Por Alberto Horacio Elsinger
27 Diciembre 2013
LA ANTIGUA PLAZA INDEPENDENCIA. Lucía en el centro la Pirámide Federal. La hizo construir el general Celedonio Gutiérrez en 1842, en homenaje al triunfo rosista de Oribe sobre Lavalle, en Famaillá. Fue demolida en 1862.
Cuando el ferrocarril llegó a San Miguel de Tucumán en 1876 -31 de octubre-, la población capitalina ascendía a 37.000 habitantes. Y, en toda la provincia, el total superaba los 134.000 pobladores. La única estación que se había construido por entonces era la del ex Central Córdoba. La edificación de esa terminal, de trocha angosta, aún permanece en la calle Marco Avellaneda -desde el 0 al 400, entre 24 de Septiembre y Santiago del Estero.
La plaza Independencia -denominada en sus comienzos Libertad- era el centro social y cívico de la capital. Ostentaba una doble fila de naranjos y, en el corazón del principal paseo público, había una columna de 25 metros de altura -levantada en tiempos del gobernador José María del Campo-, que tenía en la base dos pilas de aguas, traídas de una exposición realizada en Córdoba.
Se llamaba Libertad
Las avenidas paralelas al perímetro de la plaza estaban adornadas con dos quioscos. Además contaba con bancos de madera, que en los atardeceres se colmaban de gente.
Además, la plaza central de la capital tucumana, antes llamada Libertad y hoy Independencia, continúa siendo el eje histórico y cívico de la ciudad.
En torno al paseo, se encontraban varias casas de dos plantas, como las que se divisiban en la vereda del Cabildo (hoy Casa de Gobierno) que pertenecían a Juan Manuel Méndez, Tiburcio Molina y Próspero García. En la acera de la Catedral se encontraba la de don Manuel Paz y, sobre la actual calle San Martín al 400 (ex Las Heras) las de Federico Helguera y Agustín Muñoz.
También había otras viviendas de una sola planta, pero lujosas e importantes, que pertenecían a Rufino Cossio, Felipe Posse, Pedro de Garmendia y Angel C. Padilla, entre otros ilustres pobladores.
El conjunto de edificios unidos al Cabildo, la Catedral y la iglesia San Francisco -por esa época era de una sola nave- componían “un golpe de vista sorprendentemente agradable, al punto que todos los viajeros aseguraban que era la mejor plaza de la República”, consigna en un trabajo José R. Fierro, otrora profesor de la Escuela Normal capitalina y uno de los fundadores del club Atlético Tucumán.
La única plaza
Asimismo la plaza Independencia era la única plaza propiamente dicha de la ciudad, ya que la Belgrano no estaba delineada, y el terreno -un gran pastizal en esos tiempos- sólo tenía la columna que hizo levantar el vencedor de Campo de las Carreras, en homenaje a las victorias sanmartinianas de Chile.
Los mercados eran unas ruinosas recovas llamadas “del Algarrobo”, “del Norte” y “del Este”. El teatro Belgrano se encontraba en construcción y las compañías trabajaban en el café Colón, frente a la plaza.
Las calles estaban empedradas únicamente en torno al paseo y unas pocas cuadras inmediatas. Había muy pocos coches de alquiler, que eran una especie de galeras.
Las familias pudientes poseían “landós” (coche de caballos, de cuatro ruedas, con capotas delantera y trasera) y “volantes” (carruaje de cuatro ruedas, tracción animal, para dos o más viajeros), y los médicos solían hacer sus visitas a caballo.
Sin dudas, el gran acontecimiento era la llegada de la mensajería (carros o galeras tiradas por caballos) donde venían los viajeros del litoral. El arribo del armatoste era precedido por clarinadas y el público se agolpaba a ver quiénes eran los que descendían con sus valijas, cubiertos de tierra y muertos de cansancio.
Primera impresión
Paul Groussac, que llegó en 1871, siempre recordaba emocionado su primera impresión de Tucumán. “La dulzura del invierno subtropical, la caricia del sol en un ambiente perfumado de azahar y aroma, la amable llaneza de las relaciones sociales, las excursiones todavía primitivas; las funciones teatrales en una galería del colegio (se refiere al Nacional, donde hoy funciona la Escuela Sarmiento) por alumnos y profesores; la misa del gobierno, los domingos, con la retreta en la plaza, y las tertulias caseras organizadas in situ y sin más preámbulos: ese conjunto de sencillez decente creaba un ambiente moral tan agradable como físico”, escribió el ensayista, historiador, crítico literario y bibliotecario franco-argentino, que nació en Toulouse, Francia, el 15 de febrero de 1848 y murió el 27 de junio de 1929, en Buenos Aires.
La Avellaneda
La locomotora “Avellaneda”, que fue la primera en llegar a Tucumán un mes antes del viaje inaugural, el 30 de septiembre de 1876, también fue la que realizó el primer viaje ferroviario al Jardín de la República. Era una máquina Fox Walker N° 7, importada en 1874, desde Inglaterra. Pero se fabricaban en Leeds desde 1842. Se caracterizaba por carecer de frenos al vacío. Por esa razón los guardas del convoy debían trepar al techo de los coches, en una operación perfectamente sincronizada con el personal de conducción, para accionar los mecanismos manualmente y detener la formación. Era la única forma posible de evitar percances.
Viaje inaugural
El viaje inaugural partió, a las 7.30 del 29 de octubre de 1876, desde la estación La Garita (se incendiaría muchos años después, en 1921), que se encontraba en las afueras de Córdoba. Si bien es cierto que marchó todo ese día con algunas paradas, para proveerse de agua, en varias estaciones del recorrido, la comitiva y los pasajeros pernoctaron en Recreo (Catamarca).
Por razones de seguridad, en los primeros años del transporte ferrocarrilero no se viajaba de noche. La marcha se reinició el 30 de octubre de 1876 hasta llegar a San Miguel de Tucumán, a las 17. Pero una torrencial lluvia postergó hasta el día siguiente el acto inaugural de la primera linea ferroviaria que concluía en esta provincia.
La plaza Independencia -denominada en sus comienzos Libertad- era el centro social y cívico de la capital. Ostentaba una doble fila de naranjos y, en el corazón del principal paseo público, había una columna de 25 metros de altura -levantada en tiempos del gobernador José María del Campo-, que tenía en la base dos pilas de aguas, traídas de una exposición realizada en Córdoba.
Se llamaba Libertad
Las avenidas paralelas al perímetro de la plaza estaban adornadas con dos quioscos. Además contaba con bancos de madera, que en los atardeceres se colmaban de gente.
Además, la plaza central de la capital tucumana, antes llamada Libertad y hoy Independencia, continúa siendo el eje histórico y cívico de la ciudad.
En torno al paseo, se encontraban varias casas de dos plantas, como las que se divisiban en la vereda del Cabildo (hoy Casa de Gobierno) que pertenecían a Juan Manuel Méndez, Tiburcio Molina y Próspero García. En la acera de la Catedral se encontraba la de don Manuel Paz y, sobre la actual calle San Martín al 400 (ex Las Heras) las de Federico Helguera y Agustín Muñoz.
También había otras viviendas de una sola planta, pero lujosas e importantes, que pertenecían a Rufino Cossio, Felipe Posse, Pedro de Garmendia y Angel C. Padilla, entre otros ilustres pobladores.
El conjunto de edificios unidos al Cabildo, la Catedral y la iglesia San Francisco -por esa época era de una sola nave- componían “un golpe de vista sorprendentemente agradable, al punto que todos los viajeros aseguraban que era la mejor plaza de la República”, consigna en un trabajo José R. Fierro, otrora profesor de la Escuela Normal capitalina y uno de los fundadores del club Atlético Tucumán.
La única plaza
Asimismo la plaza Independencia era la única plaza propiamente dicha de la ciudad, ya que la Belgrano no estaba delineada, y el terreno -un gran pastizal en esos tiempos- sólo tenía la columna que hizo levantar el vencedor de Campo de las Carreras, en homenaje a las victorias sanmartinianas de Chile.
Los mercados eran unas ruinosas recovas llamadas “del Algarrobo”, “del Norte” y “del Este”. El teatro Belgrano se encontraba en construcción y las compañías trabajaban en el café Colón, frente a la plaza.
Las calles estaban empedradas únicamente en torno al paseo y unas pocas cuadras inmediatas. Había muy pocos coches de alquiler, que eran una especie de galeras.
Las familias pudientes poseían “landós” (coche de caballos, de cuatro ruedas, con capotas delantera y trasera) y “volantes” (carruaje de cuatro ruedas, tracción animal, para dos o más viajeros), y los médicos solían hacer sus visitas a caballo.
Sin dudas, el gran acontecimiento era la llegada de la mensajería (carros o galeras tiradas por caballos) donde venían los viajeros del litoral. El arribo del armatoste era precedido por clarinadas y el público se agolpaba a ver quiénes eran los que descendían con sus valijas, cubiertos de tierra y muertos de cansancio.
Primera impresión
Paul Groussac, que llegó en 1871, siempre recordaba emocionado su primera impresión de Tucumán. “La dulzura del invierno subtropical, la caricia del sol en un ambiente perfumado de azahar y aroma, la amable llaneza de las relaciones sociales, las excursiones todavía primitivas; las funciones teatrales en una galería del colegio (se refiere al Nacional, donde hoy funciona la Escuela Sarmiento) por alumnos y profesores; la misa del gobierno, los domingos, con la retreta en la plaza, y las tertulias caseras organizadas in situ y sin más preámbulos: ese conjunto de sencillez decente creaba un ambiente moral tan agradable como físico”, escribió el ensayista, historiador, crítico literario y bibliotecario franco-argentino, que nació en Toulouse, Francia, el 15 de febrero de 1848 y murió el 27 de junio de 1929, en Buenos Aires.
La Avellaneda
La locomotora “Avellaneda”, que fue la primera en llegar a Tucumán un mes antes del viaje inaugural, el 30 de septiembre de 1876, también fue la que realizó el primer viaje ferroviario al Jardín de la República. Era una máquina Fox Walker N° 7, importada en 1874, desde Inglaterra. Pero se fabricaban en Leeds desde 1842. Se caracterizaba por carecer de frenos al vacío. Por esa razón los guardas del convoy debían trepar al techo de los coches, en una operación perfectamente sincronizada con el personal de conducción, para accionar los mecanismos manualmente y detener la formación. Era la única forma posible de evitar percances.
Viaje inaugural
El viaje inaugural partió, a las 7.30 del 29 de octubre de 1876, desde la estación La Garita (se incendiaría muchos años después, en 1921), que se encontraba en las afueras de Córdoba. Si bien es cierto que marchó todo ese día con algunas paradas, para proveerse de agua, en varias estaciones del recorrido, la comitiva y los pasajeros pernoctaron en Recreo (Catamarca).
Por razones de seguridad, en los primeros años del transporte ferrocarrilero no se viajaba de noche. La marcha se reinició el 30 de octubre de 1876 hasta llegar a San Miguel de Tucumán, a las 17. Pero una torrencial lluvia postergó hasta el día siguiente el acto inaugural de la primera linea ferroviaria que concluía en esta provincia.
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