Cuando se habla con gestos
Una noche, después de pasar la Navidad, Nicolás optó por acortar el tiempo de espera y se dirigió a las afueras de la terminal de ómnibus para buscar un anhelado taxi. En ese momento, Belén -quien cargaba un bolso que tenía la mitad de su altura- le preguntó si podía caminar con él por seguridad, ya que la medianoche cubría las calles de la ciudad. Nicolás no dudó y aceptó la compañía de la joven desconocida.

Él regresaba de Salta y ella de Catamarca. Juntos llegaron a la calle que rodea la estación de micros. No se despegaron en ningún momento. Nicolás custodiaba continuamente la presencia de Belén. A esa altura de la travesía, el joven cargaba la maleta e intentaba apaciguar a su compañera, quien se desplazaba con miedo y desconfianza. Un hombre de gorra los observó desde lejos. En ese instante, encendió su moto de baja cilindrada y se acercó a ellos. Dio una vuelta por delante, y después otra. Y en ningún momento les quitó la mirada. Nicolás sabía que el temor se había apoderado definitivamente de los movimientos de la chica, por lo que hizo fuerte su presencia al lado de ella y apresuró la búsqueda de un taxi.

Caminaron varios metros, evitando quedarse en un solo lugar, hasta que un taxi respondió a la seña del joven y se detuvo a la par. Los caminantes subieron al vehículo y se trasladaron hasta el domicilio de Belén. Ella bajó del auto, le agradeció y se despidió de él sin saber nada más de su vida.

Escuché por ahí que vivimos situaciones que algunas veces hacen desaparecer las palabras. Pero los gestos exponen siempre, y de manera consciente o inconsciente, la condición del hombre. Lo vivido esa noche por los dos compañeros desconocidos podría demostrarlo. Una expresión, una postura o un semblante no sólo descubren a las peronas, sino también pueden permanecer en la memoria como algo bueno, por siempre.

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