Por Marcelo Androetto
27 Enero 2014
No son esas 35.000 banderitas que ambas hinchadas flamearon durante cinco minutos en el estadio Kempes las que acreditan la grandeza del Boca-River (o River-Boca, como se prefiera). Más bien, el superclásico argentino tiene sobrados méritos para figurar en el Guinness por ser el único partido de fútbol en el mundo que paraliza a un país (y no sólo a una ciudad) y que no deja espacio para la indiferencia, ni siquiera de los hinchas neutrales.
Existe una historia grande, escrita en 346 capítulos desde 1908 a la fecha, en la que se esconden numerosas historias mínimas, como las de cada verano, lejos de los escenarios habituales de La Bombonera y el Monumental. Los partidos por las “copas de leche” –según el ingenioso folclore popular– no suelen dejar cicatrices, mucho menos indelebles. Pero nadie discute que sirven como termómetro del estado de situación de cada uno de los contrincantes y arrojan indicios antes de que suene la campana.
En Córdoba, el superclásico versión 2014, segundo round, mostró a un River noqueador y a un Boca golpeado, magullado no tanto por la fortaleza de su rival como por su propia fragilidad.
Pese a los dos golpes encajados en el mentón en la noche del sábado en el Kempes, Bianchi insistió con su particular visión. Desde el “rincón” dijo que quedó conforme con el juego de su equipo, incluso más que tras el primer cruce entre “gigantes” (venidos a menos) en Mar del Plata. Difícilmente sus palabras encuentren eco favorable en los hinchas “xeneizes”. Más allá de los números del dibujo táctico (el flamante 4-2-3-1), este es un Boca que baja la guardia con facilidad, pese a que el “Virrey” opinó que ambos goles de River llegaron por errores -horrores, más bien- individuales, no de sistema. Y que con esa línea de tres volantes por encima del doble cinco no es ni chicha ni limonada: ni lastima ni impide que lo lastimen por las bandas. No alcanzaron la vergüenza y el empuje demostrados por Erbes y algunos pibes: el “xeneize” sigue mostrándose anémico de fútbol y sin dar en la balanza con el pesaje que le demanda su estirpe.
Permanece vigente el gran interrogante de si con la enésima vuelta de Riquelme –a esta altura convertido más un emblema espiritual que futbolístico–, Boca comenzará a desandar el camino del éxito que le fue esquivo en 2013. O si con Riquelme en cancha y sin repuestas individuales de jerarquía, Bianchi irá consumiendo su menguante crédito, que subsiste gracias a sus viejos pergaminos.
River, con sus limitaciones a cuestas, demostró que tiene con qué recuperar el punch de antaño y generar respeto en sus contrincantes. En el 2-0 del sábado se concretaron encuentros interesantes entre quienes gozan de buen pie, como Lanzini y “Teo”. Además, de tres cuartos de cancha en adelante River mostró algo de un instinto “animal” que parecía en extinción. Y volvió a meter miedo la “Pantera” Alvarez Balanta, y Barovero siempre lo salva cuando le están contando hasta 10.
En fin, el “millo” gozó de mejoras individuales y hasta disfrutó de una definición exquisita del “Rayo” Menseguez.
Lo definió bien Ramón cuando afirmó que el equipo les debía a sus hinchas una alegría como esta. Claro que una golondrina no hace verano y los cinturones de campeón que perduran en el tiempo se entregan recién con el correr del almanaque.
Por ahora, el “millo” está en el centro del ring, mejor parado ante un “xeneize” entre las cuerdas.
River lució estirpe de ganador; ahora debe convalidarla.
Existe una historia grande, escrita en 346 capítulos desde 1908 a la fecha, en la que se esconden numerosas historias mínimas, como las de cada verano, lejos de los escenarios habituales de La Bombonera y el Monumental. Los partidos por las “copas de leche” –según el ingenioso folclore popular– no suelen dejar cicatrices, mucho menos indelebles. Pero nadie discute que sirven como termómetro del estado de situación de cada uno de los contrincantes y arrojan indicios antes de que suene la campana.
En Córdoba, el superclásico versión 2014, segundo round, mostró a un River noqueador y a un Boca golpeado, magullado no tanto por la fortaleza de su rival como por su propia fragilidad.
Pese a los dos golpes encajados en el mentón en la noche del sábado en el Kempes, Bianchi insistió con su particular visión. Desde el “rincón” dijo que quedó conforme con el juego de su equipo, incluso más que tras el primer cruce entre “gigantes” (venidos a menos) en Mar del Plata. Difícilmente sus palabras encuentren eco favorable en los hinchas “xeneizes”. Más allá de los números del dibujo táctico (el flamante 4-2-3-1), este es un Boca que baja la guardia con facilidad, pese a que el “Virrey” opinó que ambos goles de River llegaron por errores -horrores, más bien- individuales, no de sistema. Y que con esa línea de tres volantes por encima del doble cinco no es ni chicha ni limonada: ni lastima ni impide que lo lastimen por las bandas. No alcanzaron la vergüenza y el empuje demostrados por Erbes y algunos pibes: el “xeneize” sigue mostrándose anémico de fútbol y sin dar en la balanza con el pesaje que le demanda su estirpe.
Permanece vigente el gran interrogante de si con la enésima vuelta de Riquelme –a esta altura convertido más un emblema espiritual que futbolístico–, Boca comenzará a desandar el camino del éxito que le fue esquivo en 2013. O si con Riquelme en cancha y sin repuestas individuales de jerarquía, Bianchi irá consumiendo su menguante crédito, que subsiste gracias a sus viejos pergaminos.
River, con sus limitaciones a cuestas, demostró que tiene con qué recuperar el punch de antaño y generar respeto en sus contrincantes. En el 2-0 del sábado se concretaron encuentros interesantes entre quienes gozan de buen pie, como Lanzini y “Teo”. Además, de tres cuartos de cancha en adelante River mostró algo de un instinto “animal” que parecía en extinción. Y volvió a meter miedo la “Pantera” Alvarez Balanta, y Barovero siempre lo salva cuando le están contando hasta 10.
En fin, el “millo” gozó de mejoras individuales y hasta disfrutó de una definición exquisita del “Rayo” Menseguez.
Lo definió bien Ramón cuando afirmó que el equipo les debía a sus hinchas una alegría como esta. Claro que una golondrina no hace verano y los cinturones de campeón que perduran en el tiempo se entregan recién con el correr del almanaque.
Por ahora, el “millo” está en el centro del ring, mejor parado ante un “xeneize” entre las cuerdas.
River lució estirpe de ganador; ahora debe convalidarla.
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