La obra maestra del eterno picapedrero

La obra maestra del eterno picapedrero

Cuando habla del altar de la capilla Nuestra Señora del Carmen aArturo Álvarez se le infla el pecho. Empezó a picar piedras hace más de 60 años y sigue manos a la obra

La obra maestra del eterno picapedrero
21 Febrero 2014
En sus años de juventud, Arturo Álvarez se levantaba a las 6 para iniciar sus tareas de picapedrero. Hoy, a los 88 años, no pierde la costumbre de madrugar. Aunque no trabaje tanto como antes, afirma que cuando las energías le alcanzan se anima a agarrar el martillo, la perfiladora y la punta para ponerse a moldear. “No lo puedo dejar”, confiesa, como si se tratara de una adicción. Eso sí, las actuales son labores pequeñas, no como las de otros tiempos. Por ejemplo, todas las obras en piedra de la capilla Nuestra Señora del Carmen, trabajo que realizó entre 1965 y 1967 y que le merecerá este fin de semana el Queso de Oro, durante la 45° Fiesta Nacional del Queso que está celebrándose en Tafí.

Tenía 25 años cuando se inició en el oficio. A diferencia de muchos colegas, no contó con un maestro que le enseñara. Aprendió mirando, poniendo el cuerpo, el alma y la mente en cada creación. Con tantos años de trayectoria sobre los hombros, a Álvarez le cuesta recordar detalles. Cuando se le pregunta en qué casas de Tafí trabajó como picapedrero lo resume con un escueto “muchas”, sin animarse a dar alguna precisión. “Es que fueron varias”, se justifica. La situación cambia cuando tiene que referirse a su obra más reconocida: la capilla.

“Pasaba las noches sin dormir, pensando en lo que iba a hacer al día siguiente”, recuerda con una sonrisa. En la iglesia ubicada en plena villa, el picapedrero Álvarez desarrolló una labor minuciosa en el altar, el ambón y el sagrario, todos completamente de piedra. “Es un trabajo fino, que lleva mucho tiempo y en el que hay que ser muy cuidadoso”, explica sobre las terminaciones de cada pieza. Aunque su participación en el templo fue coordinada con un arquitecto y un ingeniero, al momento de dar las gracias el artesano se dirige a Dios. “Él me inspiró”, declara.

“La base del altar (su obra maestra) es un libro abierto -describe Álvarez-. El frente de la iglesia es de 10 metros de alto, estuvimos dos años trabajando; había que hacerlo con mucho cuidado”.

“La piedra es igual que la madera, hay que aprender a conocerla -sostiene-. A partir de ahí se puede construir lo que sea. Cuando uno está hecho para esto no es difícil. Eso sí: hay que tener las herramientas necesarias y mucha paciencia, porque un golpe mal dado puede arruinarlo todo”.

Mientras habla, Álvarez va ilustrando los movimientos con el martillo y la punta que fue a buscar en algún rincón de la casa. Los mueve como si fueran extensiones de la mano.

Otro consejo del artesano es elegir bien las piedras. “Se pone mucha atención en que no se rompan, para eso no hay que agarrar cualquier piedra. Primero se prueba con un pedazo; con eso ya se sabe si sirve o no. La rosada, que es la que usé para el altar, es muy buena y se encuentra cerca del cementerio. La negra a veces te rompe los instrumentos y no te deja hacer nada”, rezonga. En su mirada se adivinan aquellos momentos en los que el golpe no fue preciso; y en la sonrisa quedaron talladas las mejores creaciones.

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