Por Jorge Figueroa
24 Diciembre 2013
No sé si fue por el azar o por cuál razón, pero me tocó el tema libre de hoy. Sí, de un día que, personalmente, no significa nada, o al menos no lo que es para la mayoría. Porque, nobleza obliga con el lector, este periodista es ateo. La reunión familiar ha sido preparada con días de anticipación y todo transcurre normalmente hasta que no falta quien desarme la mesa con una discusión que bien podría evitarse o que no venía al caso; y no fueron las copas de más como se cree habitualmente, sino saldos y retazos de malos entendidos que nunca se aclararon. Resultado: ha pasado menos de una hora de la medianoche, y la fiesta ya ha terminado; con el argumento de que hay que lavar los platos, cada uno aprovecha para desocupar la mesa.
Igualmente temprano se fueron a dormir aquellos padres que recibieron a sus hijos, quienes solo esperaron que el reloj marque las 12 para recibir sus obsequios, brindar, y emprender la retirada para hacer las recorridas de rigor y festejar a su modo.
Otros, la han pasado solos, y por elección decididamente; sí, completamente solos y no se han muerto de angustia: cumplieron la rutina de un día común, prendieron la televisión para ver alguna película, cenaron lo que quedó del delivery del mediodía y luego intentaron ir a alguna fiesta, pero después de esperar una hora algún taxi, regresaron al departamento.
Una historia distinta son las Nochebuenas en los hoteles: todo está preparado para la diversión, pero el humor cambia abruptamente cuando en la mesa de al lado, a alguna familia se le ocurrió cenar con sus pequeños hijos y hasta un bebé.
Conocemos de las mesas humildes, donde el pan dulce y la sidra son los únicos adornos, mientras los niños esperan una pelota como el gran regalo; qué distinta es la realidad en los barrios y en las villas, qué diferentes son las fiestas.
Las postales de Navidad tienden a alejarse de aquellas imágenes publicitarias en la que la fotografía exhibía el retrato del núcleo familiar unido y feliz, en una sociedad donde las familias “disfuncionales” crecen día a día y a la soledad no hay por qué ocultarla.
Igualmente temprano se fueron a dormir aquellos padres que recibieron a sus hijos, quienes solo esperaron que el reloj marque las 12 para recibir sus obsequios, brindar, y emprender la retirada para hacer las recorridas de rigor y festejar a su modo.
Otros, la han pasado solos, y por elección decididamente; sí, completamente solos y no se han muerto de angustia: cumplieron la rutina de un día común, prendieron la televisión para ver alguna película, cenaron lo que quedó del delivery del mediodía y luego intentaron ir a alguna fiesta, pero después de esperar una hora algún taxi, regresaron al departamento.
Una historia distinta son las Nochebuenas en los hoteles: todo está preparado para la diversión, pero el humor cambia abruptamente cuando en la mesa de al lado, a alguna familia se le ocurrió cenar con sus pequeños hijos y hasta un bebé.
Conocemos de las mesas humildes, donde el pan dulce y la sidra son los únicos adornos, mientras los niños esperan una pelota como el gran regalo; qué distinta es la realidad en los barrios y en las villas, qué diferentes son las fiestas.
Las postales de Navidad tienden a alejarse de aquellas imágenes publicitarias en la que la fotografía exhibía el retrato del núcleo familiar unido y feliz, en una sociedad donde las familias “disfuncionales” crecen día a día y a la soledad no hay por qué ocultarla.
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