Por Juan Pablo Durán
12 Diciembre 2013
Fue un fenómeno social sin precedentes. El estado de derecho desapareció por completo durante las 48 horas críticas en que Tucumán sucumbió ante el caos, la anomia, la delincuencia, la desesperación, la impericia del Gobierno y la criminal desaprensión de un grupo de policías sediciosos que dejó sin protección a cientos de miles de tucumanos. Para muchos, la fuerza provincial se transformó en una “maldita policía”. Una profunda grieta se abrió entre la gente y los que deben hacer cumplir las leyes. ¿Por qué? Por el abandono y porque sienten que los $ 8.700 que percibirán de aumento salarial están manchados con la sangre de cuatro comprovincianos que perdieron la vida tras los desmanes.
Las miles de barricadas que los vecinos armados construyeron para defenderse de posibles ataques de delincuentes fue la imagen más cabal de que el contrato social roussoniano entre el pueblo y el Gobierno quedó hecho añicos. Durante dos días, Tucumán fue Vietnam. Una zona de guerra. La total inacción del Poder Ejecutivo (PE) provincial para resolver un conflicto que se les escapó de las manos fue evidente. El estado benefactor devino en un estado destructor y desertor. La conducción del PE estuvo ausente por la impericia de los funcionarios que nos gobiernan. La rebelión policial dejó más que claro que el gobernador José Alperovich sólo es un Contador Público Nacional experto en números y que los 10 años de gestión los pudo sobrellevar porque no hubo una gran crisis que lo pusiera a prueba. No está preparado para resolver graves conflictos. Quedó demostrado que no es un estadista y le será muy difícil, en los dos años de gobierno que quedan, revertir ese karma. La ineficacia para solucionar el problema de los vendedores ambulantes en el microcentro fue un indicio de esa negligencia extrema para remediar situaciones límites. Quedó evidenciado que sin billetera mediante, el mandamás de turno no es capaz de comandar la nave en tiempo de tormentas.
Mientras duró el amotinamiento se propagó el rumor de que los uniformados trabajaron de manera mancomunada con los delincuentes. Que los utilizaron como ariete para presionar por el incremento de sus salarios y les liberaron las zonas para que provocaran delitos. El lunes -durante el primer día de acuartelamiento- esta columna pudo constatar que no se trató sólo de una especie transmitida de boca en boca. En la Subjefatura de Policía, un uniformado rebelde se llevó un megáfono a la boca y gritó: “¡Paremos a las motos (efectivos policiales) que están trabajando. Dejemos que sigan saqueando y robando. Si esto se convierte en un caos, Alperovich va tener que pagar o pagar los $ 12.000”. Y así fue. La ciudad quedó sitiada y el hombre se convirtió en el lobo del hombre, al decir del filósofo Hobbes. El egoísmo primó entre los polizontes y el mandatario provincial. Mientras los primeros dejaban a la sociedad librada al azar, Alperovich se preocupaba por retirar los vehículos de sus concesionarias. Los vecinos de la capital y el interior fueron los únicos que mostraron solidaridad. Se unieron para esperar lo inesperado y resistir. Por la noche del martes, el titular del PE coronó la negra jornada con una feroz represión hacia los manifestantes que con cacerolas fueron hasta la Casa de Gobierno a repudiar los hechos y descargar su angustia acumulada. “Creo que la policía debería haber aguantado, no reprimir”, reflexionó Alperovich al día siguiente.
El saldo: al menos cuatro muertos (confirmados), una provincia sitiada, saqueada, ultrajada y una renuncia: la del jefe de Policía Jorge Racedo. El ministro de Seguridad Jorge Gassenbauer seguía, hasta anoche, en su cargo. Cristina, por su parte, sigue festejando. Good Morning Vietnam.
Las miles de barricadas que los vecinos armados construyeron para defenderse de posibles ataques de delincuentes fue la imagen más cabal de que el contrato social roussoniano entre el pueblo y el Gobierno quedó hecho añicos. Durante dos días, Tucumán fue Vietnam. Una zona de guerra. La total inacción del Poder Ejecutivo (PE) provincial para resolver un conflicto que se les escapó de las manos fue evidente. El estado benefactor devino en un estado destructor y desertor. La conducción del PE estuvo ausente por la impericia de los funcionarios que nos gobiernan. La rebelión policial dejó más que claro que el gobernador José Alperovich sólo es un Contador Público Nacional experto en números y que los 10 años de gestión los pudo sobrellevar porque no hubo una gran crisis que lo pusiera a prueba. No está preparado para resolver graves conflictos. Quedó demostrado que no es un estadista y le será muy difícil, en los dos años de gobierno que quedan, revertir ese karma. La ineficacia para solucionar el problema de los vendedores ambulantes en el microcentro fue un indicio de esa negligencia extrema para remediar situaciones límites. Quedó evidenciado que sin billetera mediante, el mandamás de turno no es capaz de comandar la nave en tiempo de tormentas.
Mientras duró el amotinamiento se propagó el rumor de que los uniformados trabajaron de manera mancomunada con los delincuentes. Que los utilizaron como ariete para presionar por el incremento de sus salarios y les liberaron las zonas para que provocaran delitos. El lunes -durante el primer día de acuartelamiento- esta columna pudo constatar que no se trató sólo de una especie transmitida de boca en boca. En la Subjefatura de Policía, un uniformado rebelde se llevó un megáfono a la boca y gritó: “¡Paremos a las motos (efectivos policiales) que están trabajando. Dejemos que sigan saqueando y robando. Si esto se convierte en un caos, Alperovich va tener que pagar o pagar los $ 12.000”. Y así fue. La ciudad quedó sitiada y el hombre se convirtió en el lobo del hombre, al decir del filósofo Hobbes. El egoísmo primó entre los polizontes y el mandatario provincial. Mientras los primeros dejaban a la sociedad librada al azar, Alperovich se preocupaba por retirar los vehículos de sus concesionarias. Los vecinos de la capital y el interior fueron los únicos que mostraron solidaridad. Se unieron para esperar lo inesperado y resistir. Por la noche del martes, el titular del PE coronó la negra jornada con una feroz represión hacia los manifestantes que con cacerolas fueron hasta la Casa de Gobierno a repudiar los hechos y descargar su angustia acumulada. “Creo que la policía debería haber aguantado, no reprimir”, reflexionó Alperovich al día siguiente.
El saldo: al menos cuatro muertos (confirmados), una provincia sitiada, saqueada, ultrajada y una renuncia: la del jefe de Policía Jorge Racedo. El ministro de Seguridad Jorge Gassenbauer seguía, hasta anoche, en su cargo. Cristina, por su parte, sigue festejando. Good Morning Vietnam.
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