Sonaba lindo el Tafí del antes

Sonaba lindo el Tafí del antes

Antes, las puertas sólo se cerraban después del almuerzo. Adentro quedaban los adultos que querían dormir siestas casi eternas y afuera, los chicos. Era una especie de acuerdo tácito: por un rato, los grandes les regalaban una libertad sin límites a cambio de que se fueran a hacer ruido a otro lado. Y nadie tenía miedo.

Antes, también, los desconocidos podían entrar hasta las galerías de las casas y ofrecer algún producto o hacer alguna consulta. Y nadie se asustaba. Las ventanas quedaban abiertas incluso cuando no había nadie para que el aire de verano calentara los cuartos. Y sólo se ponía llave cuando terminaba la temporada y había que regresar al bajo.

Ahora, en cambio, más vale trabar todas las puertas siempre. Cualquier desconocido que se acerca se vuelve sospechoso y no está de más invertir en alarmas y rejas. Todo eso es preferible a darles una oportunidad a los ladrones. Al Tafí del Valle de antes no lo conocí; me lo describieron. Sonaba lindo.

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