29 Enero 2014
SANTUARIO AZUL Y ORO. Kevin posa junto a las camisetas que recolectó durante su estadía por Boca. De Riquelme tiene dos.
Si aceptó irse, fue por la tranquilidad de saber que sería sólo por 15 días. Para bien o para mal. Es que dos semanas en Italia pueden resultar en principio muy tentadoras, pero no tanto desde la óptica de un joven de 15 años, que viaja sin compañía a un país donde ninguna cara conocida lo espera y del que no tiene ni una mínima base idiomática.
Para su sorpresa, su estadía en Parma, donde había llegado para exhibir sus cualidades futbolísticas, se consumió en un santiamén, y fue hora de regresar. Al momento de despedirse, el entrenador le dedicó unas palabras que él no alcanzó a comprender, y sus compañeros prorrumpieron en aplausos. Un poco más tarde, ya con la valija hecha, Kevin Correa descubriría que lo que él creyó que era un mensaje de despedida, se trataba en realidad de un anuncio: queremos que te quedes.
Cuatro años antes...
No hay que retroceder mucho para encontrar la punta del ovillo. Apenas cuatro años, cuando el papá de Kevin decidió llevarlo al CEF 18. Apenas dos meses después, apareció Newell’s y se lo llevó. Pero la vida en Rosario no fue lo que esperaba. “La pensión era muy fea. Piezas muy chicas, donde dormían de seis o de a ocho chicos. Por eso le dije a mi papá que me quería ir”, cuenta.
Poco después regresó al CEF, con el que viajó a Suecia y ganó tres de los cuatro torneos que jugó. La tristeza de perder la final contra Francia desapareció sin dejar rastros cuando al volver al país apareció Boca, club del que es fanático. “Por mi hermano Brian, él es hincha enfermo y me contagió. Lo gracioso es que él le había pedido a mi papá que no firmara con Newell’s, porque seguro me iba a querer Boca”, recuerda Kevin, cuya casa de verano parece un santuario “xeneize”: desde las tazas hasta los almohadones, todo es azul y oro. Entre sus tesoros más preciados están las camisetas autografiadas de Juan Román Riquelme y Rodrigo Palacio, que consiguió mientras se entrenaba en Casa Amarilla junto a la Primera. “Es un lugar impresionante. Pero después cambió la dirigencia del club y nos mandaron al predio de La Candela. Era muy distinto: re chiquito, en medio de la villa, y sólo salíamos para ir al colegio”, describe el tucumano, que se vio obligado a regresar cuando Newell’s, aún dueño de su pase, amenazó con inhabilitarlo si jugaba un partido más en Boca. Como a la “lepra” no iba a volver, regresó una vez más al CEF 18, con el que tuvo su desquite contra los franceses: 2 a 0 en la final de la Gothia Cup. De yapa, los dos goles fueron suyos y también el premio al Mejor Jugador. Ello tuvo que ver en lo que pasó después...
Al Viejo Continente
“Te quiero llevar a Europa” le dijo un representante de Buenos Aires. “No lo podía creer, siempre fue mi sueño jugar afuera”, afirma el pibe, que juega de atacante externo. Sonaron Benfica y Barcelona, pero finalmente fue a Parma, donde estuvo 15 días a prueba.
“Al principio fue muy difícil, porque no entendía nada. Me pedían que tirara el centro y yo le pegaba al arco. Después le fui agarrando la mano. Hoy no te digo que hablo como un italiano más, pero ya entiendo si me piden centro o al arco, ja ja”, grafica el nuchacho de Lastenia.
“Después de las 7 de la tarde ya está todo cerrado. Se ven muchos autos, pero poca gente. Parece la ciudad de los zombis”, caricaturiza lo poco que pudo ver de Parma. Es que su rutina apenas le deja tiempo para salir. “Ta hacen correr todo el tiempo. Normalmente nos levantamos a las 6 y entrenamos de 7 a 12. Después almuerzo, gimnasio, entrenamiento con otra división hasta las 18. Terminamos de entrenar, ducha y antes de las 20 estamos cenando. Después de eso, te desmayás sobre la cama”, comparte su día a día. “Es una rutina muy dura, y no son muchos los que aguantan”, agrega.
Tras sus vacaciones en Tucumán, Kevin regresó a Boca para hacer pretemporada hasta febrero, antes de volver a Parma y seguir construyendo su futuro a toda velocidad, como hasta ahora. “Yo trato de dejar que las cosas me sorprendan. Por ejemplo, quería jugar en Europa, pero nunca me desesperé. Si me hubiera ido a probar solo, tal vez no quedaba. Simplemente dejé que todo se diera. Hasta ahora funcionó”.
Para su sorpresa, su estadía en Parma, donde había llegado para exhibir sus cualidades futbolísticas, se consumió en un santiamén, y fue hora de regresar. Al momento de despedirse, el entrenador le dedicó unas palabras que él no alcanzó a comprender, y sus compañeros prorrumpieron en aplausos. Un poco más tarde, ya con la valija hecha, Kevin Correa descubriría que lo que él creyó que era un mensaje de despedida, se trataba en realidad de un anuncio: queremos que te quedes.
Cuatro años antes...
No hay que retroceder mucho para encontrar la punta del ovillo. Apenas cuatro años, cuando el papá de Kevin decidió llevarlo al CEF 18. Apenas dos meses después, apareció Newell’s y se lo llevó. Pero la vida en Rosario no fue lo que esperaba. “La pensión era muy fea. Piezas muy chicas, donde dormían de seis o de a ocho chicos. Por eso le dije a mi papá que me quería ir”, cuenta.
Poco después regresó al CEF, con el que viajó a Suecia y ganó tres de los cuatro torneos que jugó. La tristeza de perder la final contra Francia desapareció sin dejar rastros cuando al volver al país apareció Boca, club del que es fanático. “Por mi hermano Brian, él es hincha enfermo y me contagió. Lo gracioso es que él le había pedido a mi papá que no firmara con Newell’s, porque seguro me iba a querer Boca”, recuerda Kevin, cuya casa de verano parece un santuario “xeneize”: desde las tazas hasta los almohadones, todo es azul y oro. Entre sus tesoros más preciados están las camisetas autografiadas de Juan Román Riquelme y Rodrigo Palacio, que consiguió mientras se entrenaba en Casa Amarilla junto a la Primera. “Es un lugar impresionante. Pero después cambió la dirigencia del club y nos mandaron al predio de La Candela. Era muy distinto: re chiquito, en medio de la villa, y sólo salíamos para ir al colegio”, describe el tucumano, que se vio obligado a regresar cuando Newell’s, aún dueño de su pase, amenazó con inhabilitarlo si jugaba un partido más en Boca. Como a la “lepra” no iba a volver, regresó una vez más al CEF 18, con el que tuvo su desquite contra los franceses: 2 a 0 en la final de la Gothia Cup. De yapa, los dos goles fueron suyos y también el premio al Mejor Jugador. Ello tuvo que ver en lo que pasó después...
Al Viejo Continente
“Te quiero llevar a Europa” le dijo un representante de Buenos Aires. “No lo podía creer, siempre fue mi sueño jugar afuera”, afirma el pibe, que juega de atacante externo. Sonaron Benfica y Barcelona, pero finalmente fue a Parma, donde estuvo 15 días a prueba.
“Al principio fue muy difícil, porque no entendía nada. Me pedían que tirara el centro y yo le pegaba al arco. Después le fui agarrando la mano. Hoy no te digo que hablo como un italiano más, pero ya entiendo si me piden centro o al arco, ja ja”, grafica el nuchacho de Lastenia.
“Después de las 7 de la tarde ya está todo cerrado. Se ven muchos autos, pero poca gente. Parece la ciudad de los zombis”, caricaturiza lo poco que pudo ver de Parma. Es que su rutina apenas le deja tiempo para salir. “Ta hacen correr todo el tiempo. Normalmente nos levantamos a las 6 y entrenamos de 7 a 12. Después almuerzo, gimnasio, entrenamiento con otra división hasta las 18. Terminamos de entrenar, ducha y antes de las 20 estamos cenando. Después de eso, te desmayás sobre la cama”, comparte su día a día. “Es una rutina muy dura, y no son muchos los que aguantan”, agrega.
Tras sus vacaciones en Tucumán, Kevin regresó a Boca para hacer pretemporada hasta febrero, antes de volver a Parma y seguir construyendo su futuro a toda velocidad, como hasta ahora. “Yo trato de dejar que las cosas me sorprendan. Por ejemplo, quería jugar en Europa, pero nunca me desesperé. Si me hubiera ido a probar solo, tal vez no quedaba. Simplemente dejé que todo se diera. Hasta ahora funcionó”.
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