04 Enero 2014
"El lobo de Wall Street": Sexo y drogas sin rock and roll
Jordan Belfort es un joven y ambicioso corredor de bolsa neoyorquino que edifica un imperio financiero a partir de un empuje colosal y de ciertas prácticas no demasiado acordes con las leyes vigentes. Perseguido por el FBI, advierte cómo su vida de lujos y de excesos de todo tipo está próxima a llegar al final.
Jordan Belfort, en su primer día como broker en Wall Street, almuerza con su jefe (brevísima y brillante intervención de Matthew McConaughey). “Es mejor que ganemos dinero haciéndoselo ganar también a nuestros clientes”, dice, convencido. “No”, le contesta sin vacilar su experimentado interlocutor, quien luego le revelará que la única manera de hacer su trabajo es bajo los efectos de las drogas.
Estas definiciones fundamentales muestran el andamiaje conceptual del filme de Scorsese, una verdadera orgía de excesos de todo tipo. El veterano realizador neoyorquino vuelve a trazar una parábola sobre el poder y la ambición, tema presente en muchos de sus filmes.
En esta oportunidad, la personalidad de Belfort (quien existió realmente, al punto que el guión está basado en su autobiografía) sirve para justificar y enhebrar dramáticamente una serie de situaciones a lo largo de su vida en la que la constante es el exceso (sexo, lujo, drogas, etcétera) y el caso omiso a los límites de toda especie. El problema (como pasaba, por ejemplo, en “El padrino”), es que cuesta evitar como espectador el impulso de ponerse de parte de los delincuentes, de preferir que no los atrapen y de esperar que se salgan con la suya.
Hay que admirar la capacidad narrativa de Scorsese. El realizador consigue mantener la atención del espectador a lo largo de tres horas exactas de proyección; apela para lograrlo a un manejo magistral de la tensión dramática, pero es cierto que no se priva de ofrecer secuencias espectaculares (la travesía del yate en medio de la tormenta) o crudamente descriptivas, como la escenificación de numerosas fiestas desenfrenadas en casas suntuosas, salones de oficina y hasta aviones en vuelo.
Además, el director ha reunido un elenco sorprendente: McConaughey demuestra aquella vieja afirmación de los actores acerca de que no hay papeles chicos, brillando con luz propia en poco más de cinco minutos de tarea. Jonah Hill sintoniza perfectamente con el registro desbocado de todo el filme; Margot Robbie ilumina la pantalla en cada aparición. Y Leonardo DiCaprio hace que uno se pregunte (una vez más) por qué demonios todavía no tiene un par de Oscars en su casa.
Scorsese, a los 71 años, lo logró nuevamente: entrega tres horas de entretenimiento, tensión, drama, comedia y fuerte impacto visual. Por allí se dice que el viejo Marty ya no es el mismo de “Taxi driver”. Claro que no; 38 años después, el mundo ya no es el mismo. Tampoco el cine lo es.
Estas definiciones fundamentales muestran el andamiaje conceptual del filme de Scorsese, una verdadera orgía de excesos de todo tipo. El veterano realizador neoyorquino vuelve a trazar una parábola sobre el poder y la ambición, tema presente en muchos de sus filmes.
En esta oportunidad, la personalidad de Belfort (quien existió realmente, al punto que el guión está basado en su autobiografía) sirve para justificar y enhebrar dramáticamente una serie de situaciones a lo largo de su vida en la que la constante es el exceso (sexo, lujo, drogas, etcétera) y el caso omiso a los límites de toda especie. El problema (como pasaba, por ejemplo, en “El padrino”), es que cuesta evitar como espectador el impulso de ponerse de parte de los delincuentes, de preferir que no los atrapen y de esperar que se salgan con la suya.
Hay que admirar la capacidad narrativa de Scorsese. El realizador consigue mantener la atención del espectador a lo largo de tres horas exactas de proyección; apela para lograrlo a un manejo magistral de la tensión dramática, pero es cierto que no se priva de ofrecer secuencias espectaculares (la travesía del yate en medio de la tormenta) o crudamente descriptivas, como la escenificación de numerosas fiestas desenfrenadas en casas suntuosas, salones de oficina y hasta aviones en vuelo.
Además, el director ha reunido un elenco sorprendente: McConaughey demuestra aquella vieja afirmación de los actores acerca de que no hay papeles chicos, brillando con luz propia en poco más de cinco minutos de tarea. Jonah Hill sintoniza perfectamente con el registro desbocado de todo el filme; Margot Robbie ilumina la pantalla en cada aparición. Y Leonardo DiCaprio hace que uno se pregunte (una vez más) por qué demonios todavía no tiene un par de Oscars en su casa.
Scorsese, a los 71 años, lo logró nuevamente: entrega tres horas de entretenimiento, tensión, drama, comedia y fuerte impacto visual. Por allí se dice que el viejo Marty ya no es el mismo de “Taxi driver”. Claro que no; 38 años después, el mundo ya no es el mismo. Tampoco el cine lo es.
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