15 Diciembre 2013
Salomón Nussbaum - rabino
Lo que vivimos fue una situación de desenfreno comparable con las fases más dramáticas de la humanidad. Los rasgos más débiles y más animales que aparentemente anidan en nuestro género parecen ser invitados a mostrarse en momentos límite, como los de estos días. Lo que pasó nos muestra, como el espejo, una cara de la sociedad, que no es la única, pero que existe. Lo que vimos -y que quisiéramos que no exista, pero existe- es un rasgo que está presente en todos nosotros, aunque nos resistamos a verlo. Algunos lo pusieron en acto, pero también hubo actitudes aberrantes en los discursos, en los brazos cruzados, en las respuestas violentas a la violencia, en la generación de pánico...
¿Cómo reconstruir? Buscando recuperar la armonía en las células más pequeñas: las familias, los barrios... Es inaudito que se hayan producido disputas por bienes, en definitiva nimios, entre vecinos; se rompió el marco de la convivencia. La salida, para pensarlo bíblicamente, es que, a tan pocos años del Bicentenario de la Independencia, este Santuario que es la Argentina lo construyamos entre todos. Hace falta un proyecto inclusivo, que nos dé sentido de pertenencia. Que cada uno pueda llevar al altar de este, nuestro Santuario, lo que pueda aportar como valor agregado. Que dejemos de ser espectadores; que seamos ávidos protagonistas. Que podamos sentir que Argentina es de todos y para todos, porque de otro modo, si es ajena, se despierta, en los momentos límite, la rebelión frente a los que es de otros y no mío. Y eso puede hacer aflorar en esa parte terrible de nuestra naturaleza que intenta legitimar la apropiación y la violencia
Lo que vivimos fue una situación de desenfreno comparable con las fases más dramáticas de la humanidad. Los rasgos más débiles y más animales que aparentemente anidan en nuestro género parecen ser invitados a mostrarse en momentos límite, como los de estos días. Lo que pasó nos muestra, como el espejo, una cara de la sociedad, que no es la única, pero que existe. Lo que vimos -y que quisiéramos que no exista, pero existe- es un rasgo que está presente en todos nosotros, aunque nos resistamos a verlo. Algunos lo pusieron en acto, pero también hubo actitudes aberrantes en los discursos, en los brazos cruzados, en las respuestas violentas a la violencia, en la generación de pánico...
¿Cómo reconstruir? Buscando recuperar la armonía en las células más pequeñas: las familias, los barrios... Es inaudito que se hayan producido disputas por bienes, en definitiva nimios, entre vecinos; se rompió el marco de la convivencia. La salida, para pensarlo bíblicamente, es que, a tan pocos años del Bicentenario de la Independencia, este Santuario que es la Argentina lo construyamos entre todos. Hace falta un proyecto inclusivo, que nos dé sentido de pertenencia. Que cada uno pueda llevar al altar de este, nuestro Santuario, lo que pueda aportar como valor agregado. Que dejemos de ser espectadores; que seamos ávidos protagonistas. Que podamos sentir que Argentina es de todos y para todos, porque de otro modo, si es ajena, se despierta, en los momentos límite, la rebelión frente a los que es de otros y no mío. Y eso puede hacer aflorar en esa parte terrible de nuestra naturaleza que intenta legitimar la apropiación y la violencia
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