Por Osvaldo Aiziczon*
Filósofo y psicoanalista, es uno de los autores más leídos de la actualidad. Su riqueza ideativa, su indagación y transmisión impecables, hacen de su obra un descubrimiento permanente, hallando en lo próximo e inmediato nuevas significaciones. Es que Slavoj Zizek (foto) construye mientras describe. Redescubre sustratos conceptuales distintos en la producción hegeliana, hallando significados nuevos que se proyectan a otros como Kant y Lacan. En su original estilo de erosión permanente de verdades dadas por ciertas, el autor actualiza temáticas apasionantes como las de necesidad y contingencia, la naturaleza de las ideologías, la obligación de ser libre, la verdad del contenido puesta en la forma, el acolchonado ideológico y la inexistencia del pueblo. El psicoanálisis está presente en un inconsciente que jerarquiza lo real al mismo tiempo que impide verlo. Las claves del fenómeno del totalitarismo y las profundas dificultades para delimitarlo ocupa buena parte del libro a través de originales formas que ligan las psicosis divinas con las psicosis políticas. Dentro de la densidad de la obra que obliga casi a abandonar su lectura o, por el contrario, a disponerse a disfrutar de un banquete intelectual, la aptitud pedagógica del autor no está ausente y le permite llevarnos a este entorno de grandes pensadores. Sucede que la tragedia de todo lector, el imposible saber absoluto, se hace patente en cada avance logrado. Como si todo esto fuese poco, problemáticas como la del amo y el esclavo, las relaciones entre creer y saber junto a la pregunta de por qué Marx creó el síntoma, dan otra vuelta de tuerca a temáticas universales dentro de la singularidad humana. La impronta de este inteligente autor parece estar entre un modo de penetración de las preguntas, cargadas de desafío y premiadas al significar otra cosa. El vínculo entre decir y querer decir. La subjetividad, en su limitación, paradójicamente permite avances vividos como descubrimientos que fascinan al lector con un reencuentro inesperado: la pequeña felicidad de no hallarse otra vez con “más de lo mismo”. Esta obra se suma a otras, apasionantes y populares, donde se demuestra que sólo es posible acercarse al resplandor de la verdad, pero no a ella.
* Psicoanalista, psicólogo clínico y social.Coordinador de Radio Universidad.
FRAGMENTO
“En el Seminario 11, Lacan se refiere a la paradoja muy conocida de Chuang Tzu, quien, después de soñar que era una mariposa, ya despierto se pregunta si él no es la mariposa que sueña ser Chuang Tzu. Según Lacan, éste tenía razón al hacerse esa pregunta: en primer lugar, porque “es lo que prueba que no está loco, que no se toma por alguien absolutamente idéntico a sí mismo”; en segundo lugar, porque “precisamente cuando era mariposa, se aferraba a alguna raíz de su identidad –que era y es en su esencia, esa mariposa que se pinta con sus propios colores– y por esa vía, en la última raíz, él era Chuang Tzu”. La primera razón corresponde a la exterioridad de la red simbólica que determina la identidad del sujeto: Chuang Tzu es Chuang Tzu porque lo es “para los demás”, porque esa identidad le fue conferida por la red intersubjetiva de la que él forma parte: estaría loco si pensara que los otros lo tratan como Chuang Tzu porque él ya es Chuang Tzu en sí mismo, independientemente de esa red simbólica. La verdad del sujeto se decide fuera, el sujeto “en sí mismo” es una nada, un vacío sin ninguna consistencia.
Ahora bien, reducir al sujeto al vacío, sin ninguna verdad más que la verdad exterior, “disolverlo” en la red simbólica, ¿es todo lo que podemos decir de él? ¿Acaso el “contenido” del sujeto se reduce a lo que es para los demás, a las determinaciones simbólicas, a los títulos, a los mandatos que se le han conferido? El sujeto dispone, a pesar de todo, de un modo de dar consistencia a su identidad más allá de los títulos, las referencias que lo sitúan en la red simbólica universal, una manera de Ser-ahí en su carácter “patológico”, en su particularidad absoluta: la fantasía.”