15 Diciembre 2013
FE. Hay gente que se arrodilla frente a estampas de vírgenes o de santos y les confía su destino. Mariana lo hizo el miércoles pasado. la gaceta / foto de analía jaramillo
Mariana no ha dormido. Mariana no ha comido. Mariana es un nudo de nervios. Las manos le sudan, la cabeza le estalla. Pero ante sus hijos, intenta simular que está bien. Que ellos no se den cuenta, piensa. La noche ha caído hace unas horas, y desde entonces se oyen tiros. ¡Bum!, hacia un costado. ¡Bum!, hacia otro lado. ¡Bum!, en el fondo. ¡Bum!, en la parte de adelante.
Mariana ha cerrado las puertas y las ventanas. Ha encendido una vela frente a las estampas de vírgenes y de santos, y les ha confiado su destino a lo que éstos puedan hacer. Pero por momentos se descubre temblando. Está encerrada con los tres niños en una de las habitaciones, y puso una película para entretenerlos. Sus ojos negros miran la pantalla. Su mente se halla en otro lado: imagina que un grupo de personas, como si fuera un ejército de hormigas coloradas, entra a la casa, destroza y roba lo que puede. Si eso llegara a ocurrir, planea, meterá a los chicos debajo de la cama, tomará un palo que ha dejado a mano y golpeará a cualquiera que quiera traspasar. Aunque le cueste la vida.
Mariana vive en un country llamado La Cañadita. Está situado en una zona de barrios cerrados de Yerba Buena, ciudad distante a unos 11 kilómetros de la capital provincial, al pie de la cadena montañosa del cerro San Javier. Ahí, como en el resto de Tucumán, respirar se ha vuelto peligroso. El día anterior estalló una revuelta policial, seguida de saqueos a tiendas y a supermercados. Como los policías no quieren salir de su cuartel, hasta que el Gobierno les aumente el salario, la gente se ha armado para defenderse de los oportunistas. Los hombres se parapetan en las esquinas, con las armas por delante del cuerpo, más para que los vean que otra cosa.
Las calles se han convertido en trincheras.
Esta noche todo ha empeorado. Los ladrones, en su mayoría provenientes de barrios pobres, ya no se conforman con robar los negocios, sino que se aproximan a las viviendas. Y eso es lo que está pasando ahora en donde vive Mariana. Las mujeres y los niños están enclaustrados, y los padres de familia se han trepado a los techos. Desde ahí vigilan, con escopetas, palos y piedras. Que nadie se aproxime al cerco que establece los límites del country.
- Hijo de putaaaaaaa -se oyen gritos.
- ¡Bum! -suena un tiro.
Después se escuchan corridas y estampidos de motonetas.
Mariana va al baño. Abre el grifo. Se echa agua fría en la cara y en la nuca. Los escopetazos están cada vez más cerca.
El día después
Son las 9.30 de la mañana. Un día después, Mariana Díaz entra a una cafetería localizada en el centro de Yerba Buena. Los policías sublevados han regresado a sus puestos y el Gobierno nacional ha enviado gendarmes. La ciudad va recobrando su ritmo, aunque todavía parece mortalmente tranquila. De la avenida no llega el ruido de los ómnibus, de ordinario fragorosos a esta hora. De a poco, los comerciantes suben sus persianas.
Mariana barre el lugar con la mirada. Se sienta sobre un puf y pide un cortado en jarrita. Luego se excusa por la demora. El camino -explica- todavía se encuentra plagado de ramas, de palos y de cascotes que antenoche los ciudadanos colocaron en las esquinas para bloquear el paso de los saqueadores. Ciertamente -opina- el miedo sigue fresco.
- Fue tremendo, horrible. Todavía tengo los pelos de punta. Los guardias estuvieron haciendo disparos al aire toda la noche. Acabaron sólo cuando amaneció. Los chicos se despertaban asustados y preguntaban qué pasaba -dice.
Lo que más le impresionó a Mariana ocurrió cuando atardecía. Apartó la cortina que la separaba de afuera y vió lo siguiente: los varones se estaban armando con escopetas, palos de golf, cuchillos y piedras. En seguida, los vigilantes llegaron a los bramidos, diciéndoles que dos despensas vecinas habían sido saqueadas. Entonces salieron corriendo a cubrir ese costado.
- Era como una guerra. Llegué a escuchar un tiro cada minuto, durante 10 minutos sin parar.
- Si pudieras borrar un instante de lo que viviste, ¿cuál sería?
- Alrededor de las 9 de la noche vivimos la situación más próxima. Estuvieron a punto de pasar por uno de los costados. Gracias a Dios, no lo hicieron. Ahí sentí mucha angustia y desesperación. Pensé que en mi marido y en los que estaban armados. Podía haber sido una masacre.
Mariana termina su cortado. Nunca más quiere vivir algo así, dice.
Nadie estaba preparado para lo que vivió. Nadie vio llegar eso que nadie esperaba.
Mariana ha cerrado las puertas y las ventanas. Ha encendido una vela frente a las estampas de vírgenes y de santos, y les ha confiado su destino a lo que éstos puedan hacer. Pero por momentos se descubre temblando. Está encerrada con los tres niños en una de las habitaciones, y puso una película para entretenerlos. Sus ojos negros miran la pantalla. Su mente se halla en otro lado: imagina que un grupo de personas, como si fuera un ejército de hormigas coloradas, entra a la casa, destroza y roba lo que puede. Si eso llegara a ocurrir, planea, meterá a los chicos debajo de la cama, tomará un palo que ha dejado a mano y golpeará a cualquiera que quiera traspasar. Aunque le cueste la vida.
Mariana vive en un country llamado La Cañadita. Está situado en una zona de barrios cerrados de Yerba Buena, ciudad distante a unos 11 kilómetros de la capital provincial, al pie de la cadena montañosa del cerro San Javier. Ahí, como en el resto de Tucumán, respirar se ha vuelto peligroso. El día anterior estalló una revuelta policial, seguida de saqueos a tiendas y a supermercados. Como los policías no quieren salir de su cuartel, hasta que el Gobierno les aumente el salario, la gente se ha armado para defenderse de los oportunistas. Los hombres se parapetan en las esquinas, con las armas por delante del cuerpo, más para que los vean que otra cosa.
Las calles se han convertido en trincheras.
Esta noche todo ha empeorado. Los ladrones, en su mayoría provenientes de barrios pobres, ya no se conforman con robar los negocios, sino que se aproximan a las viviendas. Y eso es lo que está pasando ahora en donde vive Mariana. Las mujeres y los niños están enclaustrados, y los padres de familia se han trepado a los techos. Desde ahí vigilan, con escopetas, palos y piedras. Que nadie se aproxime al cerco que establece los límites del country.
- Hijo de putaaaaaaa -se oyen gritos.
- ¡Bum! -suena un tiro.
Después se escuchan corridas y estampidos de motonetas.
Mariana va al baño. Abre el grifo. Se echa agua fría en la cara y en la nuca. Los escopetazos están cada vez más cerca.
El día después
Son las 9.30 de la mañana. Un día después, Mariana Díaz entra a una cafetería localizada en el centro de Yerba Buena. Los policías sublevados han regresado a sus puestos y el Gobierno nacional ha enviado gendarmes. La ciudad va recobrando su ritmo, aunque todavía parece mortalmente tranquila. De la avenida no llega el ruido de los ómnibus, de ordinario fragorosos a esta hora. De a poco, los comerciantes suben sus persianas.
Mariana barre el lugar con la mirada. Se sienta sobre un puf y pide un cortado en jarrita. Luego se excusa por la demora. El camino -explica- todavía se encuentra plagado de ramas, de palos y de cascotes que antenoche los ciudadanos colocaron en las esquinas para bloquear el paso de los saqueadores. Ciertamente -opina- el miedo sigue fresco.
- Fue tremendo, horrible. Todavía tengo los pelos de punta. Los guardias estuvieron haciendo disparos al aire toda la noche. Acabaron sólo cuando amaneció. Los chicos se despertaban asustados y preguntaban qué pasaba -dice.
Lo que más le impresionó a Mariana ocurrió cuando atardecía. Apartó la cortina que la separaba de afuera y vió lo siguiente: los varones se estaban armando con escopetas, palos de golf, cuchillos y piedras. En seguida, los vigilantes llegaron a los bramidos, diciéndoles que dos despensas vecinas habían sido saqueadas. Entonces salieron corriendo a cubrir ese costado.
- Era como una guerra. Llegué a escuchar un tiro cada minuto, durante 10 minutos sin parar.
- Si pudieras borrar un instante de lo que viviste, ¿cuál sería?
- Alrededor de las 9 de la noche vivimos la situación más próxima. Estuvieron a punto de pasar por uno de los costados. Gracias a Dios, no lo hicieron. Ahí sentí mucha angustia y desesperación. Pensé que en mi marido y en los que estaban armados. Podía haber sido una masacre.
Mariana termina su cortado. Nunca más quiere vivir algo así, dice.
Nadie estaba preparado para lo que vivió. Nadie vio llegar eso que nadie esperaba.
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