Por Lucía Lozano
22 Diciembre 2013
CARIÑO SINCERO. Los chicos de El Rodeo le entregaron cientos de abrazos al padre Pepe durante una misa.
Su mirada se eleva hacia al cielo todo el tiempo. Pero no saca los pies del barro. Habita un cuarto de una prefabricada de menos de 12 metros cuadrados, apretado por los libros, un escritorio, un reclinatorio -mínimo- para la oración y varias fotos del papa Francisco. No tiene electricidad. Y vive de la providencia, del día a día. Se levanta tempranísimo, a las 5. Después de rezar, se sube a una destartalada renoleta blanca (que es prestada) para dar misa, confesar o hablar con la gente. No necesita estar en una parroquia para eso. Su espacio ideal es la calle, o mejor dicho la montaña. Su pelo es algo desprolijo, tiene la barba crecida y la sonrisa fresca y adolescente. Así es el padre José Luis Guirado, o simplemente el padre Pepe, como lo conocen todos en las zonas más necesitadas de Tafí del Valle.
En estos días cercanos a la Navidad, su viejísimo teléfono celular, remendado en todas partes con cinta scotch, no para de sonar. Y eso que sólo puede activarse cuando va a la villa de Tafí porque ahí encuentra señal y vecinos solidarios que le prestan un enchufe para cargar la batería.
La gente le pide que oficie misas, que bendiga enfermos, que los acompañe en una fiesta o en un velorio. Pero para la Nochebuena, el padre Pepe ya tiene planes: pasará la Navidad visitando a las familias más necesitadas, llevándoles comida que pueda conseguir a través de donaciones y regalándoles un abrazo en el cual puedan refugiarse.
¿Quién es el padre Pepe?
“No tengo problemas para la entrevista. Sólo quiero decirle que aquí todo es muy simple, no hay nada extraordinario”. Así se presenta este sacerdote franciscano, apenas accede a que LA GACETA lo acompañe en un día de su vida.
Una túnica, el cordón en la cintura, una capucha con esclavina, un anillo de rosario y las sandalias hacen que este religioso no pase nunca desapercibido por Tafí del Valle. Igual, él se encarga de saludar fuerte a todos los vecinos, se acerca, les da un abrazo, les pregunta cómo han estado.
José Luis Guirado tiene 43 años y vive en los Valles desde hace más de diez. Nació en la capital de San Juan. Se crió en una familia de clase media. Con sus padres, comerciantes, y sus dos hermanos, una mujer y un varón. Desde chico fue a un colegio franciscano. Ahí conoció bien la vida y obra de San Francisco. Cuando era adolescente planeaba estudiar psicología y estaba de novio.
A los 16 años se dio cuenta que quería hacer algo diferente en su vida, trabajar para los pobres y habitar en una villa miseria. “Era un gran deseo”, cuenta. Poco después, en un retiro espiritual sintió la irrupción de Dios en su vida. Y supo que iba a ser sacerdote y franciscano. “A mi familia le costó bastante entender, pero me apoyaron siempre. Saben que soy feliz así”, acota.
Entró al seminario y se formó durante 10 años en Buenos Aires, especializándose en estudios filosóficos y psicológicos. Se desempeñó en las selva de Tartagal y en las Sierras de Córdoba, entre otros lugares. Fue maestro de novicios franciscanos durante mucho tiempo en Argentina, los últimos años en Tafí del Valle. Después de que cerró el convento, inició su proyecto más soñado: una fundación de vida contemplativa franciscana, con el objetivo de recuperar la fuerza carismática de la oración silenciosa y la vida pobre.
Este proyecto contó con el apoyo de los vecinos. De hecho, una familia de Las Carreras le dio un terreno en esta zona de Tafí, a 15 km de la villa, para que pudiera construir una ermita. Hasta que eso se hizo realidad, vivía en una carpa. Primero le donaron la casita prefabricada. Ahora, el predio, situado en medio de una enorme plantación de papas y rodeado de un paisaje inigualable, cuenta con otras tres ermitas de acogida: dos de ellas para religiosos y una tercera para laicos que quieran vivir la experiencia de los franciscanos (un tiempo de retiro espiritual, en la pobreza y en silencio).
El padre Pepe recibe mucha ayuda de grupos de laicos, que le donan comida, muebles, colchones, y otras cosas para su obra en los Valles. El se define como un ermitaño. Le gusta el silencio y la soledad. Pero también el contacto con la gente. Le encanta hablar. De hecho, habla todo el tiempo, de la vida, de política, de sus sueños. Una vez perdió la voz y tuvo que hacer rehabilitación de cuerdas vocales, cuenta. Sus homilías son larguísimas. Los feligreses lo saben. Y así y todo lo eligen. “Nadie llega como él a nuestros corazones”, resume Lucía Hortensia de Pérez, directora de la escuela de El Rodeo, en Tafí.
De a pie o a dedo
“La gente que vive en la pobreza tiene mucho para dar. La belleza cultural de ellos es muy grande: su modo de vivir, de cultivar los vínculos y el encuentro, la fe que tienen. La religión popular es riquísima”, expresa el padre Pepe, quien ha logrado penetrar como nadie en las comunidades de El Rodeo y Las Carreras. Llegó hasta los lugares más impensados, a veces caminando, muchas veces a dedo. “Ellos te dejan entrar si uno está en los momentos más importantes: la vida y la muerte. Las fiestas y la pérdida de un ser querido son espacios fundamentales para la fe”, detalla en sacerdote, que oficia misas principalmente en la capilla del pueblo San Andrés de las Carreras. Es una parroquia sencilla, administrada por vecinos de la zona. No obstante, siempre lleva un bolsito azul con los elementos litúrgicos por si es necesario dar un oficio religioso en cualquier sitio.
Momentos duros
Al padre Pepe le ha tocado intervenir en los momentos más duros de Tafí. Hace tres años, hubo una ola de suicidios de adolescentes y él se puso al hombro la tarea de bucear en las angustias de los chicos y sus familias para ayudarlos a salir. Y el pueblo nunca olvidó eso. Es valiente. Sus homilías no tienen verdades a medias. Ahora, por ejemplo, está preocupado por el consumo de drogas entre los jóvenes y por la venta casi descontrolada de esta sustancia en los Valles. Y lo hace saber en cada misa.
La Navidad
Para el padre Pepe, la Navidad es estar en todos esos lugares en los que Dios también nace aunque para la sociedad estén olvidados. El año pasado, por ejemplo, bajó de Tafí y recorrió las calles de la ciudad para sentarse junto a los desamparados, los que no tienen hogar. “Había gente tirada en las plazas. Los desperté, les di una bandeja de comida y hablamos”, describe.
“Mi único anhelo, como siempre, es llegar al corazón de esa persona que lo necesita”, resume este sacerdote que reconoce estar fascinado con las palabras y los gestos del papa Francisco. Lee y estudia a diario sus homilías. Y está escribiendo un libro que pronto se publicará, adelanta. También tiene una huerta y le gusta tejer con el telar.
Más que gestos
“No hay que buscar a Dios sólo en el templo. Cierren los ojos, ahora, e imaginen a Jesús como un niño amigo que los está llamando. Y alégrense, porque la vida vale la pena”, les dice el padre Pepe a todos los alumnos de la escuela José Frías Silva, en El Rodeo. Los chicos lo escuchan atentos durante la misa que oficia por el cumpleaños del establecimiento y por la llegada de la Navidad. Entre los papás, arranca algunas lágrimas de emoción. Un pequeño sale corriendo hacia el altar improvisado sobre un pupitre y lo abraza fuerte, muy fuerte. El padre Pepe lo acaricia. Lo mira a los ojos. Y lo envuelve con sus brazos. La misa continúa con esa imagen hasta el final. El padre Pepe, al que conocen por su túnica marrón arrugada y su estola de aguayo, se va ovacionado. No sin antes avisarles a las docentes, una vez más y en secreto, que el diezmo es para los chicos, “para lo que ellos necesiten”.
En estos días cercanos a la Navidad, su viejísimo teléfono celular, remendado en todas partes con cinta scotch, no para de sonar. Y eso que sólo puede activarse cuando va a la villa de Tafí porque ahí encuentra señal y vecinos solidarios que le prestan un enchufe para cargar la batería.
La gente le pide que oficie misas, que bendiga enfermos, que los acompañe en una fiesta o en un velorio. Pero para la Nochebuena, el padre Pepe ya tiene planes: pasará la Navidad visitando a las familias más necesitadas, llevándoles comida que pueda conseguir a través de donaciones y regalándoles un abrazo en el cual puedan refugiarse.
¿Quién es el padre Pepe?
“No tengo problemas para la entrevista. Sólo quiero decirle que aquí todo es muy simple, no hay nada extraordinario”. Así se presenta este sacerdote franciscano, apenas accede a que LA GACETA lo acompañe en un día de su vida.
Una túnica, el cordón en la cintura, una capucha con esclavina, un anillo de rosario y las sandalias hacen que este religioso no pase nunca desapercibido por Tafí del Valle. Igual, él se encarga de saludar fuerte a todos los vecinos, se acerca, les da un abrazo, les pregunta cómo han estado.
José Luis Guirado tiene 43 años y vive en los Valles desde hace más de diez. Nació en la capital de San Juan. Se crió en una familia de clase media. Con sus padres, comerciantes, y sus dos hermanos, una mujer y un varón. Desde chico fue a un colegio franciscano. Ahí conoció bien la vida y obra de San Francisco. Cuando era adolescente planeaba estudiar psicología y estaba de novio.
A los 16 años se dio cuenta que quería hacer algo diferente en su vida, trabajar para los pobres y habitar en una villa miseria. “Era un gran deseo”, cuenta. Poco después, en un retiro espiritual sintió la irrupción de Dios en su vida. Y supo que iba a ser sacerdote y franciscano. “A mi familia le costó bastante entender, pero me apoyaron siempre. Saben que soy feliz así”, acota.
Entró al seminario y se formó durante 10 años en Buenos Aires, especializándose en estudios filosóficos y psicológicos. Se desempeñó en las selva de Tartagal y en las Sierras de Córdoba, entre otros lugares. Fue maestro de novicios franciscanos durante mucho tiempo en Argentina, los últimos años en Tafí del Valle. Después de que cerró el convento, inició su proyecto más soñado: una fundación de vida contemplativa franciscana, con el objetivo de recuperar la fuerza carismática de la oración silenciosa y la vida pobre.
Este proyecto contó con el apoyo de los vecinos. De hecho, una familia de Las Carreras le dio un terreno en esta zona de Tafí, a 15 km de la villa, para que pudiera construir una ermita. Hasta que eso se hizo realidad, vivía en una carpa. Primero le donaron la casita prefabricada. Ahora, el predio, situado en medio de una enorme plantación de papas y rodeado de un paisaje inigualable, cuenta con otras tres ermitas de acogida: dos de ellas para religiosos y una tercera para laicos que quieran vivir la experiencia de los franciscanos (un tiempo de retiro espiritual, en la pobreza y en silencio).
El padre Pepe recibe mucha ayuda de grupos de laicos, que le donan comida, muebles, colchones, y otras cosas para su obra en los Valles. El se define como un ermitaño. Le gusta el silencio y la soledad. Pero también el contacto con la gente. Le encanta hablar. De hecho, habla todo el tiempo, de la vida, de política, de sus sueños. Una vez perdió la voz y tuvo que hacer rehabilitación de cuerdas vocales, cuenta. Sus homilías son larguísimas. Los feligreses lo saben. Y así y todo lo eligen. “Nadie llega como él a nuestros corazones”, resume Lucía Hortensia de Pérez, directora de la escuela de El Rodeo, en Tafí.
De a pie o a dedo
“La gente que vive en la pobreza tiene mucho para dar. La belleza cultural de ellos es muy grande: su modo de vivir, de cultivar los vínculos y el encuentro, la fe que tienen. La religión popular es riquísima”, expresa el padre Pepe, quien ha logrado penetrar como nadie en las comunidades de El Rodeo y Las Carreras. Llegó hasta los lugares más impensados, a veces caminando, muchas veces a dedo. “Ellos te dejan entrar si uno está en los momentos más importantes: la vida y la muerte. Las fiestas y la pérdida de un ser querido son espacios fundamentales para la fe”, detalla en sacerdote, que oficia misas principalmente en la capilla del pueblo San Andrés de las Carreras. Es una parroquia sencilla, administrada por vecinos de la zona. No obstante, siempre lleva un bolsito azul con los elementos litúrgicos por si es necesario dar un oficio religioso en cualquier sitio.
Momentos duros
Al padre Pepe le ha tocado intervenir en los momentos más duros de Tafí. Hace tres años, hubo una ola de suicidios de adolescentes y él se puso al hombro la tarea de bucear en las angustias de los chicos y sus familias para ayudarlos a salir. Y el pueblo nunca olvidó eso. Es valiente. Sus homilías no tienen verdades a medias. Ahora, por ejemplo, está preocupado por el consumo de drogas entre los jóvenes y por la venta casi descontrolada de esta sustancia en los Valles. Y lo hace saber en cada misa.
La Navidad
Para el padre Pepe, la Navidad es estar en todos esos lugares en los que Dios también nace aunque para la sociedad estén olvidados. El año pasado, por ejemplo, bajó de Tafí y recorrió las calles de la ciudad para sentarse junto a los desamparados, los que no tienen hogar. “Había gente tirada en las plazas. Los desperté, les di una bandeja de comida y hablamos”, describe.
“Mi único anhelo, como siempre, es llegar al corazón de esa persona que lo necesita”, resume este sacerdote que reconoce estar fascinado con las palabras y los gestos del papa Francisco. Lee y estudia a diario sus homilías. Y está escribiendo un libro que pronto se publicará, adelanta. También tiene una huerta y le gusta tejer con el telar.
Más que gestos
“No hay que buscar a Dios sólo en el templo. Cierren los ojos, ahora, e imaginen a Jesús como un niño amigo que los está llamando. Y alégrense, porque la vida vale la pena”, les dice el padre Pepe a todos los alumnos de la escuela José Frías Silva, en El Rodeo. Los chicos lo escuchan atentos durante la misa que oficia por el cumpleaños del establecimiento y por la llegada de la Navidad. Entre los papás, arranca algunas lágrimas de emoción. Un pequeño sale corriendo hacia el altar improvisado sobre un pupitre y lo abraza fuerte, muy fuerte. El padre Pepe lo acaricia. Lo mira a los ojos. Y lo envuelve con sus brazos. La misa continúa con esa imagen hasta el final. El padre Pepe, al que conocen por su túnica marrón arrugada y su estola de aguayo, se va ovacionado. No sin antes avisarles a las docentes, una vez más y en secreto, que el diezmo es para los chicos, “para lo que ellos necesiten”.
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