Arrinconado, aturdido y enojado
Poco es por lo que tendrá para brindar José Alperovich mañana. Sin dudas, 2013 fue el año que desnudó la fragilidad del poder que construyó. A la vuelta de 10 años en la Casa de Gobierno, siempre siguió la misma línea: él decidía, el resto obedecía. Por eso no sorprende que este fin de año lo encuentre arrinconado, aturdido y enojado. Si condujo en soledad y hasta aquí todos -o casi todos- habían aceptado esa regla, es lógico que halle injusto cualquier acto de sublevación.

Alperovich aún no entiende cabalmente lo que sucede a su alrededor. A juzgar por su inmovilidad, tampoco tomó dimensión de la etapa política en la que se encuentra. Son pocos los meses de este año en los que tuvo la iniciativa política. Arrancó desafiante, presumiendo de su candidatura testimonial, y terminó arrodillado, juntando votitos de entre la basura para no perder su mote de gran elector. Es mucho lo que dejó el gobernador en estos 12 meses, pero lo que más se percibe es que dilapidó su capacidad de gobierno. Hoy, el oficialismo es anárquico. La Legislatura es una kermés de políticos en oferta, las municipalidades por poco contienen a intendentes desesperados la Casa de Gobierno parece un hogar familiar en una eterna siesta: ningún funcionario quiere hacer ruido, no vaya a ser cosa que papá se moleste y los rete.

El gobernador nunca se preocupó por jerarquizar y abrir el juego dentro de su gabinete. Las decisiones de política y gestión siempre se tomaron en las butacas de un avión o en los sillones de su casa, donde sólo caben unos cuantos. Hoy, paga por eso. Doblegado por la Policía y repudiado por buena parte de la sociedad que se sintió ultrajada en este mes fatídico, Alperovich se escabulle y los alperovichistas se esconden. El conflicto con los gremios estatales es un ejemplo. El gobernador decidió por su cuenta ser, con los empleados públicos, todo lo inflexible que no fue con los policías sediciosos. Y nadie de su entorno siquiera le sugirió una estrategia de acción. Porque, directamente, en el Gobierno no existe una planificación. Los dirigentes, muchos de ellos considerados amigos, no encuentran un interlocutor en el PE. Hay gremialistas que hablaron por teléfono con funcionarios y les pidieron a gritos que alguien los recibiera, pero desde el otro lado de la línea les decían, hasta el mediodía de ayer, que el jefe no quería. Edmundo Jiménez, ministro de Gobierno y habitual negociador en estos conflictos, se fue de licencia y vuelve el jueves. Otra vez, y arrinconado por los acontecimientos, Alperovich debió tomar una determinación a las apuradas.

Si en la Casa de Gobierno rezan un rosario de lamentos, en la Legislatura deambulan en busca de una nueva fe a la cual aferrarse. La unidad del bloque oficialista es tan ficticia que ya hay parlamentarios con ganas de cambiarle el nombre a la bancada: de “Tucumán Crece” a “Tucumán Decrece”. Con la mitad de los legisladores sin chances de reelección y con un gobernador que ya no los conduce, resulta lógico presenciar el desparramo de poder en el que se sumió la Cámara. Mientras unos plantean escapes, como los massistas y los amayistas; otros, los más experimentados, estiran una definición hasta que suene la campana. Algunos, los aún alperovichistas, sueñan con modificar las reglas electorales para conservar el poder en 2015.

Una de las ideas es recauchutar el sistema de acoples que tanto éxito le dio al gobernador. Es que si la base de adhesión multipartidaria al radical José Cano sigue ampliándose, mayor sería la cantidad de acoples que podrían traccionarle votos al diputado en su lucha por suceder a Alperovich. Claro que hay una salvedad: hablar de cambiar el sistema electoral es hablar, indefectiblemente, de abrir otra vez la Constitución. Con todo lo que eso significa.

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