Johannes Schmitt-Tegge - Columnista de DPA
Mientras Rusia está a punto de apropiarse del extremo sur de Ucrania, el presidente de EEUU Barack Obama, va a Miami. Viajará con su mujer Michelle a los Cayos de Florida, donde disfrutará de un sol resplandeciente. Mientras, en Washington le llueven las críticas. “Tenemos un presidente débil e indeciso que invita a la agresión”, se queja el republicano Lindsey Graham. “El presidente Obama tiene que hacer algo”, agrega. Su correligionario Mike Rogers lo secunda y advierte de que se está tratando con Vladimir Putin, quien en su opinión es un presidente impredecible. “Putin juega ajedrez y nosotros jugamos con canicas”, impreca Rogers.
Y es que Obama ha emprendido un juego realmente arriesgado en la crisis de Crimea. Quiere doblegar sin disparar al astuto y estratega Putin. Estados Unidos ha anunciado sanciones más duras contra los responsables del conflicto, pero no han dado ningún nombre de los que pasarán a formar parte de esa lista negra ni tampoco ha mencionado empresa alguna. El poderoso hombre del Kremlin se habrá dado cuenta que Washington dispara con munición de fogueo.
Sin embargo, tras esa estrategia hay mucho más. Obama, quiere, que -paso paso- Moscú pase hambre a nivel diplomático y económico y así quitarle el reconocimiento internacional que ansiaba con los Juegos Olímpicos en Sochi. Y declara -por ahora- sus amenazas militares como ejercicios rutinarios y compromisos con otros socios de la OTAN. Los vecinos de Rusia, sin embargo, miran más que nunca a Occidente, una estrategia que a Putin le gustaría evitar. Pero ¿será suficiente eso para poner fin a la exhibición de fuerza de Moscú? Mientras que Obama, que parece desorientado como en las negociaciones del programa nuclear de Irán, busca presionar más a través de instancias diplomáticas, el vacío de poder se llena.
Irán intenta enviar decenas de misiles a la Franja de Gaza a los extremistas palestinos, Norcorea realiza pruebas con misiles de corto alcance y China aumenta su presupuesto de defensa en un 12,2%. En cambio, Obama somete a su superpotencia militar a una cura de adelgazamiento anunciando recortes drásticos en el Ejército.
Los estadounidenses denominaron “reset” el pequeño botón rojo con el que querían nada menos un nuevo comienzo de las relación con el enorme reino ruso. Con ese gesto simbólico Obama buscó empezar de nuevo cuando llegó al poder en 2009, sucediendo en el cargo al republicano George W. Bush. Obama hizo tabla rasa sin exigir nada a cambio.
Durante los años siguientes tendió de nuevo la mano a Moscú para superar “la mentalidad de la Guerra Fría”, tal como él mismo lo definió. Retiró los acuerdos de un escudo antimisiles con Polonia y la República Checa y exigió a los rusos “más flexibilidad” cuando se encaminaba a su reelección. Y en cuanto al conflicto por las armas químicas sirias, dejó que el inquilino del Kremlin, se convirtiese en árbitro, después de que su amenaza a Damasco por cruzar la “línea roja” no tuviese consecuencia alguna. Obama seguramente no entrará en la historia como un presidente duro, y firme. A pesar de los pacifistas, esa imagen daña también a EEUU, según el senador John McCain y eso es “porque el resultado final de una política exterior débil, es que nadie más cree en la fortaleza de Estados Unidos”.