En llamas: El calor es el patrón más exigente
¿Cómo refugiarse del agobio cuando se trabaja en la calle y no existe siquiera la ilusión de un ventilador cercano? LA GACETA salió a entrevistar a varitas, ambulantes, taxistas y comerciantes que pasan varias horas del día entre el ardiente sol y el vaporoso pavimento. Las sombras de los árboles o de las galerías y el agua mineral son algunos de sus mejores aliados, pero todos reconocen que cuando las altas temperaturas se combinan con la multitud no hay nada que los tranquilice. “Uno se termina acostumbrando; después de todo, hay que trabajar”, razonan. Anécdotas desde el infierno.
Por estos días, en Tucumán y en gran parte del país no hace calor; hace calooooooor (así, con siete o). Y en el pronóstico no hay lugar para la esperanza de un descenso del mercurio del termómetro: de acuerdo con las proyecciones, las temperaturas altísimas seguirán al menos hasta el miércoles. Juan Minetti, director del Laboratorio Climatológico Sudamericano, anunció que hasta el primer día del 2014 se mantendrán las máximas de alrededor de 40 grados. “Recién para ese día está previsto el ingreso de un frente de tormentas y lluvias generales”, puntualizó el climatólogo. De todos modos, agregó que a partir de hoy es posible que se produzcan lluvias en los cerros. “Quizás alguna caiga en el llano, pero no hay muchas posibilidades”, aclaró. Eso sí: según el pronóstico, entre el miércoles y el jueves bajará la temperatura, pero no por mucho tiempo. Unos tres días después regresará el calor.
Muñecas y San Martín
Un árbol flaco lo refugia del ardiente pavimento y el calor de los motores
Juan Sandilli hace un gesto resignado cuando se le pregunta cómo es levantarse todos los días sabiendo que, durante seis horas -que incluyen la siesta-, tendrá que pararse en medio del incendiario pavimento de Muñecas y San Martín y dirigir el tránsito con el calor pesándole sobre la cabeza y el vapor subiéndole por los pies. “Mi turno va de 11.30 a 17, es decir, aguanto lo peor. Pero qué voy a hacer, hay que trabajar, ¿no?”, se encoge de hombros este inspector de tránsito, de estrictos lentes oscuros y gorra. Su mejor aliado es un árbol que ha crecido justo en esa esquina y que, pese a su tronco flaco, ostenta una sombra que Sandilli califica como suficiente para soportar el agobio. “También tomamos agua, mucha agua que compramos en los quioscos de la zona. Y ayuda que, a diferencia del de los policías, nuestro uniforme es claro y fresco”, señala el varita, mientras se despega del torso su camisa blanca. A su lado, Oscar Silvera, supervisor de inspectores, aporta que Sandilli tiene suerte de haber encontrado sombra. “Otros no cuentan ni con eso. Con las restricciones al tránsito que hicimos hasta el 24 pasado, teníamos que pararnos en el rayo del sol -recordó-. ¡Llegábamos a casa locos por bañarnos!”.
Mendoza y Muñecas
Ramón y una curiosa técnica para acostumbrarse a las horas de calor
Ramón Vázquez se está secando la frente con un trapito cuando LA GACETA se acerca para consultarle cómo se soportan 40° grados de temperatura (y algunos más de térmica) dentro de un estrecho quiosco de revistas. “Uno se termina acostumbrando. Tampoco quedan muchas opciones”, contesta, del otro lado de las pilas y pilas de publicaciones gráficas. Contrariamente a lo que puede pensarse, el vendedor -que permanece en su puesto desde la mañana hasta la noche, sin pausa a la siesta- no se apura por prender el ventilador o el aire acondicionado al llegar a su casa. “No sirve hacer eso, porque si uno se acostumbra a los lugares frescos, siente más calor y pesadez al salir de ellos. Hay que mantenerse en estado natural”, aconseja. Dos esquinas más allá, en Maipú y Mendoza, un local de venta de panchos y panchuques atrae al gentío no sólo por sus ofertas de comida rápida, sino por el rocío que sale de los aspersores ubicados a su entrada. “Están puestos porque dentro del local no se puede instalar aire acondicionado. Es común que los peatones hagan un descanso bajo ellos”, cuenta Daiana, una de las empleadas.
Córdoba al 600
La botella con agua congelada es tan indispensable como la mesita con cospeles
Elementos fundamentales alrededor de Adriana García: una mesa petisa en la que expone sus montañitas de cospeles, una botella en la que traslada hielo congelado y la mochila en la que guarda, entre otras cosas, esa botella. De ahí en más sólo resta sentarse y esperar. Esperar a que la gente llegue lentamente a las paradas de ómnibus en Córdoba al 600, a que se detenga a comprarle cospeles... y esperar también que cada nueva jornada sea menos calurosa que la anterior. Aunque en temporadas como esta la ilusión se diluye tan rápido como el hielo en la botella.
La mujer se instala en esa cuadra todos los días hábiles desde hace 10 años, contó a LA GACETA. Y cada verano es la misma historia: hay que correr la silla y la mesa lo más cerca posible del techo de un comercio generoso (en este caso, un supermercado). “¿Cómo son mis mañanas? ¡Calurosas, muy calurosas! -sonríe vagamente García-. En estas últimas semanas, con tanta gente en el centro, había momentos en que me daban ganas de levantarme y escaparme a mi casa. Pero no, jamás lo hice”. La vendedora agregó que ya no suele fijarse en el pronóstico del día antes de salir del hogar: “¿para qué? Igual tengo que trabajar”.
Paradas tubo
Los taxis sin aire acondicionado son infiernos móviles para usuarios y choferes
Cerca del mediodía, cuando ya ha pasado el horario de hacer compras o trámites, las paradas tubo son las grandes vedettes del microcentro. El calor arroja al gentío a los taxis y eso que no todos los vehículos cuentan con el aire acondicionado que representaría un oasis en medio del infierno del pavimento. “Sí, los usuarios se quejan si no hay ventilación, y tienen razón. Lo que no saben es que los choferes también tenemos que soportar esto, todo el día arriba del auto. Llevamos agua, por supuesto -explica Ricardo Morales, mientras exhibe una botella al costado de la caja de cambio- y, cuando se puede parar en una sombra, se para. Si no, hay que seguir. La necesidad primera es el trabajo”.
Mendoza al 600
Vende gaseosas, pero lo único que lo alivia del agobio es el agua que trae de su casa
“¡Fresca la gaseosa, fresca!”, tiene que gritar Oscar Moreno decenas de veces por jornada, mientras secretamente tal vez piense que lo único fresco en esa cuadra son esas bebidas que guarda en la conservadora. Todos los días, desde las 9, el ambulante se instala en Mendoza al 600. Eso sí: que nadie le quite su lugar, bajo un arbolito ubicado justo al frente de la galería LA GACETA, de modo que si el viento es generoso, le traerá bocanadas de la frescura que exhala el aire acondicionado de ese paseo. Durante cuatro horas hasta las 13.30, y luego de 17 a 21, Moreno se sienta en una silla de plástico sólo resguardada por la sombra de su árbol amigo y se entrega mansamente a las altas temperaturas, a las que dice estar acostumbrado. “Yo soy oriundo de Córdoba y cada vez que voy para allá, incluso si es verano, me parece una heladera -se ríe el vendedor-. Nada se compara con el calor tucumano”. En la misma conservadora en la que guarda las bebidas que vende (las más requeridas de la cuadra), Moreno suele dejar también su propia agua mineral, lo único que toma, ya que asegura que las gaseosas no lo alivian. “Entre los ambulantes y comerciantes nos ayudamos con el hielo”, comenta.