El amor de Dios

El amor de Dios

Pbro. Dr. Marcelo Barrionuevo.

02 Febrero 2014
En medio de la niebla espiritual existente por aquel entonces en Israel, en el siglo VII a.C. aparece una luz, un movimiento de restauración política y religiosa (reforma de Josías y promulgación del Deuteronomio). La gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén (”Día de la Ira”) será una idea dominante del profeta. El hombre ha de rendir cuentas a Dios, y por eso invita a la penitencia y conversión mientras hay tiempo. “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras, ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin sobresaltos”. Ese resto de Israel, los que escapan a la tentación de infidelidad a Dios, no sólo sucedió en la historia. En la persona de cada uno de nosotros se desarrolla el mismo drama. El amor de Dios manifestado en cada una de nuestras existencias es acogido y respondido en fidelidad por escasos sectores de nuestra persona.

 “El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos”. Son los indefensos. “Dígase a una persona que se encuentra en algún aprieto: ‘hay un varón poderoso que puede salvarte’. Al oír esto, sonríe, se alegra y recobra el ánimo. Pero si se le dice ‘Dios te libra’, se queda desesperanzado y como helado. ¡Te promete socorro un mortal, y te gozas; te lo promete el Inmortal, y te entristeces! ¡Ay de tales pensamientos!... Sólo en el Hijo del Hombre está la salvación; y en Él reside no porque sea Hijo del Hombre, sino porque es Hijo de Dios” (San Agustín).

Cristo es el misterio, sacramento. “El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos”. Dichoso el que espera en el Señor, su Dios. Y a lo largo de toda su actividad terrena, el Señor percibió de una manera espontánea y vital los sentimientos contenidos en este salmo.

Reflexionemos
El mundo está necesitado de luz. Si hay algo que vivimos es una gran incertidumbre acerca de qué pasará en nuestra Nación. Y esto amerita un llamado a la reflexión, a volver a buscar la luz en lo alto, en las verdades que no pasan, no en la variabilidad del dólar sino en el bien que genera paz: no en la inseguridad que provoca violencia, en Dios que eleva y abre el horizonte del mundo y su historia y no sólo en la vicisitud de los turnos de la administración temporal. Dios ilumine a nuestro pueblo para que  no pierda el norte de su vida. Dios ilumine a sus dirigentes, para que miren que lo que se juega es la generación de niños y jóvenes a los que no les estamos dejando nada.

Señor Jesucristo, Señor de la Historia, Argentina te necesita. Amén.

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