Refugio contra el mundo
En 1973, en Chicago, fue encontrada -tras la muerte de su autor en un hospicio- la novela más extensa que se concibió alguna vez. Quince mil páginas escritas a mano por Henry Darger, un hombrecito oscuro y solitario que a los ojos de la gente no era más que un vagabundo, y que trabajó secretamente durante treinta años en aquella obra. La elaboró día tras día, encerrado en un pequeño cuarto que alquilaba y de donde salía sólo para ir a su empleo de barrendero, para juntar basura en la calle y para concurrir a misa, hasta cinco veces por día. La historia cuenta una guerra entre dos reinos, uno de niños y otro de adultos sanguinarios, narrada en un estilo llano, obsesivo, atiborrado de enumeraciones y detalles triviales, pero coherente. El relato va acompañado por decenas de ilustraciones. Es un ejemplo de creación de un mundo fantástico surgido de la imaginación de alguien que vivió casi exiliado de la realidad. A pesar de que la novela resulta inabordable en su conjunto por un lector común, dada su extensión, la obra atrae por sus características monumentales, en contraste con la insignificancia absoluta de la vida y la persona de su autor. En la película que se filmó sobre este personaje en 2004 y que ganó el Oscar al mejor documental, se menciona que las ilustraciones de Darger hoy son muy cotizadas en los Estados Unidos como referentes del arte marginal y por lo sorprendente de su origen.

El fenómeno invita a reflexionar, en primer término, sobre la capacidad de los seres humanos para crear mundos privados donde refugiarse de los sinsabores o de los riesgos emocionales de la existencia. Mundos que a veces adoptan un carácter cerrado y extravagante, como el de Darger, o -por el contrario- pueden ser visibles y muy corrientes, como las rutinas diarias de la mayoría de las personas ¿O acaso no abunda la gente que se siente desorientada y ansiosa cuando la sacan de su refugio rutinario, por obra de las vacaciones o de la jubilación, en la mayoría de los casos?

En segundo lugar, la historia de Darger refleja cómo las apariencias engañan, hasta el punto de que la figura de un pequeño ser ignorado por los demás escondía la portentosa creatividad de un artista, cuya imaginación le permitió disfrutar de una rara forma de felicidad que -muy probablemente- lo salvó de la autodestrucción. Es evidente que con su arte no buscó el éxito social, sino que lo ejercitó sólo para su íntima satisfacción.

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