Por Álvaro José Aurane
04 Enero 2014
Sin palabra
“Es curiosa la impresión de mudez que dan estos hombres. Son hombres sin lengua”, escribió el filólogo Marcos Morínigo en “Difusión del español en el Noroeste argentino” (1959). El investigador volcaba así sus apreciaciones acerca de un sector de esta pobrísima región donde, a principios del siglo XX, pocos hablaban español y, a mediados de la centuria, ya casi nadie hablaba atacameño. Pero esas observaciones adquieren un inquietante carácter profético a cinco décadas de formuladas. Porque los “hombres sin lengua” ya no están desperdigados: conducen los poderes políticos del Estado. Sus palabras parecen decir nada. Y de allí su impresión de mudez.
Sin manejo
En Tucumán, el Poder Ejecutivo que aseguró que no daría ningún bono salarial a los empleados públicos ahora ofrece a los empleados públicos un bono salarial. El alperovichismo es responsable de radicalizar la protesta. No por acción sino por omisión. No como Gobierno sino como des-gobierno. Porque lo inaudito no es haber llegado a la situación de rutas, terminales de ómnibus y aeropuertos obstruidos por piquetes. Lo inverosímil es que el alperovichismo desmanejara una situación obvia: si le dieron un 35% de aumento a la Policia que dejó de trabajar y sumió en el caos a la provincia, ¿no asumieron que era lógico que los estatales que sí trabajan iban a pedir un refuerzo salarial? Peor aún: no necesitaban advertirlo: los sindicalistas se lo hicieron saber al día siguiente de la huelga armada. Los gobernantes improvisados han estatuido un catequesis maldito: por las malas como se consigue cualquier cosa del Estado.
Sin rumbo
Tucumán no está gobernada, sino meramente administrada. Gobernar es mandar con autoridad; dirigir una colectividad política; guiar; manejar a alguien o ejercer una fuerte influencia sobre él; regirse según una norma, regla o idea, sólo por citar definiciones de la Real Academia Española de la Lengua. Y en su etimología, gobernar tiene orígenes griegos vinculados con el manejo de embarcaciones. En Tucumán, durante estos 10 años de recursos inimaginables (más de $ 100.000 millones en Presupuestos públicos, incluyendo 2014), gobernar debió ser planificar para aprovechar los buenos vientos económicos, prever para evitar las tormentas que pueden eludirse, capear los temporales inevitables, proveer al bienestar general de todos los que están en este barco y llevarlos a buen puerto. Nada de eso pasa. Hoy, el Estado está a la deriva, sin capacidad de maniobra, yendo de tifón en tifón, a flote por inercia antes que por destreza. Y sin un timonel que acierte una orden.
Sin reacción
El almirantazgo alperovichista vio el 2 de diciembre, a 600 kilómetros, cómo encallaba Córdoba, estremecida por los saqueos de bandas motorizadas, mientras la policía estaba acuartelada en reclamo de mejoras salariales. Una semana después, aquí pasó lo mismo. Pero no sólo fue dramático marchar inexorablemente hacia ese anunciado remolino. Lo alarmante fue escuchar a las autoridades tucumanas negar que iban a hundir a la Provincia cuando el Estado ya estaba escorando. El 9 de diciembre, José Alperovich declaró “la seguridad está bien” en Tucumán. A la tarde, no regía la ley y en las calles era todos contra todos. Los gobernantes sin lengua, entonces, hablaron de extorsión, pero denunciaron sedición, que prevé penas menores. La sedición, igual, es causal constitucional de nulidad del aumento salarial con la Policía. Sin embargo, los agentes que nada hicieron para evitar que Tucumán se incrustara en el arrecife del Estado Fracasado, cobrarán sus haberes de enero con un 35% más. Aquí, sabotear la nave para hacerla naufragar tiene premio.
Sin autoridad
La sedición uniformada evidenció la falta de autoridad del Gobierno tucumano. Una cosa es que empleados públicos armados no acaten órdenes, y otra fue que ni un solo funcionario se hiciese presente en la subjefatura de Policía. Una razón para esa mudez oficial figura en ese informe anual tan trascendental como ignorado: el de la Cuenta de Inversión. Los contadores fiscales volvieron a objetar el año pasado la forma para registrar los montos percibidos por los servicios adicionales de la Policía: son asentados por fuera del Sistema de Administración Financiera y Control del Gobierno. Si durante años la Policía ha sido dueña de manejar fondos ajenos, y el Gobierno ha estado increíblemente callado, ¿por qué esa Policía no iba a asumir que también era dueña de manejar fondos propios, o sea, de decidir cuánto cobrar de sueldo? Es terrible, pero parece ser lógico: el alperovichismo sigue mudo sobre el incremento salarial policíaco. Y también respecto de la incontrolada caja de adicionales policiales.
Sin aprender
En 1984, Fernando Riera dijo que se pegaría un tiro si no solucionaba la huelga policial. En 2013, Alperovich no dijo nada y sacó los autos de su concesionaria. O sea, uno arriesgó la vida. El otro, ni un auto. No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, pero se entiende por qué muchos lo dicen.
Sin transparencia
La huelga policial pasó, pero la marginalidad a gran escala sigue vigente en Tucumán. La ola de saqueos fueron organizados, pero la rapiña que se prolongó durante días estuvo a cargo de miles de tucumanos que viven en la miseria. Suena casi a cruel ironía que en esta provincia estragada de usurpaciones y crecientes asentamientos de emergencia, el alperovichismo tenga un área denominada Desarrollo Social. Pero hay otro sector del Estado que maneja centenares de millones de pesos en nombre de procurar bienestar para los pobres. Es la Legislatura y sus “gastos sociales”. En 2012, la Cámara se asignó un gasto de $ 380 millones, de los cuáles $ 75 millones eran para la partida “Transferencias”, que financia los “gastos sociales”. Para este año, el Presupuesto que la Legislatura esconde es de $ 700 millones. Pese al dispendio, los tucumanos no son menos pobres. Eso es público: lo que sus representantes hacen con la plata de sus impuestos, no.
Sin luz
El Poder Ejecutivo que nada hizo para evitar la huelga policial y los piquetes de los estatales, por supuesto, se mostró impotente ante la crisis del sistema de distribución eléctrica. El alperovichismo, así como el kirchnerismo, son modelos de desgobierno donde el Estado queda suspendido por mal clima. Fue otro caso de gobernantes sin lengua. El 31 de octubre, Alperovich avaló el incremento del 14,95% de la tarifa de EDET. “Uno cuando da un aumento en las tarifas no es caprichoso, es para que EDET haga las inversiones necesarias para que no nos quedemos sin energía”, justificó. “Hemos hecho todas las previsiones para que EDET haga todas las inversiones que sean necesarias para que no nos suceda nada”, sentenció.
Sin mejoras
¿Qué hizo la Legislatura dos meses después del último aumento de la luz, cuando las palabras del gobernador enmudecieron? En la última sesión del 2013 prorrogaron la emergencia del sistema de transporte de energía de la provincia, vigente desde 2010, por dos años más. En concreto, la extendieron hasta el 31 de diciembre de 2015. El mandato de Alperovich, sin embargo, llega sólo hasta el 29 de octubre de ese año. O el gobernador se irá, pero nos dejará la emergencia eléctrica.
Sin acople
La Legislatura no está para banalidades como el control político del Ejecutivo. Le interesan cosas más importantes, como el bastardeo del sistema electoral. El problema que los ocupa ahora de cara a 2015: el “acople” solamente está previsto para los cargos ejecutivos. O sea, un legislador que arma 20 listas de concejales en distintos municipios sólo aparece en el voto con una nómina de ediles. Las otras 19, en el voto, llevan en blanco el espacio para la categoría de legislador. La Junta Electoral Provincial quiso saldar el escollo con el “voto boligoma”, pero la Cámara Contencioso Administrativo lo fulminó. Ahora, el alperovichismo evalúa salidas. Las hipótesis: una ley, otra resolución de la Junta Electoral, la reforma constitucional... No importa cómo lo llamen: los hombres sin lengua quieren volver a la Ley de Lemas.
Sin respeto
El alperovichismo vació de sustancia a la democracia. Derrumbó el sistema de contrapesos institucionales y alumbró una democracia formal. Lo irónico: ahora el oficialismo es un Gobierno formal. Hasta los ambulantes le restan autoridad y desconocen el acuerdo para irse de microcentro después de la fiesta de Reyes. Para lo único que sí se hace el guapo el Gobierno es para oprimir a los jubilados transferidos. Les niega el beneficio de la movilidad y de la porcentualidad, que les reconoció por decreto en 2007, antes de los comicios, y que interrumpió después de obtener la reelección. A los vocales del Tribunal de Cuentas, en cambio, les dieron el 82% móvil por ley.
Sin aparecer
Es curiosa la impresión de mudez que dan los gobernantes. La Presidenta, tan afecta a la cadena nacional, no dio un mensaje de fin de año al pueblo. Una opción es que no habla porque no quiere: tras la derrota electoral, está enojada con los argentinos porque no reconocen en las urnas las bondades -por así decirles- de su gestión. La segunda es que, con el relato estrellado contra la realidad, no habla casi porque no puede. ¿Cómo hablarle a los miles y miles de argentinos que pasaron las Fiestas a oscuras sobre la Década Ganada? ¿Cómo seguir negando la inflación si las naftas tienen precios liberados y hasta YPF remarca? ¿Cómo seguir maquillando el cepo al dólar con el discurso de que quieren que los argentinos veraneen en el país, si ahora los que se van de vacaciones al exterior país no son los oligarcas destituyentes sino los propios funcionarios de la Casa Rosada? ¿Cómo seguir diciendo que los Derechos Humanos no se negocian, si César Milani, luego de reconocer que firmó “por azar” los expedientes en los cuales el desaparecido conscripto Alberto Ledo figuraba como “desertor”, ahora es el jefe del Ejército?
Sin retorno
Con el alperovichismo no es distinto. Del gobernador, tan afecto a hacer gala de su democracia pavimentadora en televisadas salidas diarias, casi no hay novedades. No es para menos. ¿Cómo seguir diciendo “estamos trabajando fuerte” después de tomarse ocho vacaciones durante 2013? De no ser porque lo han visto en Casa de Gobierno, casi pareciera que no volvió de la última.
“Es curiosa la impresión de mudez que dan estos hombres. Son hombres sin lengua”, escribió el filólogo Marcos Morínigo en “Difusión del español en el Noroeste argentino” (1959). El investigador volcaba así sus apreciaciones acerca de un sector de esta pobrísima región donde, a principios del siglo XX, pocos hablaban español y, a mediados de la centuria, ya casi nadie hablaba atacameño. Pero esas observaciones adquieren un inquietante carácter profético a cinco décadas de formuladas. Porque los “hombres sin lengua” ya no están desperdigados: conducen los poderes políticos del Estado. Sus palabras parecen decir nada. Y de allí su impresión de mudez.
Sin manejo
En Tucumán, el Poder Ejecutivo que aseguró que no daría ningún bono salarial a los empleados públicos ahora ofrece a los empleados públicos un bono salarial. El alperovichismo es responsable de radicalizar la protesta. No por acción sino por omisión. No como Gobierno sino como des-gobierno. Porque lo inaudito no es haber llegado a la situación de rutas, terminales de ómnibus y aeropuertos obstruidos por piquetes. Lo inverosímil es que el alperovichismo desmanejara una situación obvia: si le dieron un 35% de aumento a la Policia que dejó de trabajar y sumió en el caos a la provincia, ¿no asumieron que era lógico que los estatales que sí trabajan iban a pedir un refuerzo salarial? Peor aún: no necesitaban advertirlo: los sindicalistas se lo hicieron saber al día siguiente de la huelga armada. Los gobernantes improvisados han estatuido un catequesis maldito: por las malas como se consigue cualquier cosa del Estado.
Sin rumbo
Tucumán no está gobernada, sino meramente administrada. Gobernar es mandar con autoridad; dirigir una colectividad política; guiar; manejar a alguien o ejercer una fuerte influencia sobre él; regirse según una norma, regla o idea, sólo por citar definiciones de la Real Academia Española de la Lengua. Y en su etimología, gobernar tiene orígenes griegos vinculados con el manejo de embarcaciones. En Tucumán, durante estos 10 años de recursos inimaginables (más de $ 100.000 millones en Presupuestos públicos, incluyendo 2014), gobernar debió ser planificar para aprovechar los buenos vientos económicos, prever para evitar las tormentas que pueden eludirse, capear los temporales inevitables, proveer al bienestar general de todos los que están en este barco y llevarlos a buen puerto. Nada de eso pasa. Hoy, el Estado está a la deriva, sin capacidad de maniobra, yendo de tifón en tifón, a flote por inercia antes que por destreza. Y sin un timonel que acierte una orden.
Sin reacción
El almirantazgo alperovichista vio el 2 de diciembre, a 600 kilómetros, cómo encallaba Córdoba, estremecida por los saqueos de bandas motorizadas, mientras la policía estaba acuartelada en reclamo de mejoras salariales. Una semana después, aquí pasó lo mismo. Pero no sólo fue dramático marchar inexorablemente hacia ese anunciado remolino. Lo alarmante fue escuchar a las autoridades tucumanas negar que iban a hundir a la Provincia cuando el Estado ya estaba escorando. El 9 de diciembre, José Alperovich declaró “la seguridad está bien” en Tucumán. A la tarde, no regía la ley y en las calles era todos contra todos. Los gobernantes sin lengua, entonces, hablaron de extorsión, pero denunciaron sedición, que prevé penas menores. La sedición, igual, es causal constitucional de nulidad del aumento salarial con la Policía. Sin embargo, los agentes que nada hicieron para evitar que Tucumán se incrustara en el arrecife del Estado Fracasado, cobrarán sus haberes de enero con un 35% más. Aquí, sabotear la nave para hacerla naufragar tiene premio.
Sin autoridad
La sedición uniformada evidenció la falta de autoridad del Gobierno tucumano. Una cosa es que empleados públicos armados no acaten órdenes, y otra fue que ni un solo funcionario se hiciese presente en la subjefatura de Policía. Una razón para esa mudez oficial figura en ese informe anual tan trascendental como ignorado: el de la Cuenta de Inversión. Los contadores fiscales volvieron a objetar el año pasado la forma para registrar los montos percibidos por los servicios adicionales de la Policía: son asentados por fuera del Sistema de Administración Financiera y Control del Gobierno. Si durante años la Policía ha sido dueña de manejar fondos ajenos, y el Gobierno ha estado increíblemente callado, ¿por qué esa Policía no iba a asumir que también era dueña de manejar fondos propios, o sea, de decidir cuánto cobrar de sueldo? Es terrible, pero parece ser lógico: el alperovichismo sigue mudo sobre el incremento salarial policíaco. Y también respecto de la incontrolada caja de adicionales policiales.
Sin aprender
En 1984, Fernando Riera dijo que se pegaría un tiro si no solucionaba la huelga policial. En 2013, Alperovich no dijo nada y sacó los autos de su concesionaria. O sea, uno arriesgó la vida. El otro, ni un auto. No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor, pero se entiende por qué muchos lo dicen.
Sin transparencia
La huelga policial pasó, pero la marginalidad a gran escala sigue vigente en Tucumán. La ola de saqueos fueron organizados, pero la rapiña que se prolongó durante días estuvo a cargo de miles de tucumanos que viven en la miseria. Suena casi a cruel ironía que en esta provincia estragada de usurpaciones y crecientes asentamientos de emergencia, el alperovichismo tenga un área denominada Desarrollo Social. Pero hay otro sector del Estado que maneja centenares de millones de pesos en nombre de procurar bienestar para los pobres. Es la Legislatura y sus “gastos sociales”. En 2012, la Cámara se asignó un gasto de $ 380 millones, de los cuáles $ 75 millones eran para la partida “Transferencias”, que financia los “gastos sociales”. Para este año, el Presupuesto que la Legislatura esconde es de $ 700 millones. Pese al dispendio, los tucumanos no son menos pobres. Eso es público: lo que sus representantes hacen con la plata de sus impuestos, no.
Sin luz
El Poder Ejecutivo que nada hizo para evitar la huelga policial y los piquetes de los estatales, por supuesto, se mostró impotente ante la crisis del sistema de distribución eléctrica. El alperovichismo, así como el kirchnerismo, son modelos de desgobierno donde el Estado queda suspendido por mal clima. Fue otro caso de gobernantes sin lengua. El 31 de octubre, Alperovich avaló el incremento del 14,95% de la tarifa de EDET. “Uno cuando da un aumento en las tarifas no es caprichoso, es para que EDET haga las inversiones necesarias para que no nos quedemos sin energía”, justificó. “Hemos hecho todas las previsiones para que EDET haga todas las inversiones que sean necesarias para que no nos suceda nada”, sentenció.
Sin mejoras
¿Qué hizo la Legislatura dos meses después del último aumento de la luz, cuando las palabras del gobernador enmudecieron? En la última sesión del 2013 prorrogaron la emergencia del sistema de transporte de energía de la provincia, vigente desde 2010, por dos años más. En concreto, la extendieron hasta el 31 de diciembre de 2015. El mandato de Alperovich, sin embargo, llega sólo hasta el 29 de octubre de ese año. O el gobernador se irá, pero nos dejará la emergencia eléctrica.
Sin acople
La Legislatura no está para banalidades como el control político del Ejecutivo. Le interesan cosas más importantes, como el bastardeo del sistema electoral. El problema que los ocupa ahora de cara a 2015: el “acople” solamente está previsto para los cargos ejecutivos. O sea, un legislador que arma 20 listas de concejales en distintos municipios sólo aparece en el voto con una nómina de ediles. Las otras 19, en el voto, llevan en blanco el espacio para la categoría de legislador. La Junta Electoral Provincial quiso saldar el escollo con el “voto boligoma”, pero la Cámara Contencioso Administrativo lo fulminó. Ahora, el alperovichismo evalúa salidas. Las hipótesis: una ley, otra resolución de la Junta Electoral, la reforma constitucional... No importa cómo lo llamen: los hombres sin lengua quieren volver a la Ley de Lemas.
Sin respeto
El alperovichismo vació de sustancia a la democracia. Derrumbó el sistema de contrapesos institucionales y alumbró una democracia formal. Lo irónico: ahora el oficialismo es un Gobierno formal. Hasta los ambulantes le restan autoridad y desconocen el acuerdo para irse de microcentro después de la fiesta de Reyes. Para lo único que sí se hace el guapo el Gobierno es para oprimir a los jubilados transferidos. Les niega el beneficio de la movilidad y de la porcentualidad, que les reconoció por decreto en 2007, antes de los comicios, y que interrumpió después de obtener la reelección. A los vocales del Tribunal de Cuentas, en cambio, les dieron el 82% móvil por ley.
Sin aparecer
Es curiosa la impresión de mudez que dan los gobernantes. La Presidenta, tan afecta a la cadena nacional, no dio un mensaje de fin de año al pueblo. Una opción es que no habla porque no quiere: tras la derrota electoral, está enojada con los argentinos porque no reconocen en las urnas las bondades -por así decirles- de su gestión. La segunda es que, con el relato estrellado contra la realidad, no habla casi porque no puede. ¿Cómo hablarle a los miles y miles de argentinos que pasaron las Fiestas a oscuras sobre la Década Ganada? ¿Cómo seguir negando la inflación si las naftas tienen precios liberados y hasta YPF remarca? ¿Cómo seguir maquillando el cepo al dólar con el discurso de que quieren que los argentinos veraneen en el país, si ahora los que se van de vacaciones al exterior país no son los oligarcas destituyentes sino los propios funcionarios de la Casa Rosada? ¿Cómo seguir diciendo que los Derechos Humanos no se negocian, si César Milani, luego de reconocer que firmó “por azar” los expedientes en los cuales el desaparecido conscripto Alberto Ledo figuraba como “desertor”, ahora es el jefe del Ejército?
Sin retorno
Con el alperovichismo no es distinto. Del gobernador, tan afecto a hacer gala de su democracia pavimentadora en televisadas salidas diarias, casi no hay novedades. No es para menos. ¿Cómo seguir diciendo “estamos trabajando fuerte” después de tomarse ocho vacaciones durante 2013? De no ser porque lo han visto en Casa de Gobierno, casi pareciera que no volvió de la última.
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