Por Juan Pablo Durán
16 Diciembre 2013
La dimisión del jefe de Policía, Jorge Racedo, tras el acuartelamiento policial que dejó un saldo de por lo menos cinco muertos confirmados, no alcanzó para saciar el hambre de justicia de miles de tucumanos que durante las 48 horas trágicas del 10 y 11 de diciembre fueron víctimas del terror y la delincuencia, cuando desapareció por completo el estado de derecho en Tucumán. El ministro de Seguridad, Jorge Gassenbauer y el secretario del área Paul Hofer, siguen en sus cargos, impolutos. Como si nada hubiese pasado, los máximos funcionarios responsables en combatir la inseguridad en la provincia -o por lo menos de intentar hacerlo- continúan en sus poltronas, utilizando la energía eléctrica de sus respectivos despachos. Para descomprimir la situación, en casi todas las provincias donde hubo saqueos y amotinamiento de la Policía, la primera línea de funcionarios responsables de la seguridad fue removida sin titubeos. Por estas tierras eso aún no ocurrió. ¿Ocurrirá? El superministro Gassenbauer, quien ya estuvo al frente de las áreas de Producción y Coordinación, se ha convertido -en los últimos años- en la sombra del mandatario provincial. El “Capitanich tucumano” es quien gobierna el actual desgobierno. En la sede del Poder Ejecutivo muchos creen que Alperovich no estaría dispuesto a sacrificar a su amigo y consejero en sus negocios particulares, porque sería como autoflagelarse. Si la cabeza de Gassenbauer rueda tras la guillotina de las responsabilidades, el dolor en la nuca lo sentirá el propio mandatario provincial. Porque Alperovich y Gassenbauer son lo mismo, y viceversa.
Hace siete días, cuando los saqueos y el terror se propagaban como un virus en la provincia, sorprendieron a propios y a extraños los cabildeos con los que el alperovichismo buscaba ponerle fin a la sucesión de yerros. Al mediodía de ese lunes trágico, Alperovich estuvo rodeado en su despacho de una cohorte de 30 colaboradores y familiares. Todos, y al mismo tiempo, le hablaban al mandamás, que parecía perdido, como esos boxeadores que esperan, en la esquina del ring, que no suene de nuevo la campana. Mientras su hijo Gabriel le leía mensajes alentadores desde su celular (“No afloje gobernador”, rezaban algunos), su yerno y director de Comercio Interior, Pablo Zeitune, le decía que estaba todo OK. El ministro de la Producción, Jorge Feijóo, también “metía la cuchara” y opinaba sobre seguridad. Silvia Rojkés, su cuñada y ministra de Educación, le comentaba al mandatario que los tucumanos preparaban una marcha hacia la Plaza Independencia, pero para repudiar a la Policía y no al Gobierno. Su prima y ministra de Desarrollo Social, Beatriz Mirkin, asentía con la cabeza los dichos de la titular de la cartera educativa. Mientras tanto, Alperovich dudaba si daba a conocer o no el decreto que materializó el aumento de casi un 50% a los policías. “Dame tiempo José, que a la tarde recupero el 911”, le prometía su amigo Gassenbauer para tranquilizarlo. Por la tarde, mientras su esposa y tercera autoridad del país, Beatriz Rojkés, les sacaba fotos a los periodistas que esperaban novedades apostados en la Casa de Gobierno, uno de los jefes de Gendarmería le preguntaba a un ministro experto en números si es que era común que las decisiones del Gobierno fueran tomadas en un ámbito de extrema informalidad. A esa misma hora los legisladores sesionaban para repudiar la sedición policial y apoyar políticamente al Poder Ejecutivo. A muchos alperovichistas no les cayó nada bien que a ese encuentro no haya asistido el legislador Guillermo Gassenbauer, el hijo del ministro de Seguridad -nada más y nada menos- y escudero del gobernador en la Cámara.
Hay gestos que lo dicen todo.
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