampoco figuran responsables de la DAU sancionados por este caso.
Sin techo
Brito aparece en diciembre de 2011: revoca el acta que daba todo por terminado y resuelve que la DAU se haría cargo de una tarea premonitoria: impermeabilizar los techos del Padilla. Pero en febrero siguiente, el Tribunal de Cuentas lo frena correctamente: dirá que eso corresponde a la empresa que recibió el millonaria contrato. ¿Cómo terminó todo con la obra que, según el pliego licitatorio, debía estar lista el 6 de agosto de 2009 pero seguía imcompleta a inicios 2012? Con pacientes graves debiendo ser reubicados, en 2014, porque los techos “a nuevo” se desprendieron.
Sin explicación
En el Ejecutivo, nadie se siente obligado a dar explicaciones. Por caso, el ministro de Salud, Pablo Yedlin, autorizaba pagos de seis cifras a la fantasmagórica Funsal, de modo que tener fallas alarmantes en obras millonarias, pero que al menos existen, debe ser casi una bendición en Casa de Gobierno. En la Legislatura dormirán los pedidos de informes y de interpelación del legislador Ariel García, porque es incómodo tener hospitales navegables en la provincia donde el vicegobernador en abuso de licencia es también el ministro de Salud de la Nación. A Juan Manzur, por cierto, con los nosocomios acuáticos no le fue mal. Por ejemplo, la denuncia del ahora diputado José Cano acerca de que se habían adulterado los protocolos de registro de la mortalidad infantil no prosperó porque 60.000 historias clínicas fueron llevadas a fines de 2007 a los sótanos de la Maternidad, que suele inundarse en verano. Llegó el verano de 2008, se inundó, y los registros se perdieron. En cuanto a la Justicia, nadie investiga las irregularidades administrativas en las costosas obras lluviosas porque los Tribunales van a la vanguardia del derecho. Ahí, la investigación de oficio de presuntos entuertos del poder fue derogada, aunque la ley no se haya enterado y siga permitiéndolo.
Sin paraguas
El alperovichismo está lloviéndose también sobre sí mismo. Lo prueba la precipitación de Beatriz Rojkés desde las alturas de la Presidencia Provisional del Senado, por las sospechas de coqueteo massista de su esposo. José Alperovich parece subestimar al kirchnerismo: Hugo Haime, oráculo alperovichista, fue uno de los cerebros de la triunfal campaña bonaerense de Sergio Massa, pero el gobernador tucumano cree que con remover a tres legisladores massistas de las comisiones legislativas que presidían alcanza para probar fidelidad a la Casa Rosada.
Sin tope
Las reciprocidades entre el tucumano y el tigrense son añejas. Y estratégicas. Para que la colonización del Poder Judicial tucumano fuera posible, Alperovich tenía que nombrar sus jueces. Eso sólo sería posible con vacantes. Y para que se produjeran, los magistrados debían tener ánimos de jubilarse. Advino, entonces, el 82% móvil para ellos. Pero surgió un inconveniente: el convenio que había mandado la Anses ponía a los jueces tucumanos bajo la Ley de Solidaridad Previsional. O sea, tendrían un tope en el haber y, por tanto, ninguno se jubilaría. Alperovich lo hizo notar y la Anses, conducida por Massa, se enmendó a sí misma y salvó la embestida alperovichista: excluyó a los magistrados locales de la mencionada norma. Ellos empezaron a retirarse sin limite en la mensualidad jubilatoria. Y ya se sabe cómo siguió la historia.
Sin piedad
Pero el desplome de la primera dama tucumana arrojó escenas que muestran al alperovichismo como el caído en desgracia en el oficialismo nacional. Según testigos, el 28 de febrero, cuando debían renovarse las autoridades de la Cámara Alta, la tucumana Silvia Elías de Pérez anunció que ella no votaría por Rojkés. Era una devolución de gentilezas, ya que la esposa de Alperovich, en diciembre, había manifestado fallidamente que no votaría por la incorporación de la radical al Senado, cuando en realidad nada había que votar. Pero también era una transgresión a un uso más o menos respetado, según el cual la conducción senatorial es consensuada por las bancadas. El bloque radical avaló a Elías de Pérez y anticipó la novedad en el Frente para la Victoria. Obtuvieron una respuesta tan extraoficial como sorprendente: lo único que pedían a cambio los oficialistas era que la radical no tuviera piedad con Rojkés. “Que la mate”, dijeron.
Sin aviso
La opositora, que llevaba preparado desde antes un discurso letal, no tuvo oportunidad de usarlo: llegó la orden de la Casa Rosada de que el santiagueño Gerardo Zamora debía ocupar el lugar de Rojkés. El desbarajuste fue tal (el bloque peronista quería a Miguel Ángel Pichetto para el puesto), que el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el secretario Legal y Técnico, Carlos Zanini, debieron presentarse en el Salón Azul para apaciguar las aguas. A todo esto, agrega otro testigo, la esposa de Alperovich “estaba vestida como madrina de casamiento” para volver a ocupar el cargo que la Casa Rosada nunca se dignó en avisarle que ya no sería suyo.
Sin contención
Tras la consagración de Zamora, Pichetto apenas le dedicó dos líneas de agradecimiento “por los servicios prestados” a la presidenta del PJ tucumano. Es más: la única despedida cordial que recibió “Betty” fue el caballeroso agradecimiento que brindó desde su banca el puntano Adolfo Rodríguez Saá, presidente de la bancada del Peronismo Federal, cuyo prosecretario de bloque es el ex fiscal Anticorrupción, Esteban Jerez, quien la investigó en la “Causa Fundación PIBE”. Léase, los históricos adversarios del alperovichismo tuvieron mejores gestos que los actuales “compañeros”.
Sin mimos
Se anegó el discursito de que Tucumán es la provincia mimada del kirchnerismo. Zamora es esposo de una gobernadora, como Rojkés lo es de un gobernador. Pero lo eligieron a él, y no a ella; como antes la Nación escogió que fuera Las Termas la que tuviera aeropuerto, y no Tafí del Valle. Así como también escogieron para jefe de ministros al gobernador de Chaco, y no al de Tucumán, al que se le inundaron los sueños presidenciales que tanto lo entusiasmaban no hace tanto.
Sin control
Ahora, el alperovichismo está lloviéndose sobre los trabajadores del Estado en las negociaciones paritarias. Su empleomanía incrementó en 30.000 empleados públicos la planta permanente, que en 2003 era de 44.000 agentes. De allí que, mientras los estatales hacen cálculos sobre la incontenible inflación, el Gobierno hace números sobre un universo de 74.000 salarios... más contratados.
Sin palabra
Entonces, la Casa de Gobierno dice que no puede otorgar una suba del 35%. Pero el asunto no es cuánto puede, sino cuánto pudo hace 90 días. Cuando la Policía se acuarteló, y Tucumán fue un Estado fracasado del 9 al 11 de diciembre, con calles sin ley pero con muertos, consiguieron un incremento salarial por ese porcentaje. ¿Por qué a los uniformados sí, pero a los trabajadores de la educación y de la salud no? ¿Curar y educar tiene tope de negociación y pedir más es irresponsable, pero dejar a la ciudadanía indefensa ante bandas de saqueadores tiene premio, así que pueden pedir lo que quieran? ¿Por qué descuentan los días no trabajados a docentes y a médicos, pero no a los policías? ¿Y la doctrina de los actos propios? ¿Y la justicia social? ¿Y el “para todos y todas”?
Sin sentido
En este Gobierno, el que más daño puede provocar es el que más gana. Eso sí, el gobernador explica que aunque los policías ganan un 35% más, el aumento que él les dio, en realidad, es sólo del 25%. Con razón les llueve más adentro que afuera.
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