Por Ezequiel Fernández Moores
02 Febrero 2014
El costo de los anuncios subirá a 4,5 millones de dólares y será un nuevo récord. Serán trasmitidos por 43 compañías y ocuparán 32 minutos y 30 segundos de la transmisión. Algunos de ellos, como los de David Beckham y Scarlett Johansson, serán algo polémicos. La temperatura estará por primera vez en cero grado. La vigilancia estará a cargo de más de 700 agentes dentro y fuera del estadio, además de 3.000 guardias de seguridad privada. Habrá 5.000 periodistas y el estadio estará colmado por 82.000 aficionados, aunque esta vez sin record de reventa en la boletería, al punto que los precios tuvieron una rebaja importante respecto de las dos últimas finales. Habrá además 108 millones de telespectadores. Y decenas de datos más, algunos de gran inutilidad, como que mientras dure el espectáculo se consumirán tantos litros de cerveza y se comerán otros tantos kilos de papas fritas. Así es la fiesta del deporte de Estados Unidos, que también es un formidable show televisivo. La edición 48 del Superbowl se juegan esta noche en el modernísimo estadio Metlife de Nueva Jersey. El duelo entre Seattle Seahawks y Denver Broncos, un enfrentamiento entre un gran muro defensivo contra un gran ataque, tiene la parafernalia habitual y la invasión publicitaria que suele rodear a cada final del football americano. Poco menos, nos hacen creer que el planeta entero estará esta noche más atento que cuando se juegue la final del Mundial de Brasil 2014.
Pero, como siempre, lo más interesante es lo que se omite. El partido del que no nos hablan. Que no se juega en un estadio sino en un juzgado de Filadelfia. ¿Cuántos saben que la jueza Anita Brody rechazó hace sólo dos semanas por insuficiente el acuerdo extrajudicial que la Liga Nacional de Football Americano (NFL) aceptó en agosto pasado para compensar con 765 millones de dólares a más de 18.000 jugadores profesionales retirados que la habían demandado por las conmociones cerebrales que sufrieron por los golpes recibidos en plena competencia?
La demanda, en rigor, había sido iniciada por más de 4.500 jugadores. Acusaron a la NFL de esconder los riesgos físicos que llevaron a muchos de ellos a sufrir casos de demencia, Alzheimer, Parkinson, depresión y muerte. La jueza Brody pidió más datos a las partes antes de emitir su dictamen final. La NFL, que tiene ingresos anuales de 10.000 millones de dólares, advierte que si falla el acuerdo los jugadores deberán entonces demostrar ante la justicia que sus lesiones cerebrales se debieron al deporte. Y eso conllevará el riesgo de quedarse con las manos vacías.
La NFL, y también varios abogados de los jugadores, defienden el acuerdo: un jugador con 12 años de carrera que a los 62 años sufra Alzheimer recibiría, por ejemplo, 950.000 dólares y otro que, con apenas un año de carrera sufra Parkinson a los 57 años recibiría 260.000 dólares. Habrá también pagos retroactivos para familiares de jugadores fallecidos.
Además, el acuerdo establece que los ex jugadores o sus familiares no deberán probar que sus lesiones hayan sido producto de los golpes sufridos dentro del campo. Los estudios más serios, citados por The New York Times, dicen que el 1,9 por ciento de jugadores retirados de entre 30 y 49 años sufre demencia. Esa cifra supera 19 veces la media nacional. La cifra sube a 6,1 por ciento en el caso de ex jugadores de 50 años o más. Es cinco veces más que la media nacional.
Misteriosa enfermedad
Un estudio del gobierno de Estados Unidos establece además que los casos de Alzheimer y Lou Gehring se cuadruplican en los ex jugadores de football americano. El mal de Gehring es conocido como ELA (esclerosis lateral amiotrófica), una misteriosa enfermedad degenerativa que ataca a las neuronas del movimiento hasta paralizarlas completamente y que acaba matando en cuatro o cinco años.
El problema, es bueno saberlo, no afecta a jugadores desconocidos. Entre los 4.500 que demandaron a la NFL, por ejemplo, están glorias del Salón de la Fama como Tony Dorsett (ex corredor de los Cowboys de Dallas) y Jim McMahom (ex quarterback ganador de un Superbowl con los Chicago Bears, que sufre demencia), entre otros. Y están también los hijos de Junior Seau, quien se suicidó en 2012 en medio de una fuerte depresión, víctima de CTE (encefalopatía traumática crónica, una enfermedad progresiva que va matando las células del cerebro). Los hijos de Seau presentaron su propia demanda por 1.500 millones de dólares. El suicidio de Seau fue casi simultáneo al de Ray Stearling (ex Atlanta Falcons). A ellos les siguió Jovan Belcher (Kansas City), que antes de suicidarse ante uno de los técnicos del equipo mató a su pareja y a su hijo de tres años. Se suma a esta lista Dave Duerson (Chicago Bears), quien se mató en 2011 de un tiro en el pecho a los 50 años y dejó su cerebro intacto para la autopsia, que permitió establecer que padecía CTE. Su familia, según el acuerdo, recibiría una indemnización de 2,2 millones de dólares, pero le parece poco.
“Uno se niega a hablar antes de que está enfermo porque cuando estamos en la cumbre se supone que tenemos que ser duros e invencibles y esconder si algo anda mal, como exactamente hice yo”, confesó días atrás Rayfield Wright (Dallas Cowboys), ex Salón de la Fama, y que a los 68 años reveló que sufre demencia y que él también forma parte de la lista de los que demandaron a la NFL.
Diez temporadas en la NFL equivalen a 80.000 golpes en la cabeza. Wrigth sufrió incontables conmociones cerebrales. Y siguió jugando como si nada. Hoy no sabe para qué entra a la cocina. Y ya se estrelló varias veces con su auto. Perdió el carisma que le permitía dar charlas motivacionales. También perdió buena parte de su dinero en decisiones increíblemente desacertadas. Gana 2.500 dólares mensuales, más una jubilación de la NFL de 82 dólares. Su seguro médico no le cubre los gastos de miles de dólares mensuales que le está consumiendo el tratamiento, no obstante un acuerdo de reembolso que logró con la NFL. Si se aprueba el nuevo acuerdo extrajudicial recibiría 380.000 dólares. “Los necesito ya mismo”, le dijo llorando a la periodista Juliet Mancur.
Obligada por el Congreso de Estados Unidos, la NFL tomó numerosas medidas en los últimos años para atenuar la violencia del juego. El football americano es uno de los deportes de mayor complejidad táctica, un fascinante ajedrez humano que analiza numerosas variantes ofensivas y defensivas y que por algo dice ser el deporte rey en Estados Unidos. Pero el choque físico entre mastodontes de 2 metros y 120 kilos es inevitable. Esa violencia también forma parte de la esencia del juego. Y, preparación física y drogas mediante, ese choque es cada vez más fuerte.
Cuando esta noche uno de estos gladiadores quede tendido tras un golpe, dicen los especialistas, podrá escuchar acaso como que vibra una campana, la visión se le nublará y le costará hacer pie. Pero buscará demostrar que todo está bien, evitará al médico, se reincorporará cuanto antes y los aficionados aplaudirán su coraje. “En el football americano -dijo uno de sus admiradores- no hay vencedores ni vencidos: hay sobrevivientes”.
Pero, como siempre, lo más interesante es lo que se omite. El partido del que no nos hablan. Que no se juega en un estadio sino en un juzgado de Filadelfia. ¿Cuántos saben que la jueza Anita Brody rechazó hace sólo dos semanas por insuficiente el acuerdo extrajudicial que la Liga Nacional de Football Americano (NFL) aceptó en agosto pasado para compensar con 765 millones de dólares a más de 18.000 jugadores profesionales retirados que la habían demandado por las conmociones cerebrales que sufrieron por los golpes recibidos en plena competencia?
La demanda, en rigor, había sido iniciada por más de 4.500 jugadores. Acusaron a la NFL de esconder los riesgos físicos que llevaron a muchos de ellos a sufrir casos de demencia, Alzheimer, Parkinson, depresión y muerte. La jueza Brody pidió más datos a las partes antes de emitir su dictamen final. La NFL, que tiene ingresos anuales de 10.000 millones de dólares, advierte que si falla el acuerdo los jugadores deberán entonces demostrar ante la justicia que sus lesiones cerebrales se debieron al deporte. Y eso conllevará el riesgo de quedarse con las manos vacías.
La NFL, y también varios abogados de los jugadores, defienden el acuerdo: un jugador con 12 años de carrera que a los 62 años sufra Alzheimer recibiría, por ejemplo, 950.000 dólares y otro que, con apenas un año de carrera sufra Parkinson a los 57 años recibiría 260.000 dólares. Habrá también pagos retroactivos para familiares de jugadores fallecidos.
Además, el acuerdo establece que los ex jugadores o sus familiares no deberán probar que sus lesiones hayan sido producto de los golpes sufridos dentro del campo. Los estudios más serios, citados por The New York Times, dicen que el 1,9 por ciento de jugadores retirados de entre 30 y 49 años sufre demencia. Esa cifra supera 19 veces la media nacional. La cifra sube a 6,1 por ciento en el caso de ex jugadores de 50 años o más. Es cinco veces más que la media nacional.
Misteriosa enfermedad
Un estudio del gobierno de Estados Unidos establece además que los casos de Alzheimer y Lou Gehring se cuadruplican en los ex jugadores de football americano. El mal de Gehring es conocido como ELA (esclerosis lateral amiotrófica), una misteriosa enfermedad degenerativa que ataca a las neuronas del movimiento hasta paralizarlas completamente y que acaba matando en cuatro o cinco años.
El problema, es bueno saberlo, no afecta a jugadores desconocidos. Entre los 4.500 que demandaron a la NFL, por ejemplo, están glorias del Salón de la Fama como Tony Dorsett (ex corredor de los Cowboys de Dallas) y Jim McMahom (ex quarterback ganador de un Superbowl con los Chicago Bears, que sufre demencia), entre otros. Y están también los hijos de Junior Seau, quien se suicidó en 2012 en medio de una fuerte depresión, víctima de CTE (encefalopatía traumática crónica, una enfermedad progresiva que va matando las células del cerebro). Los hijos de Seau presentaron su propia demanda por 1.500 millones de dólares. El suicidio de Seau fue casi simultáneo al de Ray Stearling (ex Atlanta Falcons). A ellos les siguió Jovan Belcher (Kansas City), que antes de suicidarse ante uno de los técnicos del equipo mató a su pareja y a su hijo de tres años. Se suma a esta lista Dave Duerson (Chicago Bears), quien se mató en 2011 de un tiro en el pecho a los 50 años y dejó su cerebro intacto para la autopsia, que permitió establecer que padecía CTE. Su familia, según el acuerdo, recibiría una indemnización de 2,2 millones de dólares, pero le parece poco.
“Uno se niega a hablar antes de que está enfermo porque cuando estamos en la cumbre se supone que tenemos que ser duros e invencibles y esconder si algo anda mal, como exactamente hice yo”, confesó días atrás Rayfield Wright (Dallas Cowboys), ex Salón de la Fama, y que a los 68 años reveló que sufre demencia y que él también forma parte de la lista de los que demandaron a la NFL.
Diez temporadas en la NFL equivalen a 80.000 golpes en la cabeza. Wrigth sufrió incontables conmociones cerebrales. Y siguió jugando como si nada. Hoy no sabe para qué entra a la cocina. Y ya se estrelló varias veces con su auto. Perdió el carisma que le permitía dar charlas motivacionales. También perdió buena parte de su dinero en decisiones increíblemente desacertadas. Gana 2.500 dólares mensuales, más una jubilación de la NFL de 82 dólares. Su seguro médico no le cubre los gastos de miles de dólares mensuales que le está consumiendo el tratamiento, no obstante un acuerdo de reembolso que logró con la NFL. Si se aprueba el nuevo acuerdo extrajudicial recibiría 380.000 dólares. “Los necesito ya mismo”, le dijo llorando a la periodista Juliet Mancur.
Obligada por el Congreso de Estados Unidos, la NFL tomó numerosas medidas en los últimos años para atenuar la violencia del juego. El football americano es uno de los deportes de mayor complejidad táctica, un fascinante ajedrez humano que analiza numerosas variantes ofensivas y defensivas y que por algo dice ser el deporte rey en Estados Unidos. Pero el choque físico entre mastodontes de 2 metros y 120 kilos es inevitable. Esa violencia también forma parte de la esencia del juego. Y, preparación física y drogas mediante, ese choque es cada vez más fuerte.
Cuando esta noche uno de estos gladiadores quede tendido tras un golpe, dicen los especialistas, podrá escuchar acaso como que vibra una campana, la visión se le nublará y le costará hacer pie. Pero buscará demostrar que todo está bien, evitará al médico, se reincorporará cuanto antes y los aficionados aplaudirán su coraje. “En el football americano -dijo uno de sus admiradores- no hay vencedores ni vencidos: hay sobrevivientes”.
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