Las mentiras buscan tapar el fracaso de la experiencia populista

Las mentiras buscan tapar el fracaso de la experiencia populista

Por Aleardo F. Laría, columnista DYN.

02 Enero 2014
BUENOS AIRES.- La película “La caída” -protagonizada por Bruno Ganz en el papel de Hitler- narra de forma magistral los últimos días de un Führer agobiado frente a las evidencias del inminente derrumbe del régimen. Lo que el filme destaca es el grado de autoengaño en el que había incurrido el grupo de dirigentes nazis, que comenzaron a mentirse entre sí, incapaces de reconocer una realidad que no guardaba relación con la que habían imaginado. Salvando las distancias históricas con la actual situación argentina, existe una brizna de polvo común que muestra la dificultad de los hombres que están en el poder para reconocer las señales que indican su inexorable fracaso.

Cabe analizar la devoción casi religiosa que ha venido profesando por este gobierno conservador un sector de intelectuales argentinos que se autocalifican de progresistas. Es un agrupamiento que se sintió tempranamente entusiasmado con la convocatoria efectuada por Néstor Kirchner a crear un movimiento transversal en el que iba a confluir el peronismo tradicional y la izquierda. Se trataba de crear un “partido auténtico” peronista de izquierda, experimento que en los años ‘70 fue literalmente enterrado por la “Triple A”. Ideológicamente, estos sectores provenían de un conglomerado que, por esos tiempos, se identificaba como la “izquierda nacional”. Habían abrevado en el marxismo-leninismo pero marcaron distancias con la izquierda tradicional -integrada por comunistas y trotskistas- a la que descalificaban por “gorila”. Las señas de identidad de esta izquierda nacional eran su desprecio por la democracia liberal; la adopción de un programa que proclamaba la instauración del “socialismo nacional” y, fundamentalmente, su embeleso con los liderazgos populares, al estilo de Juan Perón y Mao.

Jóvenes revolucionarios

El entusiasmo revolucionario de aquellos jóvenes imberbes era comprensible. En los ‘70 no se había producido el derrumbe del régimen soviético y tanto la Unión Soviética como la China maoísta parecían regímenes de una enorme solidez. De todo aquel bagaje ideológico, lo único que esa izquierda nacional conserva en la actualidad es la estructura del gastado discurso emancipatorio y su fobia hacia el liberalismo político.

Según su visión, lo determinante sigue siendo “a quién se saca y a quién se da”. Es una arraigada convicción proveniente de la “teoría de la lucha de clases”, que entiende a la política como un juego de suma cero, donde todo gira alrededor del reparto de la riqueza, no de su creación.

Es una izquierda enamorada de la retórica, muy poco dispuesta a reconocer la realidad y a levantar las hipotecas de su pasado. La consecuencia indeseada de este autoengaño es la dificultad que tiene para examinar los resultados de la gestión del Gobierno “nacional y popular” y hacer un uso didáctico de sus errores.

El convencimiento de que se está librando una dura batalla por la emancipación de los pobres los lleva a perderse en las brumas de una burbuja cognitiva, que les impide apreciar cualquier realidad que difiera del idílico relato. Se asiste ahora al fracaso estruendoso de la experiencia populista. Los cortes de luz, los luctuosos accidentes ferroviarios, el déficit energético, la inflación desbocada, la falta de inversión productiva, la irreductibilidad de la pobreza estructural, la inseguridad, los saqueos y la expansión exasperante de la protesta extorsiva son todos síntomas elocuentes de gruesos errores gubernamentales que se fueron acumulando a lo largo de una década. La retórica sólo ha servido para ocultar los problemas de gestión o dejarlos crecer abandonados a su propia dinámica.

Aprendizaje
Como acontecía en las postrimerías del régimen nazi, ha imperado el autoengaño y las ensoñaciones mentirosas. Los costos mayores recaerán sobre los sectores más humildes, los supuestos destinatarios de los beneficios de la “década ganada”. Es probable que la sociedad argentina, en lo sucesivo, preste mayor atención a las cuestiones pragmáticas de la gestión y rechace las convocatorias a librar batallas contra los “enemigos del pueblo”. No es seguro que tal efecto se verifique, pero luego de tantas tribulaciones es plausible pensar que, por fin, se está mucho más cerca del acierto que del error.

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